Filofobia ¿viajar amarte?

Cuentos de hadas

Abro los ojos lentamente. Los rayos de sol pegan justo en mi rostro cegándome un momento. Intento acostumbrarme a la luz mientras miro a mí alrededor en busca de saber dónde me encuentro esta vez.

Suelto un bufido después de rodear con la mirada toda la habitación en busca de respuestas y morir en el intento, inmediatamente la culpa me arremolina por completo. Es inevitable no dejar de sentir culpa. No quiero sonar deprimente a tan temprana hora de la mañana pero el vacío dentro de mí está de vuelta.

« ¿Porque sigo sintiéndome de esta manera? ¿Por qué sigo buscando rellenar un hueco para remplazar el dolor?»

Me frustra tener que pensar en el sexo como una salida. Siendo sincera de la mujer fuerte que se despierta cada mañana con una gran armadura en busca de pelea, solo queda una pequeña cobarde y esa armadura se desvanece por las noches, esfumándose el polvo de aquella guerrera reemplazándola por una débil princesa en busca de rescate.

Es triste sentir tanto vacío, añoras ese contacto que buscas llenarlo con quien sea.

Un largo suspiro seguido de algunas volteretas en la cama me distrae de mis hilarantes pensamientos. Por inercia mis ojos instantáneamente viajan hacia el cuerpo desnudo bajo las sabanas ubicado a un lado de mí, lo inspecciono mientras duerme bocabajo plácidamente, esas largas y tupidas pestañas me hacen desear despertarlo, querer volver a deleitarme en su mirada y repetir lo de anoche mientras nuestros cuerpos se mueven en un compás perfecto pero en su lugar bajo de la cama cuidadosamente en busca de mi ropa y me la acomodo en el proceso.

Los cuentos de hadas definitivamente nunca formaran parte de mi vida. Mienten, traicionan y te rompen; así duele menos.

Así que como me es costumbre, me paseo por el departamento con mi bolso en mano en busca de mis zapatillas y ya que los tengo puestos termino por salir del edificio.

Una vez fuera, salgo de ahí como alma que lleva el diablo, sin intención alguna de recordar siquiera como volver. El amor no tiene espacio en mi apretada agenda, disfruto de mi soltería. Que puedo decir, tengo debilidades como cualquier ser humano hacia el sexo opuesto y más si se trata de estar sobre una cama. No soy una santa, me gusta romper las reglas y justo en este momento prefiero quedarme con quien me brinde unos buenos orgasmos que terminar de escuchar el sonido de mi corazón romperse en dos.

El clima está bastante fresco esta mañana, y como mi departamento está a unas cuadras de los edificios lujosos del pueblo, camino hasta mi vecindario.

Las calles a estas horas se encuentran tan solitarias y casi vacías. Llega a mis fosas nasales ese olor tan fresco que deja el verano y es cuando comienza a entrar el otoño. Las hojas de los árboles se salpican como una colorida obra de arte de colores entre rojo y dorado con algunos tintes amarillos dando una magnifica vista del paisaje de la costa Oeste del Sur de California haciéndome sentir extrañamente tan tranquila.

A decir verdad la paz y tranquilidad que siempre necesite se encuentra en un pequeño pueblo de no menos de un par de horas del centro de la ciudad. Está ubicado entre extensas colinas rocosas y está construido principalmente por adobe. No posee más de 60 metros a la redonda y cuenta con poco menos de 2000 habitantes, entre su mayoría jóvenes y algunas personas de edad avanzada con un intenso radar por los chismes del pueblo, sin contar algunos guapos turistas que vienen en busca de aventura.

Se encuentra repleto de casas muy pintorescas tipo adoquín, algunas cadenas comerciales se han adaptado al barrio tanto boutiques así como algunas tiendas y cafeterías antiguas. Lo complementa una iglesia demasiado elegante con mucha historia detrás, un hospital de urgencias, muchos parques públicos extensos con una vegetación exótica, una estación de policía y una pequeña emisora a mitad del pueblo, justo donde trabajo.

Cuando recién cumplí los dieciocho años, ya había madurado lo suficiente para entender que era lo que sucedía a mí alrededor así que lejos de estar triste y llorar desconsolada por dejar todo lo que era, salí huyendo de la ciudad que me vio nacer como si de un ladrón se tratase y las razones salen sobrando.

Desgraciadamente traje mis demonios en la maleta; sé que la paz demora un poco sólo espero que no tarde demasiado.

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Con las zapatillas en mano, incapaz de dar un paso más, logro llegar frente a mi piso.

Como ya es costumbre uno que otro vecino esta de mirón tras las cortinas de su departamento con una mala cara, no me sorprende, me juzgan peor que la chica del 102, quien trabaja en un burdel.

Tranquilamente abro la puerta y justo al cruzar la habitación principal la mirada acusadora de mi hermana me recibe.

— Por lo menos te dignas a aparecer esta mañana — me reprocha mientras se para frente a mí, señalando hacia mi lugar con una humeante taza de café, intentando sonar molesta.

— Hola, buenos días hermanita ¿Cómo amaneciste? Yo muy bien ¿y tú? — respondo con sarcasmo en mi voz, pasándola de largo y en el proceso le arrebato la deliciosa taza de café para darle un enorme trago.

— ¡Carajo! Que bueno esta — saboreo el líquido que pasa por mi garganta mientras me dirijo hacia mi habitación.




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