Abro los ojos lentamente. Los rayos de sol pegan justo en mi rostro, cegándome un momento. Intento acostumbrarme a la luz mientras miro a mí alrededor en busca de saber dónde me encuentro esta vez.
Suelto una sonrisa después de rodear con la mirada toda la habitación y recordar todo el desastre que ocasionamos anoche. Almohadas tiradas y ropa desperdigada en distintos espacios.
Un largo suspiro seguido de algunas volteretas en la cama me distrae de mis hilarantes pensamientos. Por inercia mis ojos instantáneamente viajan hacia el cuerpo desnudo bajo las sábanas ubicado a un lado de mí, lo inspecciono mientras duerme bocabajo plácidamente. Esas largas y tupidas pestañas me hacen desear despertarlo, querer volver a deleitarme en su mirada y repetir lo de anoche mientras nuestros cuerpos se mueven en un compás perfecto, pero en su lugar bajo de la cama cuidadosamente en busca de mi ropa y me la acomodo en el proceso.
Los cuentos de hadas definitivamente nunca formarán parte de mi vida.
Mienten, traicionan y te rompen; así duele menos.
Así que como me es costumbre, me paseo por el departamento con mi bolso en mano en busca de mis zapatillas y ya que los tengo puestos terminó por salir del edificio.
Una vez fuera, salgo de ahí como alma que lleva el diablo, sin intención alguna de recordar siquiera como volver. El amor no tiene espacio en mi apretada agenda, disfruto de mi soltería porque siendo sincera de santa no tengo un pelo, así que gozo del sexo como mejor se me plazca. A veces, para pasar mis ratos de soledad.
Respiró fuertemente, cierro los ojos e inhalo el aire a mi alrededor. El clima está bastante fresco esta mañana, y como mi casa está a unos minutos del centro, camino hasta mi vecindario. Las calles a estas horas se encuentran tan solitarias y casi vacías. Llega a mis fosas nasales ese olor tan fresco que deja el verano y es cuando comienza a entrar el otoño. Las hojas de los árboles se salpican como una colorida obra de arte de colores entre rojo y rosado con algunos tintes amarillos dando una magnifica vista del paisaje de la ciudad de Oaxaca, haciéndome sentir extrañamente tan tranquila.
A decir verdad la paz y tranquilidad que siempre necesite se encuentra en Oaxaca. Está ubicado entre extensas colinas y está construido principalmente por cantera verde. No posee más de 500 metros a la redonda y cuenta con cientos de habitantes, entre su mayoría jóvenes y algunas personas de edad avanzada con un intenso radar por los chismes de la pequeña ciudad, sin contar algunos guapos turistas que vienen en busca de aventura.
Se encuentra repleto de casas pintorescas, edificios estilo barroco, algunas cadenas comerciales se han adaptado al barrio tanto boutiques así como algunas tiendas y cafeterías antiguas. Además cuenta con un centro histórico bien conservado con calles empedradas y edificios coloniales. Las casas pintorescas y los grandes hoteles, le dan vida a la ciudad con los restaurantes locales que ofrecen la comida tradicional oaxaqueña y sin dejar de mencionar la producción de mezcal hecho a partir del agave.
Lo complementan varios mercados míticos de la ciudad, zonas arqueológicas, museos, iglesias demasiado elegantes con mucha historia detrás, muchos parques públicos extensos, una vegetación exótica, y una pequeña emisora a mitad de la ciudad, justo donde trabajo, todo rodeado entre grandes montañas.
La cultura y la historia del lugar es tan vieja, mística y llena de fiesta que te atrapa. Oaxaca, es un pueblo pequeño al que le llaman "ciudad", pero todos se conocen y todos han estado con todos.
Con las zapatillas en mano, incapaz de dar un paso más, logró llegar frente a mi vecindario. Como ya es costumbre uno que otro vecino está de mirón tras las cortinas de su departamento con una mala cara.
Tranquilamente abro la puerta y justo al cruzar la habitación principal la mirada acusadora de mi roomie me recibe.
— Por lo menos te dignas a aparecer esta mañana — me reprocha mientras se para frente a mí, señalando hacia mi lugar con una humeante taza de café, intentando sonar molesto.
— Hola, buenos días hermanito ¿Cómo amaneciste? Yo muy bien ¿y tú? — respondo con sarcasmo en mi voz, pasándolo de largo y en el proceso le arrebató la taza de café para darle un enorme trago.
Miro a mi mejor amigo, mi hermano y mi familia y sonrió de oreja a oreja. Cuando mis padres murieron, y quedé huérfana, una tía, con quién crecí toda la infancia, se hizo cargo de mis hermanos y de mi. Ella me protegió, me brindó una carrera, me apoyó y me enseñó la seguridad emocional que mis padres no pudieron brindarme. Pero como en todas las historias y como dice ese viejo dicho: el muerto y el arrimado a los 3 días apesta, comenzaron los problemas de convivencia, pronto ya éramos más una carga emocional que una familia, así que simplemente decidí irme, emprendí mi vuelo por evitar una vez más ser un problema.
Es ahí, donde Diego entró a la historia para salvar mi vida. Ambos nos entendemos porque perdimos a nuestros padres al mismo tiempo. Pasamos el duelo de manera conjunta, Diego es aquel hombre que me ayudó a estabilizarme de manera emocional. Con los años me acostumbre a su presencia y entablamos una especie de hermandad. Ahora cada que lo necesito está ahí. Sin preguntas.
— ¡Carajo! Que bueno esta — saboreo el líquido que pasa por mi garganta mientras me dirijo hacia mi habitación.
Es tarde, he olvidado que hoy es lunes y para mi mala suerte tengo que conducir mi sección de radio en media hora.
— ¡Espero que los milagros existan porque no creo estar lista a tiempo! — Pienso.
— ¡Espera un segundo! — Detiene mi paso. Preocupada me volteo de inmediato hacia donde él se encuentra, la luz del sol se filtra a través de la ventana de la cocina, iluminando los azulejos blancos y brillantes, rebotando en el cabello ondulado de Diego e inevitablemente no puedo reprimir un gesto de mal gusto al mirar cómo a pesar de ese estilo desenfadado y cero combinable, se ve bien. Su complexión delgada se complementa con una postura relajada y segura de sí mismo, mostrando una confianza vestido dentro de una camiseta color gris sin estampado, un short al estilo Adam Sandler y para rematar unas crocs con calcetines negros. Río dentro de mí, Diego siempre refleja una actitud relajada que le envidio, porque su manera de vestir es un reflejo de su espíritu libre y despreocupado.
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Editado: 09.12.2025