El cielo comenzó a tornarse ligero, relajado, tranquilo a medida que los segundos se convertían en minutos y ellos formaban una hora más, solo era cuestión de esperar un poco a la hora que me acercaba aún más a la acordada con él en aquel pequeño intercambio sin palabras.
Siento como un cosquilleo se forma en el centro de mi mano, pica de manera ansiosa sobre mi piel, rasco con mis uñas y vuelvo a dejar mis manos unidas sobre mi regazo mientras veo como la noche comienza a dibujar el cielo eclipsado por un aura amarilla que parece se la lleva entre las profundidades. Inhalo. Estoy ansiosa. Exhalo. Sin una pizca de miedo. Inhalo. Lo estoy esperando. Exhalo. Esta es mi oportunidad. Inhalo. La ansío como el sediento desea agua para saciar su sed. Exhalo. Dentro de pocos segundos el sol se irá por completo, el cielo será completamente oscuro, solo habrá unos puntos pequeños y brillantes adornándolo. Ya se fue. Ellos ya están coloreando el cielo sin luz. Desde aquí, sentada sobre la cama, la noche cayó como a ella le gusta hacerlo, despacio, lento, volviendo mi ansiedad una agónica desesperación.
Perdiéndome en ella, la noche, le sonrío a aquella luz suave que ella osaba regalarme cuando entraba por aquella ventana que iba del piso al techo en mi habitación. El momento se acercaba. Vuelvo a respirar. Me lo terminaba de confirmar el reloj que avanzaba a un ritmo que me hubiera gustado acelerar, apresurar cuando él se marchó sin decir nada, salvo, en un silencio que parecía que hablaba, que aceptó encontrase conmigo, a solas, lejos de aquello que lo hizo retroceder cuando nos vimos por segunda vez.
Cuando escuche su voz, otra, como la de un fantasma, me susurro un lugar. No lo dude. Rasgue ese papel y anote aquella dirección que luego, en el transcurso de la tarde, se convirtió en un recuerdo. Puse la hora en ella, envolví el papel en mi mano, temía que esta táctica de acercarme a él no funcionara, pero me equivoque, él aceptó.
No entendía algunas cosas.
Quiero respuestas de ellas.
Cuando lo vi por primera vez, él recalcó que siempre me encontraría, eso no lo puse en duda aunque no pensara en él después de aquel encuentro en la cabaña. Pero, ¿ mi ángel de la guarda? Espero que en verdad él quiera protegerme, guardarme y guiarme en cada paso que quede durante este metida en ese juego que parece no tiene fin. Solo espero, de verdad, que él quiera facilitarme alguna ventaja. A diferencia de Schmidt, los recuerdos que he tenido de Christopher han sido diferentes, me dejan con la sensación de que puedo confiar en él, en sus palabras, en lo que me tenga que decir. Han sido pocos, exactos, todos de mi pasado en un lugar que no es aquí. Estaba lejos, parecía estar ausente, un tanto carente de vida puedo afirmar, desolado cuando nuestras voces volvían de regreso, era un lugar...seguro.
—¿Por qué la urgencia? —pregunto, en voz baja, notando que tiene un paciente del otro lado de la cortina.
—Quiero que seas la primera en saberlo. —Hay rastro de emoción en su voz, solo un poco, la mayoría está teñido de algo de nerviosismo. Pocas veces lo he visto, y cuando eso sucede siento algo de temor por lo que pueda decirme, lo miro, atenta, esperando a que hable pero hace ese silencio a modo de misterio que me desespera.
—¿Saber qué? —cuestiono, con cuidado, dudosa, impaciente. Cuando Cameron está así es que algo loco, descabellado, trae entre manos.
Cameron achica su mirada, casi cerrando sus ojos, dejando ver el destello de un azul claro. No le gusto mi duda, mi tono. Abro los ojos, exasperada. Me retracto. Así que cierro mis labios con un zíper invisible y boto la llave inexistente al bote de basura que está a un lado de la puerta. Eso le gusta. Sonríe. Me tome de la mano, noto que está nervioso, su agarre no es tan fuerte como suele serlo. Unos cortos pasos y estamos frente a la cortina blanca, parece dudarlo, pero después no. Suelta mi mano para agarrar la cortina, muerde su labio y me mira por el rabillo del ojo antes de empujar y mostrarme que es lo que lo tiene así.
Tengo una sonrisa en el rostro, cuando él está así, de ese modo que raya casi lo infantil, es lo que me provoca. Pero, a medida que aquella delgada cortina pasaba frente a mis ojos, mi sonrisa y su entusiasmo al mostrarme que oculta, van desapareciendo.
No fueron sus pies maltratados quizás de tanto caminar, ni tampoco su pecho que subía y bajaba a un ritmo sosegado, mucho menos notar que sus brazos junto a aquellas manos que se notan pasaron por mucho, y no por lo que él hizo, sino por lo que le hicieron, que retrocedí con pasos cortos que me alejaron de él. No. Fue ver aquellas facciones de nuevo. ¿Cómo era posible, después de lo que él hizo, que respirara así, con esa maldita calma? Pareciera como si él en verdad conociera el significado de la palabra paz.
—Este hombre no estaba muerto —murmuro apartando la mirada de la suya y viendo a un nervioso Cameron a mi lado. De repente, comencé a sentirme incómoda, inquieta por compartir un espacio con ese hombre.
—No, andaba de parranda —intentaba bromear pero no le salió, hasta él noto que no era buen momento para un chiste de esos que él suele hacer para cortar con la tensión que se puede formar en el ambiente en momentos como estos.
—Cameron, que... —no puede seguir hablando, es que no sabía por dónde empezar. Respire, cerré mis ojos y exhale —.Se suponía que este hombre estaba muerto, tiene años "desaparecido". ¿Co...cómo es que está aquí, contigo y... así? —señalo al hombre que ya no me mira, ahora está con su mirada puesta al frente, ido en mundo ajeno al de nosotros. Me acerco a Cameron, lo tomo del antebrazo y le susurro —.A este hombre lo busca hasta la interpol.