BRANDY
Es sábado y lo primero que siento al abrir los ojos es alivio.
No tengo que salir corriendo, no tengo que buscar el abrigo de Ariana ni revisar que lleve su bolsa de colores. Me quedo unos minutos en la cama, observando el techo blanco de la habitación que fue mí durante la adolescencia.
Escucho el golpeteo de pasos pequeños en el pasillo y sé que es Ariana antes de que la puerta se abra.
—Tía, ¿puedo poner la película de Navidad? —pregunta asomando su cabeza. Su cabello está hecho un desastre y la pijama le queda un poco grande.
—Claro —respondo, sonriendo apenas.
Se va corriendo a la sala y yo me levanto.
En la cocina, Lola ya está preparando café.
—Buenos días —me dice, mientras revuelve la olla de avena.
—Buenos días.
— ¿Cómo estuvo la clase de ayer? —pregunta.
—Bien —respondo y me sirvo agua. No le digo que me encontré con Tacker, ni que todavía siento el peso de su mirada en la nuca.
Ariana entra a la cocina dando saltitos. —Fue genial —anuncia—. El profesor nos enseñó a mezclar colores para hacer el cielo y dijo que soy muy buena con los pinceles.
Lola sonríe y le acaricia el cabello. —Eso suena muy bien, Ari.
Yo escucho en silencio, sintiendo un nudo en el estómago.
“Profesor Brown.” Así le dijo Ariana.
No Tacker.
No el chico que un día desapareció sin decirme nada.
Dejo el vaso en el fregadero y reviso el celular. Otro mensaje de William.
Brandy, por favor, hablemos. Solo una conversación.
No respondo. Lo bloqueo, lo desbloqueo y vuelvo a bloquearlo. No estoy lista para leerlo, ni para que su nombre vuelva a tener poder sobre mi día.
— ¿Vas a quedarte en casa hoy? —pregunta Lola, sacándome de mis pensamientos.
—No lo sé —digo, mirando por la ventana—. Tal vez salga un rato.
Lo que no le digo es que necesito despejarme. Necesito aire antes de que mi cabeza empiece a girar de nuevo en círculos con las mismas preguntas: por qué volvió, por qué ahora, por qué parece tan diferente.
Salgo un poco después del desayuno.
El aire es frío, huele a leña de chimenea y a pan recién horneado de la panadería de la esquina. Me ajusto la bufanda y camino sin rumbo, dejando que el pavimento húmedo y las luces navideñas del pueblo hagan lo que saben hacer: calmarme.
Termino entrando a una cafetería pequeña que no había probado antes. Hay pocas mesas, luces cálidas y el sonido de una canción tranquila de villancicos. Me acerco al mostrador, revisando el menú, y entonces lo veo.
Tacker está detrás de la barra, preparando una bebida. Su cabello ya no es negro, ahora es castaño claro y se nota que hace ejercicio.
Me paralizo.
Él levanta la mirada. —Brandy —dice, como si el nombre se le escapara antes de pensarlo.
Trago saliva y finjo mirar el menú. —Un cappuccino, por favor —digo con la voz más neutral que encuentro.
Asiente despacio, sin dejar de mirarme y comienza a prepararlo. Siento que cada movimiento suyo es demasiado ruidoso, el sonido del vaporizador del café, el golpe de la jarra contra la máquina.
Me siento en una mesa al fondo, intentando controlar mis manos que tiemblan un poco. No he terminado de sacar el celular cuando llega un nuevo mensaje.
No puedes seguir ignorándome, Brandy. Hablemos.
Suspiro fuerte y dejo el teléfono boca abajo. No quiero pensar en William, pero se siente imposible no hacerlo.
De reojo, noto que Tacker atiende a otra cliente, una mamá con dos niños pequeños. Sonríe. Sonríe de verdad. Algo que casi nunca hacía cuando éramos adolescentes.
La mamá ríe por algo que él dice y yo aprieto las manos sobre mis rodillas.
Nunca lo había visto así.
Cuando trae mi cappuccino, lo hace con cuidado. —Aquí tienes —dice, dejando la taza frente a mí.
—Gracias.
Él parece debatirse entre volver a la barra o decir algo. —No sabía que vivías aquí otra vez —dice finalmente.
—Sí —respondo, sin dar detalles.
Asiente, pero sus ojos siguen buscándome, como si quisiera leerme la mente.
El café está caliente y sabe a canela. Por un momento me concentro en eso, en el vapor que sube de la taza y el murmullo de la gente alrededor.
Pero entonces vuelvo a sentir su mirada.
Levanto la vista. Él sonríe, un poco torpe, un poco tímido. No es el Tacker que recuerdo, con muros alrededor.
Y quisiera dejar de pensar en él también.
Termino el café rápido y me levanto.
—Nos vemos —digo, sin saber si en serio quiero verlo de nuevo.
Camino hacia la salida, pero escucho sus pasos detrás de mí. —Brandy —me llama.
Me detengo. — ¿Qué?
— ¿Podemos hablar en algún momento? —pregunta, sus manos en los bolsillos.
—No lo sé —respondo, honesta.
Asiente despacio, como si hubiera esperado esa respuesta. —Está bien.
Salgo al frío de la calle, respirando profundo.
Mi corazón late rápido, no sé si por el café o por él.
O por el hecho de que el pasado parece decidido a no dejarme en paz.
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Editado: 21.11.2025