—¿Se puede saber qué te pasa? —pregunta Andrea después de que Ava cerrara la puerta de mi oficina.
—Nada, ¿por qué? —contesto sin levantar la mirada de unos papeles que simulo leer desde que ella se sentó enfrente y no dejó de apuntarme con aquellas perlas oscuras. Sentía que me leía el pensamiento, que descifraría lo que me pasaba con tan solo mantener el contacto, lo sabía. Por eso, cuando entro con aquella sonrisa de niña tímida detrás de Ava y me miró, preferí prestarle atención a la castaña y a ella solo le hable cuando era necesario. Tomaba notas. Asentía a lo que le decía haga hincapié. Era eficiente desempeñando su papel. Pero ahora que Ava se fue para terminar de coordinar una reunión con los departamentos creativos dentro de una dos horas, Andrea dejo su sonrisa de lado y entorno la mirada hacia mí, queriendo encontrar lo que me pasaba, lo que ocurría y me tiene así, inquieta.
—Porque tienes como media hora en el mismo párrafo y solo tiene como cinco líneas —aclara.
Dejo el bolígrafo a un lado, suspiro y levanto la vista, me encuentro con algo genuino en su mirada oscura; más que curiosidad, es un temor disfrazado de preocupación.
—Son ideas tuyas —digo, agachando la mirada a hacia los papeles, restando importancia con un ademán —,nada me pasa. Solo estoy cansada.
—Ideas mías —Prueba las palabras en sus labios haber que tal saben.
A través de aquel tono tranquilo y dudoso, percibo como intenta descifrar lo que quiere decir en realidad aquellas dos simple palabras. Tienen un significado sencillo y claro, pero ella pareciera que quiere encontrar el origen, el trasfondo que ocultan ellas cuando yo lo dije. Las saborea, analizando meticulosamente. Un silencio. Segundos así. Parece que no fue suficiente lo que le dije.
—¿Qué tratas de decir con: Ideas mías? —consulta, obligándome a mirarla —.Porque si te basas en lo que tengo en mi cabeza déjame decirte que solo tengo una solo idea, y si esa idea es la clave para descifrar lo que te ocurre y te tiene así, te quiero decir que estamos a tiempo aún de hacer algo al respecto.
La confirmación de que algo me pasaba creo que se termino de dibujar en cada facción de mi rostro. Escuche su satisfacción, la de haber dado justo en el clavo, en los labios de ella. Andrea sabía que era con respecto a él, pero desconocía que lo que me tenía así era lo que recordé, lo que sentí, lo que ahora me pregunto y no sé cómo contestar. Todo era un lío de preguntas, emociones, respuestas, sentimientos, interrogantes, impresiones...Un sin fin que me tenía en la orilla de un pozo sin fondo.
A diferencia de mis otros recuerdos, de los que ellos me provocan cuando compruebo que es verdad, esta vez, fue distinto. No me sentí traicionada por recordarlo, no me sentí mal por aceptarlo como un hecho, tampoco me sentí culpable por no poder borrarlo de mi mente. Era como si no importara. Nada. Salvo lo que ocurrió. Es una verdad que emerge desde adentro, con fuerza, con ansiedad, con un toque de algo que me hace querer volverlo realidad. Es una necesidad extraña, diferente, cautivadora como solo ella puede ser. Me abraza, me acaricia, me habla, me susurra, me seduce...provoca tanto y tan intenso que solo te dan ganas de seguir, continuar pegada a eso que no se ve pero se siente.
Nos miramos, dejando que el silencio hable. Por ella que quiere saber. Por mi quiero decirle. Habló. Susurrando. Bajito. Despacio. Lento. Tomando todo su tiempo. Dijo tanto que pareciera no dijo nada en los segundos que tuvo entre nosotras. Una sonrisa, traicionera y nerviosa, se me escapo de los labios cuando note que las palabras estaban a punto de salir corriendo de mi boca.
—Ya no hay tiempo, está hecho. Solo espero que esto no ponga en peligro la misión —me limito a decir corriendo la vista hacia la ventana.
Comencé a preocuparme de que ella lo notara, que percibieran a través de mi voz el efecto que ocasionó aquel primer encuentro después de tanto tiempo. El hombre sin rostro. Con piel que habla por él. Aprovecho ese momento y lo hizo con alevosía, con un regocijo que aún me parecía poder escuchar detrás de mí: susurrando, acariciando, disfrutando con un fin que creo poder reconocer dentro de toda esta oscuridad que me rodea. Ha sido lo único que he podido aceptar como un hecho que sí ocurrió. Es extraño de explicar, yo misma no sé cómo logré llegar hasta este punto. Pero lo hice. Y no puedo hacer mucho para cambiarlo, aunque quisiera hacerlo, no me atrevo, no quiero y eso me molesta.
No era tentar la suerte, complacer al deseo o a la necesidad lo que él buscaba al jugar conmigo de ese modo. Era bueno. Era malo. No había punto medio. Eso llama mi atención. Había algo más por lo que yo y él decidimos jugar para ver quien sostenía más tiempo la balanza de la mentira que nos inventamos. De nuestro engaño al decirnos en aquellos ayeres que eso que ocurría en las paredes de aquella casa, era una mentira, un cuento que se sentía como verdad.
Parecía que no había punto medio, pero si lo había, él lo tiene. Era el mismo juego de antes. La misma falsedad. Jugaba a mentir y me estaba pidiendo que jugara yo también. Me di cuenta cuando dejo de acorralarme como una presa y dejó espacio para que pensara con claridad mi próxima decisión a tomar: Huía en ese momento que me dio la oportunidad o...
—Luz, mayor es el peligro donde mayor es el temor. Nosotros no tenemos miedo, estamos confiados de que las cosas tomaran el curso que hemos deseado. No le tenemos miedo al peligro, por tanto, no hay temor. —Cierra su laptop. —Ayer cuando cerraste el teléfono, me di cuenta de algo. Pensé que eran ideas mías como dices. Pero, tienes un defecto, cuando algo te afecta no puedes ocultarlo. Te cuesta hacerlo aunque hagas un buen intento. Es como si todo de ti, a excepción de tu boca, hablara lo que intentes callas.