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TACKER

13 años

Ha pasado un mes desde que conocí a Brandy, y todavía no entiendo por qué insiste en sentarse conmigo en todas las clases donde puede. Hoy la profesora nos puso a trabajar en parejas para hacer un cartel de ciencias.

Obviamente, Brandy ya arrastró su silla hasta mi mesa.

—Mira, tú dibujas el volcán y yo hago las letras —dice, como si fuera obvio que yo tengo que dibujar.

—¿Y por qué yo? —pregunto, mirándola de reojo.

—Porque vi lo que hiciste en la última clase de arte —responde.

Me quedo en silencio un segundo. Cierro el cuaderno y tomo el marcador negro.

—No es gran cosa —murmuro, mientras empiezo a trazar el contorno del volcán en la cartulina.

Ella apoya la barbilla en su mano, observando. —Es bastante bueno, en serio. —Su voz suena sincera, no burlona.

Levanto una ceja. Nadie suele fijarse en eso. Al menos no de buena manera.

—Gracias —digo, y suena raro en mi boca.

No suelo agradecer mucho.

Ella sonríe. —¿Ves? No fue tan difícil.

Sacudo la cabeza pero sigo dibujando. Es extraño trabajar con alguien que no se queda callada.

Brandy habla de cualquier cosa: de la canción que tiene pegada, de cómo su mamá le prohibió comer gomitas antes de las comidas, de un video que vio sobre erupciones reales.

Yo no digo mucho pero tampoco quiero que deje de hablar.

Cuando termino el dibujo, ella lo llena de colores y escribe el título con letras enormes. El cartel empieza a verse bien. Miro alrededor. Varios compañeros solo están jugando con los marcadores, pero nosotros ya casi terminamos.

—Somos un buen equipo —dice, sonriendo orgullosa.

—Supongo —respondo encogiéndome de hombros.

No lo digo en voz alta pero es cierto. Me gusta que ella no me trata como el raro. No me mira como si fuera alguien de otro planeta.

Bethany se acerca justo cuando estamos guardando los marcadores —Brandy —dice con voz dulce, ignorándome por completo—, ¿quieres venir a mi casa esta tarde? Vamos a hacer galletas y ver películas.

Brandy sonríe pero no parece muy convencida. —Gracias, pero creo que hoy no puedo.

Bethany la mira de arriba abajo y luego me mira a mí, como si yo fuera un insecto en la mesa.

—¿Vas a quedarte aquí haciendo cosas con él? —pregunta, casi escupiendo la palabra “él”.

Siento el calor subir a mis mejillas pero no le doy el gusto de reaccionar. —Tal vez —responde Brandy, sin perder la calma.

Bethany pone los ojos en blanco. —Bueno, te lo pierdes.

Se va con sus amigas, riéndose en voz baja.

Brandy suspira. —Lo siento.

—No me importa —respondo, sin apartar la vista de la cartulina.

Ella se ríe. —Podrías al menos fingir que te molesta.

—No necesito fingir nada —digo, guardando mis cosas.

La verdad es que sí me molesta. No lo que dijo, sino la forma en que me mira. Pero no le voy a dar más poder del que ya cree tener.

La campana suena y salimos al pasillo. La gente se empuja para llegar primero a la cafetería, pero nosotros vamos despacio. Brandy camina a mi lado, balanceando su mochila.

—¿Sabes? —dice—, creo que tu volcán quedó tan bien que deberíamos hacer otro.

—No voy a dibujar otro volcán —respondo, pero sonrío un poco.

Llegamos a la fila de la cafetería. El olor a pizza recalentada y jugo llena el lugar. Tomo una bandeja y me giro hacia ella.

—¿Quieres venir a mi casa después de la escuela? —pregunto, antes de pensarlo demasiado.

Ella parpadea, sorprendida.

—¿A tu casa?

Asiento. —Van a dar el nuevo episodio de Cuerdas Oscuras.

Ella sonríe de inmediato. —¿De verdad? Estoy obsesionada.

—Lo sé —digo, recordando cómo no deja de hablar de ella en clase.

Brandy acepta y de pronto la idea de la tarde en casa ya no se siente tan mala. Me imagino a mi mamá trabajando hasta tarde, la casa en silencio… pero esta vez no voy a estar solo.

Cuando salimos de la cafetería con nuestras bandejas, me doy cuenta de que me siento diferente.

Como si el simple hecho de que ella haya dicho que sí fuera suficiente para que el día valga la pena.