Filia 7

CAPÍTULO 4 - EL COVID 19 Y EL NIÑO DE MI CORAZÓN

Siempre sentí que no pertenecía a esa familia, a ese barrio, a esa ciudad y a ese mundo. Tuve que aprender a cuidarme dentro y fuera de casa. No sé quién es mi padre ni conozco más parientes. Fui infeliz hasta el día en que mi vida dio un giro inesperado.

En el 2020, cuando empezó la pandemia del Covid 19, la zorra perdió su empleo.

—Malditos, que se queden con su miserable trabajo, como si me pagaran mucho —vociferó en el teléfono mientras bebía una cerveza —. Gracias amor, sé que cuento contigo.

Con las medidas de confinamiento, debíamos permanecer en casa, lo que resultó un caos. El depravado parecía animal enjaulado y tenía ataques de ira. Abyzou estuvo a punto de intercambiar golpes con la zorra, así que optó por ignorar las recomendaciones y seguir saliendo. Yo iba a la escuela cada quince días a entregar y recoger tareas; solía terminarlas en una hora, por lo que usaba las dos semanas para devorar libros que me regalaban o prestaban.

La zorra se dedicó a descansar, al parecer había conocido a alguien que le daba suficiente dinero. Por primera vez se volvió espléndida y pedía comida a domicilio para todos. Una vez por semana desaparecía y llegaba cargada de bolsas de tiendas caras. La veía de buen humor y, aunque me ignoraba como siempre, era reconfortante tenerla en casa.

La señora Eva vivía confinada, ya que por sus 70 años era considerada dentro del grupo de riesgo. Yo hacía sus mandados; compraba víveres y los dejaba en su puerta, ella se asomaba y los recogía con guantes para desinfectarlos. Platicábamos a diario por teléfono ya que no podíamos tener contacto físico.

—Estoy contagiada —me dijo al poco tiempo tosiendo al otro lado de la línea—. No entiendo cómo si he sido cuidadosa. Por favor busca un doctor.

A mis nueve años, encontré un médico joven dispuesto a atenderla y nos dirigimos a su casa.

— ¿Crees que puedas darle los medicamentos y nebulizarla? —me preguntó dudoso después de revisarla. Yo asentí. —Esta enfermedad es traicionera, no está nada bien, su oxigenación marca 70 mm Hg y puede seguir descendiendo. Eres muy pequeña, así que si te contagias será leve.

Sentí temor de perderla, así que la atendí noche y día. La fiebre era alta y alucinaba. Tosía sin descanso y sudaba tanto que la cama quedaba empapada. No probaba bocado y tenía diarrea. Por fortuna, después de diez días empezó a mejorar. El médico le aplicó sueros y vitaminas para que se recuperara totalmente.

—Gracias Solveigh, gracias, gracias, realmente creí que moriría.

—Usted vivirá muchos años porque es buena —le contesté. Yo estaba más aliviada que ella, esa anciana era mi refugio, mi única amiga.

Un mes después, la zorra, el depravado y Abyzou cayeron en cama contagiados. Busqué al mismo médico pero estaba tan ocupado que me extendió una receta y llegó a verlos dos días después. Les di el tratamiento y los cuidé sin descanso.

—Tu madre y el muchacho pueden seguir en casa pero tu hermana debe ser hospitalizada de inmediato —dijo—. Su oxigenación está en descenso, tiene los pulmones comprometidos y los órganos inflamados, el tratamiento no le está haciendo efecto.

—De ninguna manera —exclamó la zorra asfixiándose—. Los que entran al hospital no salen, ahí los matan.

—Tenga por seguro que no es así señora, el problema es que cuando llegan ya no hay nada qué hacer, pero si la ingresamos a tiempo puede tener una posibilidad.

—Déjela aquí, tiene 22 años, sólo muere la gente vieja —insistió tosiendo.

—Me siento mal mamá, ¿voy a morir? —Lloriqueó el depravado—. Esta enfermedad es infernal, no puedo respirar. Haga algo doctor, no aguanto. Maldita escuincla, invoca a los demonios con los que tienes pacto para que nos salven.

Abyzou murió al día siguiente. En los últimos momentos sostuve su mano. Me miró sin esperanza y luego volteó a la esquina derecha del techo.

—Estoy lista, vamos —jadeó ruidosamente y dejó de respirar.

A las pocas horas, una carroza con hombres que portaban trajes blancos anti covid bajaron un ataúd metálico.

— ¿Desea que le hagamos llegar las cenizas de su hija, señora? —preguntó uno de ellos.

—Sepúltenlas —respondió la zorra con un hilo de voz.

Su partida dejó un vacío en mi corazón y, a pesar de que no habíamos tenido una relación de hermanas, la lloré en silencio.

—No entiendo por qué esa anciana que a nadie hace falta se salvó y mi hija joven tuvo qué morir —se quejó la zorra una sola vez.

Las sirenas de las ambulancias se escuchaban a todas horas poniéndonos los pelos de punta. En mi calle murieron siete personas, en toda la colonia muchas más.

En los siguientes días, la zorra y el depravado parecieron empeorar. Alguien envió a dos enfermeros con tanques de oxígeno y me relegaron de su cuidado.

Su recuperación fue lenta, después de dos meses persistían secuelas como cansancio extremo, dolor de cabeza, ansiedad e insomnio.

A finales del 2021 la mayoría de las personas había retomado sus actividades fuera de casa, sin embargo, aunque las muertes habían disminuido, los contagios seguían. Cuando se sintió bien, la zorra retomó las salidas semanales. Por esas fechas, su vientre se abultó.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.