Mi cabeza gira alrededor de mis recuerdos y alrededor de mi cabeza están rondando mis pensamientos, haciéndome sentir su filo, tentándome con sus cortas estocadas cada vez que quieren hacerme notar algo que paso por desapercibido. Puedo verlos desde aquí, tenerlos incluso, son ligeramente ágiles. Algunos recuerdos se unen con mis pensamientos, se acompañan y se completan, esclareciéndose. Otros, entre tanto, se enredan de una manera que me hacen sentir nauseabunda, cansada. Estoy mareada de verlos dar vueltas a mi alrededor, parecen un baile artístico, con coreografía impecable, así se ven mis recuerdos cuando vienen a invitar a mis pensamientos a su son.
Me hacen sentir agotada, abrumada cuando vienen de esa manera tan inoportuna. ¿Por qué así? ¿Por qué ahora? Me gustaría que sintieran un poco de compasión, piedad quizás, provocan tanto que no sé ni qué es lo que debe sentir en realidad, no cuando vienen así, enterrándose en mi piel, saliendo de ella y dejando una herida honda que no sutura nunca.
Aparta el cabello de mi frente, cierro los ojos para poder controlar la marea brava, pero me arrepiento, los abro nerviosa, tragando en seco. Sus ojos volvieron aparecer, me hundieron sin darme tregua. He tenido recuerdos de algunas personas cercanas a mí, me hacen dudar de lo que dice, quiero ir con ellos, encararlos y que me hable con la verdad. Pero hay un problema: El momento. Una vez escuche que cuando quieres que las cosas salgan bien, tienes que hacerlo tú misma, con tus propias manos, pero en el momento indicado, de lo contrario, todo lo que pensaste hacer se volvería en tu contra y no habría solución para el problema, al revés, tendrías dos problemas sin solución.
Hay que ser inteligente, encontrar el momento para moverte y hacer la jugada perfecta, porque si no, como el juego del Rey y la Reyna, tu problema será tu amenaza, y tu amenaza hará que el rey adversario consiga ponerte en una situación que no puede cambiarse mediante ninguna jugada legal, entonces te dirá: Jaque mate, fin del juego.
Eso...El juego del Rey y la Reina.
Tengo que ser inteligente, encontrar el momento me garanterizará el éxito seguro, por lo menos con ellos, porque que con él, El Maestro, es diferente. No quiero encararlo, no quiero saber de su verdad. Es obvio que ese algo, a lo que ambos le llamábamos mentira, terminó consumiéndonos en la llamarada de la verdad, por lo menos a mí. No entiendo porque, pero quiero convencerme de que todo lo sentía estando con él, entre sus brazos, no fue mentira.
Por primera vez no quiero que uno de mis recuerdos sea una mentira y eso me hace sentir incómoda. Es una mezcla extraña, un tanto mezquina, de sensaciones. No me gusta lo que me hacen sentir. Lo que él provoca. No me gusta. Es él, lo que hubo, que me hace sentir vulnerable. No me gusta esta sensación en las palmas de mi manos, en mi garganta, en mis labios ansiosos, no me gusta.
Aunque, pensándolo mejor, lo que en realidad no me agrada de todo esto es que cabe la posibilidad de que yo haya sido parte de su estrategia, de un engaño orquestado, de que yo solo fui un medio para llegar hacia donde él quería estar. Me enerva comprender que cabe la posibilidad de que fui burlada, engañada por un hombre que está lleno de ambición, poder y ganas de obtener todo lo que un día fue de un hombre común y corriente como Diego Baermann. Me llena de rabia darle la oportunidad a la duda de entender que él, como el buen adversario que es, haya utilizado una de las tres maneras que tiene para evitar estar en jaque.
La ambición es amarga, pero deliciosa. Es un poder que corre como si fuera tu propia sangre, pero peligroso como el más eficaz de los venenos. Si no la sabes manejar, puede ser mortal. Muchos no le temen, no le tienen miedo a las consecuencias de unirse a favor de ella, y eso es malo. Puedes tener ganas de querer más, luchar por más, pero si tiñes ese deseo con el toque oscuro de la otra cara de la ambición, seguro, porque lo que está en el suelo llorando las consecuencias lo confirman, perderás. Con la ambición puedes volar, como arrastrarte, por qué quien todo lo quiere, todo lo pierde. Eso es lo que muchos no te dicen, callan para que sufras como ellos.
El lápiz se rompe entre mis dedos, reacciono, mirándolo partido en dos mitades casi iguales.
—¿Nerviosa? —curiosea Andrea, de reojo la miro.
—No —afirmo botando los trozos del lápiz a la basura —Es una emoción que no me está gustando sentir. Por primera vez me siento vulnerable, a merced de algo tan pequeño pero con una fuerza tan extraordinaria que...
—¿Qué?
—Que me da miedo Andrea —culmino en medio de una sonrisa nerviosa.
—Miedo —trató de adornar aquella palabra con dos signos interrogativos a los lados, pero fue obvio, por más que quisiera hacerlo notar de aquella manera, que no le resultaría tan fácil. —, ¿a qué?
—A no entender lo que hay detrás.
—No comprendo lo que quieres decir Luz.
—¿Todo esto no te recuerda al juego del Rey y la Reina? —Trato de hacer que me entienda, de que siga el hilo que estoy dejando al paso de mis palabras. No lo hace, al principio. La incito dejando un poco de silencio, quiero arrastrarla de alguna manera a donde estoy ahora. —Esto no te recuerda al ajedrez, dos jugadores, movimientos con fichas, precisos y limpios a la hora de hacer cualquier jugada astuta con previa meditación. ¿Te apuesto a pensar por qué la OFIC, por qué yo, por qué El Maestro, el ducto?