Tarde, otra vez.
Miro por milésima vez el reloj de mano que cargo en mi muñeca izquierda y suspiro desesperada. Con más de media hora de retraso, aquí me encuentro, frustrada en una elegante habitación frente a un enorme ventanal admirando las vistas. Aquellas enredaderas verdes que adornan completamente las paredes laterales contrastan con el amueblado de la oficina, simétricamente ordenado por una mesa, dos sillas, dos sillones reclinables color negro bastante cómodos a decir verdad y un escritorio de caoba que separa un sillón de otro.
Un espacio cómodo y lleno de calidez.
El nombre Ronnie Costa se puede ver claramente colgado en la puerta del otro lado del vidrio espejado.
Suelto un suspiro. Detesto las despedidas pero estoy dispuesta a esperar más de la cuenta y doblegar mi paciencia por él.
Mi compañero de vida se va de luna de miel así que organizamos un desayuno en nuestro lugar favorito pero aun no llega y yo sigo aquí, en su oficina con los nervios de punta y los sentimientos hechos un desastre. Se que no se irá por mucho tiempo, sin embargo estoy más preocupada por quien se quedara en su lugar como jefe. Debe de ser alguien de confianza y no se me ocurre alguien mejor que yo para ese puesto.
Miro de nuevo el reloj, estoy segura que la espera será larga así que le texteo un corto mensaje a Ronnie para que deje de hacerme perder mi valioso tiempo, estiro las piernas sobre mi futuro escritorio y las cruzo rápidamente mientras me relajo y cierro los ojos. Ya me puedo acostumbrar a esta de vida de líder.
— Lamento la tardanza — Escucho a espaldas a mí y el alivio inunda mi alma.
Giro el sillón reclinable y lo miró con una cara sumamente fastidiada.
— ¿¡Porqué carajos haz tardado tanto!? Sabes que detesto esperar.
Hace un puchero y sonsaca aquellos ojos pispiretos con una cara de perrito mojado para que lo perdone, me da una lastima terrible pero esto le costara muy caro.
— Lo lamento — vuelve a disculparse — Tuve que arreglar unos asuntos, no puedo dejar mi empresa a cargo de cualquier persona, pero ya está hecho.
Me guiña un ojo en complicidad y yo brinco de felicidad en mi mente, no puedo esperar a que diga mi nombre.
Feliz lo miro de arriba a abajo, es inevitable no inspeccionarlo, no cabe duda que ese papel de casado le ha dado un mejor aspecto, esa mirada profunda y penetrante tiene un brillo distinto. Él siempre ha sido delgado aunque últimamente a desarrollado una musculatura mayor debido al gimnasio, lo único que no ha cambiado es su aspecto rebelde y su atuendo casual de toda la vida; Pantalones vaquero negro con una camiseta y una chaqueta. Siempre suele vestir informal.
A simple vista Ronnie puede no resultar un hombre atractivo pero a pesar de los años, sigue teniendo esa cara de niño que a muchas mujeres les gusta supongo que eso atrapo a Savana y por ello esta encadenada a él hasta que la muerte los separe.
Ronnie ignora mi berrinche y se acerca para robarme un beso en la mejilla a pesar de mis intentos por alejarme.
— ¡Ay por el amor de Dios! ¡Quita esas bronceadas piernas de mi escritorio! — bromea horrorizado con las manos al aire cuando toma su distancia y mira mis tacones rayar su preciado escritorio de caoba.
Rio e inmediatamente tomo una postura decente al mismo tiempo que él ocupa el asiento frente a mi y solo entonces mi coraje se disipa.
— ¿Y bien? ¿A que hora nos vamos? — pregunto con la espera de una respuesta inmediata — Cargo un hambre de los mil demonios.
Sobo mi panza en un intento por bromear con él pero la inquietud que repentinamente tiñe el rostro de Ronnie me preocupa por sobremanera.
— Eh… antes quería… presentarte a alguien —balbucea y rasca la parte trasera de su nuca, la única manía que hace cuando está nervioso.
Abro la boca horrorizada, los peores pensamientos me vienen a la cabeza. Ahora que esta recién casado…
“¿No se le habrá zafado un tornillo y ya quiera tener criaturas? ¿O sí?
¡No, imposible! ” Pienso.
Inmediatamente él se pone de pie. Nervioso acomoda su chaqueta, me mira fugazmente y aquella sonrisa que siempre le caracteriza sale disparada hacia la salida. Extrañada copio su acción y me levanto de mi asiento.
Por inercia giro la cabeza y me topo con un hombre fornido que se encuentra en el umbral de la puerta.
Espera un segundo… ¡Yo lo conozco!
Hecho un segundo vistazo y mi sorpresa es grande al recordar de quien se trata.
HAY ¡JESÚS, MARÍA Y JOSÉ! Y TODOS LOS SANTOS SACRAMENTOS.
El caballero de brillante armadura — nótese mi sarcasmo — del incidente de ayer camina hacia mi dirección con una seguridad que de lejos podría parecer intimidante pero a mí no me atemoriza.
Se coloca a mi lado con fría indiferencia, pareciera no recordarme así que yo también actuó como tal.
Mis hormonas se alborotan apenas nuestros hombros se rozan, a pesar de la desagradable situación en la que nos conocimos es inevitable que mi cuerpo reaccione como una adolescente virginal ante ese cuerpo atlético, no me quiero ni imaginar en un segundo vistazo que puedas encontrar bajo esa camisa blanca que lleva puesta, probablemente cierto sex-apel en su figura bien moldeada y bronceada. Su rostro delineado con facciones perfectamente marcadas incluyendo sus altos pómulos termina por trazar aquella mandíbula cuadrada que hacen que a cada segundo me derrita en un orgasmo mental. Y para su desgracia o la mía, el hecho de que actúe como un completo patán hacen que deteste su presencia cada vez más.