Final Alternativo

7

TACKER

13 AÑOS

El aire está tan frío que me arden las orejas.

Brandy camina a mi lado, soplando sobre sus manos como si eso sirviera de algo. Las luces navideñas del vecindario se reflejan en el pavimento húmedo.

— ¿Sabías que hay tonos de pintura que se limpian mejor que otros? —dice, mostrándome sus dedos manchados de pintura de la última clase de arte.

Solo asiento. No es que no me interese lo que dice pero últimamente no estoy de humor para muchas cosas.

Llegamos a la esquina y la luz del semáforo cambia. Brandy da un paso para cruzar, pero de repente un auto se pasa la luz roja y viene directo hacia nosotros. Sin pensarlo, la tomo de la mano y la jalo de regreso a la acera.

Ella suelta un grito pequeño.

El auto pasa zumbando, la bocina suena.

— ¡Idiota! —Le grita al carro y luego me mira—. ¿Estás bien?

—Debería preguntarte eso yo —respondo, soltando su mano despacio.

Brandy respira y se ríe nerviosa. —Supongo que me salvaste la vida.

No respondo. Me quedo mirando la calle, el semáforo ahora en verde, las líneas blancas del paso peatonal. Pienso en todas las veces que me he quedado quieto frente a una calle así, solo mirando el tráfico y preguntándome qué pasaría si no me detengo.

Si no me importa.

Brandy me toca el hombro y salgo del trance.

—Tacker, ¿cruzamos o no? —pregunta, como si nada raro hubiera pasado.

Asiento y camino a su lado.

—No todos los días casi muero atropellada —bromea ella—. Debería agradecerte con algo.

—No tienes que hacerlo —digo.

—Pues lo haré igual.

Me mira de reojo y sonríe. No sé qué rayos ve en mí, pero por primera vez en todo el día, no me molesta que alguien siga caminando conmigo.

Seguimos caminando.

Brandy no parece molesta por lo del carro, de hecho parece más animada ahora que antes. Yo en cambio, siento algo en mi pecho.

Cuando llegamos a la calle principal, estiro la mano sin pensar y ella me la da. Sus dedos están fríos. No me mira, solo aprieta un poco como si esto fuera algo normal.

Al otro lado de la calle hay una tienda de segunda mano. Brandy se detiene. —Entremos —dice.

No es que me encanten las tiendas, pero no quiero soltar su mano todavía.

Asiento.

El timbre de la puerta suena al abrirla, un ruido agudo que me da un pequeño escalofrío. Las luces parpadean un poco, y por alguna razón eso me recuerda a algo… una imagen que prefiero empujar de regreso a la parte más oscura de mi cabeza.

Camino por los pasillos llenos de estantes con libros, ropa colgada, juguetes de otras épocas. Paso la mano sobre la superficie de una mesa rayada.

Me gusta este lugar, está medio roto como yo.

Brandy se separa un poco para ver un perchero. Yo me quedo quieto, mirando una fila de gorros de lana. Pienso en mi papá. Pienso en cómo solía usar uno rojo en invierno, siempre doblado de la misma forma.

Me pregunto dónde habrá terminado ese gorro, si mi mamá lo guardó o lo tiró.

— ¡Tacker! —la voz de Brandy me saca del pensamiento. Cuando me doy la vuelta, está sosteniendo un gorro de Santa Claus. Sonríe como si hubiera encontrado un tesoro.

—No —niego con la cabeza antes de que diga algo.

Ella se acerca igual y me lo coloca en la cabeza. —Perfecto.

—Pareces una tonta —le digo, quitándomelo.

—No, tú pareces alguien que por fin tiene espíritu navideño —responde, cruzando los brazos.

No puedo evitarlo, me río un poco. Brandy sonríe satisfecha y busca otro gorro para probárselo.

Hay algo extraño en mi pecho. No sé si es el recuerdo de mi papá o el hecho de que Brandy parece ver en mí algo más que el tipo raro del salón.

Ella se coloca un gorro verde con una campanita que tintinea cuando mueve la cabeza. — ¿Ves? Podemos hacer juego.

—No pienso comprar esto —respondo.

—Entonces es un préstamo. —Se encoge de hombros y camina hacia la caja como si de verdad fuera a pagarlo.

La sigo sin saber muy bien por qué. Quizás porque, por un momento, es más fácil seguirla que regresar a mi cabeza.

Brandy se detiene frente a un estante lleno de adornos navideños. Hay esferas, renos de madera, cajas con luces enredadas y una figura de un muñeco de nieve que parece estar a punto de desarmarse.

—Mira eso —señala algo en la repisa más alta.

— ¿Cuál?

—Esa de allá. —Se estira de puntillas, pero ni siquiera llega a rozar la caja que está apuntando con la punta de los dedos.

— ¿Quieres que la baje? —pregunto.

—Sí, pero no te burles. —Cruza los brazos, aunque se le escapa una sonrisa.

Me acerco y en lugar de tomar la caja le pongo las manos en la cintura y la levanto un poco. — ¡Tacker! —grita, sorprendida, pero después se ríe.

—Tómala rápido o te suelto —bromeo.

Ella alcanza la caja, casi se le cae y luego la aprieta contra su pecho mientras yo la bajo al suelo. Nos miramos y estallamos en risa. El sonido rebota por el pasillo vacío de la tienda.

—Eso fue... —Brandy se limpia una lágrima de la risa—, eficiente.

—No podía dejar pasar la oportunidad de lanzarte por los aires. —Intento sonar serio, pero la sonrisa me delata.

Brandy se agacha para abrir la caja. Adentro hay un montón de campanas oxidadas y pequeñas cintas rojas. —Podríamos hacer coronas con esto —dice, entusiasmada—. Imagínate, colgarlas en la puerta del salón de arte.

—El profesor nos mata si hacemos ruido en clase —respondo, pero me agacho también para verla de cerca.

Ella me empuja suavemente con el hombro. —Eres un aguafiestas.

—Y tú eres un desastre.

Se levanta de golpe y se va corriendo hacia el siguiente pasillo. —Ven, mira esto.

La sigo, aunque en realidad no me importa lo que me va a enseñar. Me gusta verla reírse así.

Me gusta sentir que puedo hacerla reír.

Termino encontrándola con un sombrero de copa gigante puesto en la cabeza, demasiado grande para ella. Se le va de lado y casi le cubre los ojos.




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