Crecí en Oaxaca. Una pequeña ciudad hermosa y cálida, frecuentemente usaba vestidos o ropa ligera porque moría de calor. A la edad de ocho o nueve años comencé a ser un poco más independiente y mamá ya me dejaba caminar sola de la escuela a la casa y viceversa, tomando en cuenta que no me tomaba demasiado tiempo llegar.
La primera vez que salí, caminaba emocionada intentando recordar el camino, fue una mañana grandiosa y al llegar a la escuela les conté corriendo a mis amigos. De regreso no fue la mejor experiencia, a un par de cuadras para llegar, estaba en construcción un viejo edificio con por lo menos cinco albañiles trabajando en la obra, miraban hacia la calle y por desgracia mía tenía que pasar forzosamente por ahí. Me obligue a caminar con rapidez después de las miradas lascivas que recibí por todos ellos mientras me gritaban cosas obscenas. Sentí vergüenza y miedo, yo sólo corrí con la cabeza gacha.
Cuando llegue a casa, agradecí llegar con bien y no le dije nada a nadie, nunca.
En mi mente inocente pensaba que era mi culpa y que no me volvería a suceder si dejaba de usar vestidos.
Era solo una niña.
Con el tiempo me di cuenta de que no, nada tenía que ver con la forma en como vistes, el acoso viene de hombres sin valores que no saben respetar.
También me di cuenta de la crueldad en la que está hecho el mundo. Comencé a odiar las violaciones, el sexismo, el abuso de poder, el acoso y todas esas cosas que muchas personas se ciegan a ver y son una realidad, porque son más felices normalizando las malas situaciones. Abrí los ojos y entendí que debía hacer algo, así que hice mis maletas y cambie a un lugar donde pudiera ser libre y nadie me impidiera alzar la voz.
Y ahí lo supe. Con más madurez y con la suficiente voz que tengo, me dedique a pelear de vuelta, solo hacía falta ser escuchada.
Ronnie me oyó, me acogió en uno de sus programas que al principio sólo duraban veinte minutos en un programa por semana, nunca hubo guion y por mucho tiempo sólo era yo. Me divertía. Ni siquiera ganaba mucho pero al menos era algo que me gustaba hacer y desde aquel día no hubo quien frenara mi vuelo...
Hasta hoy.
Después de todo la vida no es un camino de pétalos de rosa y las cosas no siempre van a salir a nuestro favor, porque puede que termines estampándote con alguien que por alguna mala broma de la vida no encajen en lo absoluto.
¿Pero qué pecado estaré pagando yo para terminar trabajando a lado de un hombre sumamente controlador y sexista? Estoy segura que no me lo merezco.
Esta mañana no he tomado mi dosis de cafeína, en estos momentos podría estar disfrutando de un dulce cappuccino en mi café favorito pero gracias a que Hardy sigue con su idea de querer controlar todo lo que hago en mi programa ahora estoy desperdiciando mí mañana camino a su “oficina” en busca de pelea, después del frio y corto correo electrónico que recibí ayer por su parte, donde por una lista cree que puede intentar manejarme, hoy vengo con ganas mentar maldiciones a diestra y siniestra.
Siempre he sido una mujer con decisión y detesto que me digan lo que debo y no debo de tocar en mi programa y esa estúpida lista solo se resume de entre estereotipos como maquillaje, alimentación y ropa pero no soy una mujer más del montón, tengo los suficientes ovarios para hablar de temas más allá de cómo ser bonita.
Quiero transformar.
Tal vez no el mundo pero si puedo cambiar la mentalidad de una persona y abrirle los ojos acerca de lo jodida que estamos como sociedad y quiera mejorar, con eso me doy por bien servida.
Así que no pienso acatar sus órdenes, si cree que me quedare de brazos cruzados mientras me mueve como a su títere está muy equivocado.
Me niego a que alguien tenga voz sobre mí.
Mis pensamientos se acallan cuando me paso de largo a su secretaria, Donna, una mujer con poca autoridad y un miedo enorme a Hardy. Ella me recuerda a aquellos lindos ratoncillos que ha quedado atascado en una pequeña jaula, intentando con todas sus fuerzas poder salir de esa trampa enorme y desdichada. Tal vez la vida no ha sido gentil con ella, puedo leer desde sus ojos la tristeza que lleva encima. Detesta las órdenes y los duros regaños que Hardy le mete cada día, y la trampa de la que intenta escapar es la rutina en la que se encuentra envuelta en un trabajo que no la hace feliz.
Miro entre la rendija de su despacho. Hardy está sentado en la silla favorita de Ronnie, con el ceño fruncido y la vista fija hacia unos papeles que tiene en la mano. Antes de siquiera pensarlo dos veces y antes de que Donna me detenga entro a la gris habitación con el sonido de mis tacones que le avisa de mi llegada.
— ¡Wow! ¿Siempre sueles vestir así? — pregunta con un tono altivo al mirarme reposar frente a él.
Ni un buenos días siquiera.
Lejos de sentirme avergonzada por mi aspecto ensancho una ligera sonrisa y me siento feliz al elegir un ligero vestido de tirantes con estampado de cuadros y las tetas al aire, desde que deje de usar sujetador me siento libre, aunque ciertamente las miradas acusadoras hacia mi cuerpo por no usar sujetador me incomodan diariamente, me hace sentir más decepcionadas por que suelen juzgarme más las mujeres y eso me hace pensar…