Música suave pero con un toque osado se escuchaba con más claridad una vez cruzamos la puerta principal. La estancia es pulcra, amplia, nada parece quitar aquella frescura y ese aroma de confort que se ve en cada detalle que la adorna. Lo único que parece quitarle protagonismo a todo el lugar iluminado por aquella lámpara de techo en forma de flor con unos pétalos que iluminaban toda la sala, no era la escalera a un lado, esa casi no se notaba se seguías mirando al frente, lo que inmediatamente captaba tu mirada era aquel ventanal corredizo de puertas francesas abiertas que daban vista hacia aquel jardín iluminado por el brillo de las personas que conversaban, disfrutan y bailaban al ritmo de aquella melodía que deambula por el lugar junto con los camareros que caminaban con bastante agilidad por el jardín decorado con elegancia, delicadeza y un toque de picardía.
Miro todo a mi alrededor, tragando el nudo que se había formado en mi garganta cuando comencé a subir escalón tras escalón. Humedezco mis labios resecos por la ansiedad. Suelto mi vestido y acomodo mejor el pequeño bolso en mi mano izquierda para deslizar la derecha sobre algunos pliegues que se habían formado sobre la tela negra. Mis ojos recorren las paredes, los rincones, los objetos que tantas veces había visto en las noches a través de aquellas fotografías para tratar de recordar algo, pero nada. Llegó hacerme sentir frustrada, molesta, ¿cómo era posible que no los recordara?, con el tiempos, en las noches, me convencí de que eso se debió a que fueron pocos los años que estuve en esta casa.
Un pie tras el otro, sintiendo a Ava detrás de mí, dejo caer los ojos cuando vuelvo a mirar hacia el frente, hacia esa pequeña línea que nos divide.
—Bienvenida a casa Luz —susurra Ava, aunque no la veo, sé que sonríe, está feliz de que esté aquí, de que esto esté sucediendo. Me gustaría contagiarme de eso, de esa genuidad que ella desprende con su presencia, con lo que ella cree correcto y es verdad. Pero no es así, no siento que nada de esto sea adecuado o cierta, más bien lo siento fuera de mi alcance, irreal por más que sea lo contrario. Ella cree que es verdad por lo que Diego le dijo, cree que es verdad por un papel lo dice, pero también hay algo más, ella cree algo que yo dedo pueda pasar.
Siento su mano en mi brazo, cortésmente le sonrío, es lo único que atino hacer cuando siento al temor disfrazado de ansiedad invadirme a través de un susurro escalofriante que se queda pululando en mi cuello. Con un gesto que hace en los labios, me invita a dar el paso que me falta, y lo hago, mirando una que otra vez la puerta que parece invitarme a salir huyendo de este lugar.
Pero ya era tarde.
La frescura de la noche acaricia la piel de mi pierna descubierta, ya estábamos afuera, la hora de arrepentirse ya paso de turno. Ava me señala con la mirada una mesa, ellos sonreían, celebraban chocando sus copas o alguno que otro comentario que compartían por lo bajo arrancándoles de sus labios más sonrisas que trataban de disimular mirando para otro lado, tapando sus bocas, o con un trago.
Se les veían tan bien...sin mí.
Es como si mi ausencia no representará nostalgia alguna durante estos años que estuve lejos por una razón que no tengo completamente clara. ¿Y qué hay de Diego, mi abuelo? Su partida parece que no les afectó. Solo fue alguien más en sus vidas. Un conocido, pero a la vez un extraño que solo merecía unos momentos de tristeza. Ellos era una familia, sin Diego y sin mí. Así parece que estaban mejor. Yo morí con mis padres hace más de 18 años y Diego, bueno, creo que antes de que él falleciera él ya estaba muerto para ellos.
Su cara aparece en mi mente, una sonrisa parece en ella, sus ojos adquieren una chispa y luego...
Contengo la respiración pero el dolor se comienza a dibujar en mis labios cuando reprimo la necesidad de gritar, de llevar mis manos hasta mi cabeza y apretar hasta que esto desaparezca. ¿Qué fue eso?. Mis ojos se comienzan a nublar por culpa de aquel recuerdo, trato de ocultar la molestia que aún sigue en mi mente de los preocupados de Ava que me pregunta que me sucede, cierro los ojos y le pido un vaso de agua. Cuando se aleja, dejo escapar un sollozo, el dolor de aquello que recordé. Tenía que controlar que estaba sucediendo, no podía exponerme de esa manera, no por ellos. Sabiendo que no puedo hacer un episodio de esos, que los he aprendido a controlar cuando aparecen, doy la espalda a la realidad y respiro hondo dejándome llevar por lo que recuerdo y es obvio que no puedo dejar de lado por más que quiera.
—Si alguien va a destruirme quiero que seas tú.
—¿Por qué me das ese derecho?
—Sé quién eres —Su mano acaricia mi mejilla —,que buscas y que quieres.
Suspiro en medio de aquello que me consume, me desgasta, incluso, me quita hasta el aliento.
—¿Estás bien Luz? —le susurro un diminuto sí cuando llevo el vaso de agua hasta mis labios, pero solo me cree cuando sus ojos se conectan con los míos.
—No fue nada, seguro la emoción de volver después de tanto tiempo —digo, caminando una al lado de la otra hacia una de las mesas vacías.
—Me lo imagino. Pero, ¿por qué no te acercas?.
Miro la mesa y luego a ella que tome de su copa.