—Me llamo Samuel —dijo el hombre cuando nos habíamos calmado e hipábamos en sincronía—. ¿Tu madre te habló de mí? —Negué con la cabeza—. Verás, ella y yo tuvimos una relación, soy el padre de Bastian. No me permitía verlo a pesar de que le daba dinero para su manutención y los gastos de la casa.
—Nunca te vi antes— dije. El hombre me hablaba como si fuera adulta, parecía no darse cuenta que tenía solo doce años. Se veía más joven que la zorra; vestía un impecable traje negro y parecía uno de esos artistas rubios que salen en la televisión. De repente el miedo me invadió. ¿Había llegado para llevarse al bebé? — ¿Por qué estás aquí? —pregunté.
—Ella me avisó que se iba y los dejaría solos. No niego que es algo que me alegra pues por fin podré estar cerca de mi hijo. —Al ver que mis ojos se abrían, levantó las manos indicando que me calmara—. Tranquila, no los voy a separar, sé que lo has cuidado desde que nació y lo quieres mucho. Me apena decirlo pero soy casado, mi esposa no sabe que Bastian existe. Tu madre solía amenazarme con contárselo, por eso me mantuve al margen. Me haré cargo de ustedes, vivirán en un lugar mejor y contrataré una niñera.
—N-no q-queremos irnos de aquí. —El miedo me hacía tartamudear. —No necesitamos una niñera, la señora Eva nos cuida y alimenta.
—Este barrio no es ideal para dos niños, además el hijo mayor de tu madre podría regresar y hacerles daño. —Ante eso no pude objetar y él se dio cuenta que había ganado—. Tengo un departamento en una buena zona donde pueden vivir. ¿Qué te parece si le ofrezco trabajo a la señora que los cuida? Ella podría mudarse también.
Asentí mirándolo esperanzada, esa solución me parecía magnífica. Él sonrió de una manera que ganó mi corazón de niña.
Samuel nos cuidó desde ese momento. Se encargó de que estuviéramos bien vestidos y alimentados; nos hacía compañía en las tardes y nos llevaba a sitios divertidos. Nos mudamos a su departamento; la señora Eva no quiso dejar su casa pero pasaba gran parte del día y noche con nosotros. Fue un buen arreglo para todos, pude continuar con mis estudios mientras dejaba a mi niño en sus amorosas manos.
—Felicidades Solveigh, eres una chica maravillosa. —Samuel extendió un regalo y me dio un abrazo cariñoso cuando bajamos de su auto. Nos había llevado a un parque nacional, un bello bosque de coníferas a las afueras de la ciudad para festejar nuestro cumpleaños, el segundo de Bastian y el treceavo mío.
—Gracias —le respondí. Después de un año de convivencia había aprendido a quererlo.
—Yo también quiero regalos papá —Bastian se abrazó de sus piernas y él lo levantó sin esfuerzo.
—Por supuesto niño hermoso, tengo varias sorpresas para ti —lo llenó de besos y el niño rió con placer.
La señora Eva caminó junto a nosotros y nos dirigimos a un restaurante donde comimos tamales y champurrado caliente. Samuel rentó caballos y coloco a Bastian delante de él. Hicimos el recorrido con ayuda de dos hombres quienes nos contaban los pormenores del lugar. Más tarde paseamos en cuatrimotos, pescamos truchas y aprendimos a hacer pulseras tejidas. Al atardecer nos marchamos pues la temperatura descendía rápidamente. Fue el primer festejo que Bastian y yo tuvimos y realmente lo disfrutamos.
Conforme crecía, Bastian mostraba una inteligencia sobresaliente; era intuitivo y espontáneo, expresaba sus ideas, establecía asociaciones, tenía pensamiento flexible, detectaba la existencia de problemas, tenía alta tolerancia a la frustración e incertidumbre. Además era ingenioso, creativo, estable emocionalmente, curioso, con sentido común, con facilidad para el aprendizaje y comprensión, entre otras cosas. A los tres años, poco antes del anuncio que cambiaría nuestras vidas, fue catalogado como superdotado.
—Podría decir que lo heredó de mí, —presumió Samuel—, sin embargo tú también eres superdotada, así que lo más probable es que son sus genes maternos.
—Tú eres un científico y ella no terminó la secundaria —dije tratando de ocultar la punzada que se clavaba en mi corazón cuando la recordaba.
—Bueno, como sea, le estoy agradecido por haberme dado estos dos hijos increíbles —agregó tomando mis manos. Era un hombre sensible e intuitivo que siempre trataba de hacerme sentir bien.
El anuncio llegó una tarde de ese año, 2025. Samuel nos había preparado unas galletas de mantequilla cuyo olor inundaba el departamento. Después de saborearlas junto con un chocolate caliente, nos concentramos en la sala. Bastian y yo nos tiramos al piso a armar un rompecabezas; la señora Eva se acurrucó en el sillón a tejer mientras veía una telenovela y Samuel hojeaba una revista. Las redes sociales, así como canales de televisión y radio transmitieron un mensaje en vivo del Secretario General de las Naciones Unidas.
«Hoy traigo un mensaje importante para todos los habitantes de este planeta. No son buenas noticias, todo lo contrario. Con pena informo que a pesar de los esfuerzos acordados en la Agenda 2030, debido a la sobreexplotación de los recursos, la naturaleza no ha tenido ni tendrá el tiempo o la capacidad de regenerarse. Estamos sobrepoblados y rebasados. Lo que queda no va a durar más allá del 2028 por lo que hay que tomar medidas drásticas. Nuestro planeta dejará de ser el que conocemos, será dividido en siete partes y tanto seres vivos como objetos serán asignados según sus características. Habrá división de familias y el cambio será irreversible. La tasa de natalidad será prácticamente nula en los próximos cuatro años pero créanme que es lo mejor. A continuación les presento los videos de las simulaciones de la próxima nueva realidad.»