Y que será de ese bicho que llamamos "ganas de escribir" que pueden llevar un ritmo casi robotico de cinco páginas por día o por el contrario pasarse meses e incluso años sin redactar ni media palabra hasta que un día se levantan por la mañana solo para sentenciarse a sí mismos "hoy como que me dieron ganas de escribir".
Quizá el punto central es que ser escritor no es el que redacta algo todos los días solo para repetirse en la cabeza orgulloso en una patética competencia inexistente contra tu propio ego “yo escribo todos los días”. Poniéndome bajo el farol penoso de la cursilería podría decir que un escritor real no abandona la escritura para siempre, como ese mosquito que te fastidia la piel del brazo cada noche sin importar cuantas veces fumigues la habitación. Tarde o temprano el infeliz siempre regresa.
Y motivos no nos faltan. Motivos decentes o idiotas pero motivos a final de cuentas. De todas formas muchos tenemos suficientes personajes inventados como para bautizar con sus nombres cada avenida de nuestro toxico universo literario, porque conste que dejando de lado lo positivo y lo negativo no existe ninguno que no sea tóxico pues de lo contrario sería muy aburrido. Y siendo ese el caso es reconfortante saber que podemos descargar todo nuestro egoísmo en la ficción.
Ahora, por primera vez, egoísta no es sinónimo de malo ya que si hablamos de malo entonces existe más de un ejemplo vergonzoso en nuestro repertorio. Y vaya que sabemos reconocer lo malo. No somos idiotas, o al menos solo lo suficiente para permitir que estas ideas malas vean la luz, y aquí es cuando los motivos idiotas cobran un nuevo sentido. Hablamos de esas ideas tan malas que las reconoces al instante que irrumpen en nuestra mente y la seguimos reconociendo cuando se instala como un inquilino que sabemos que nunca pagará el alquiler. Pero bueno, las ideas malas son mucho más simples de escribir y más tentadoras, pero definitivamente sabes que son malas. Entonces puedes pasar noches en las que la razón intenta convencer al morbo con algo como “no lo hagas” “es una terrible idea” “vas a arrepentirte del tiempo gastado” “en serio que no lo haremos porque esta idea es del asco” Pero en fin, existen ocasiones en los que dejas que el morbo nos seduzca y al siguiente día redactas el primer párrafo de tu historia a la que con emoción le das un título tipo “Errores perfectos” para darle un toque de filosofía de segunda o tercera clase para intentar justificar una idea tan mala. Y entonces te ves ahí, entre apenado y curioso, publicándolo en línea a tu protagonista vestido como un guapo conde del siglo XIX con sombrero de copa y todo. Que se enamora de una coprotagonista exótica con un ridículamente complicado nombre cuyo significado es “fuego”, “abismo” o “mar” ya sea en griego, latino o suajili. Pero tranquilos, que las malas ideas mayormente tienen patas cortas y quedan tan solo como un vergonzoso recuerdo que no pasó del tercer capítulo. Muy conveniente para los que tenían planeado incluir extraterrestres cuando llegasen al octavo.
Pero claro, a veces el morbo es tan grande que se conciben excepciones a la regla. Entonces llegan esas cosas que incluyen vampiros sexys, hombres lobo, demonios, ángeles, dioses y criaturas mitológicas, etc. Ideas tan malas que son bue… No, solo son malas, pero eso sí, con mucho morbo, el morbo más barato que puede existir. Y ya que es tan barato lo vuelve fácil de adquirir y digerir mentalmente. Por supuesto que no aspiro a entenderlo todo. Ya que luego de varios años aun no logro descifrar que tipo de morbo fue el que llevó a una idea tan “meh” como Percy Jackson incluso a una secuela, pero en fin.
¿De que hablaba? Ah sí, de ser escritor. ¿Consejos positivos? No tengo ninguno. No es algo que podamos analizar con facilidad y menos si nos remontamos a nuestros inicios en el área de la lectura. En retrospectiva me confunden esos libros infantiles en los que te plasman cosas como “el trencito hace chu-chu”, “el perrito hace guau, guau”, “el gatito hace miau, miau”. Y si los infantes de dos o tres años tuvieran tan solo una pizca más desarrollada su ansia literaria de seguro se preguntarían si de verdad esos “brutales” relatos onomatopéyicos son los que se supone le enseñarán a redactar en correcto castellano.
Esto nos enseña que existen bastantes libros que no proporcionan ninguna enseñanza literaria. Moral quizás sí, pero literaria en definitiva, no. No en balde salen miles de libros de autoayuda cada año.
Bueno, de nuevo estoy divagando demasiado. No tengo idea del concepto de lo correcto, por tanto es común no saber cuál es exactamente el significado profundo que deseamos lograr con todo este circo al que llamamos “ganas de escribir”. Pero si algo si he aprendido en estos deprimentes años es que aunque no sepamos que queremos al menos saber con exactitud lo que NO queremos, es un gran primer paso.
Mantener el morbo en un nivel decentemente estético no es mala idea tampoco. Por cierto ¿Alguien sabe porque García Márquez tenía ese raro fetiche sexual de emparejar niñas de 14 años con viejos de más de 80? No, mejor olviden esa pregunta. Ya tengo suficientes traumas por cosas que ni me interesan.