BRANDY
La cafetera hace un sonido largo antes de soltar el último chorrito de café. La casa huele a pan tostado y mantequilla derretida. Es sábado, lo que significa que no tengo que levantar a Ariana tan temprano para su clase de arte.
De todas formas ya está despierta en la sala viendo caricaturas con las piernas enredadas en la manta de rayas que le regaló mi mamá el año pasado.
Sirvo café para mí y para Lola, que aparece en la cocina con el cabello alborotado y un gesto somnoliento.
—Buenos días —murmura, extendiendo la mano hacia la taza.
—Buenos días.
Nos sentamos en silencio hasta que Lola me mira por encima de su taza. Su expresión me hace sentir que puede leerme los pensamientos.
— ¿Qué tal te fue en la clase de Ariana? —pregunta.
Hago un esfuerzo por sonar casual. —Bien. Le gustó mucho, eso es lo importante.
Como si me hubiera estado esperando, Ariana aparece en la cocina, saltando sobre el piso de madera.
— ¡Fue genial! —dice, con esa voz chillona que me derrite. —El profesor nos enseñó a hacer una escultura de arcilla, mira.
Trae algo en las manos, un pequeño muñeco amorfo pero adorable. Lola se inclina para verlo.
— ¡Está increíble! —dice, y luego voltea hacia mí. —Se ve que sí se la pasaron bien.
—Sí. —Le doy un sorbo al café, evitando su mirada.
No menciono a Tacker. No le digo que lo vi por primera vez en cinco años, que por un segundo sentí como si el aire se saliera de mis pulmones. No le digo que no pude dejar de notar cómo ha cambiado, cómo sus manos ya no parecen las de un chico sino las de alguien que trabaja, que carga cosas pesadas.
Lola me observa un segundo más de lo normal.
— ¿Recuerdas a un amigo que tenía en la secundaria?
La pregunta se me escapa antes de poder detenerla. Lola parpadea, sorprendida y luego su expresión se suaviza.
— ¿Tacker?
Asiento.
Ella deja la taza en la mesa despacio. —Claro que lo recuerdo.
Doy yo un sorbo al café.
—Te gustaba mucho pasar tiempo con él —dice con voz baja. —Siempre regresabas cansada, pero feliz. Hasta que… —Hace una pausa, mordiéndose el labio. —Hasta que desapareció.
El nudo en mi garganta aparece sin aviso. —No desapareció, solo… se fue —corrijo.
Pero la diferencia es mínima.
Él se fue sin decir nada.
Ni un mensaje, ni una nota, nada.
Solo dejó un hueco que en ese momento parecía imposible llenar.
—Estabas muy mal —añade Lola—. Nunca me dijiste por qué se había ido.
No le respondo. No tengo una respuesta. Ni siquiera ahora.
Bebo más café, demasiado rápido y me quemo la lengua.
—Está… aquí —digo al fin. —Probablemente lo vea otra vez.
Lola frunce el ceño. — ¿Aquí? ¿De qué hablas?
Ariana se va de regreso a la sala. —Lo h vuelto a ver.
Eleva una ceja. — ¿Qué? ¿Cómo? ¿Dónde?
Recuesto un codo sobre la mesa para sostener mi cabeza. —No lo creerás pero, ahora es profesor y está dando la clase de Arte de Ariana.
Lola abre los ojos y permanece en silencio, creo que ella también está sorprendida de todo.
— ¿Qué? —Pregunta al fin—. ¿Es el profesor de Ariana? Pero, ¿Desde cuándo? ¿Cómo ocurrió? ¿Qué te dijo?
Levanto una mano. —No sé —siento una presión en mi pecho—. No sé. No lo sé porque no sé qué hacer, yo… no quiero saber nada de él pero al mismo tiempo, quiero hacerle mil preguntas.
Bufa. —No puedo creerlo.
Limpio una gota de café que se va a derramar de la taza. —Ni yo.
Suspira. —Entonces, ¿Cómo te sientes? —Se acomoda el cabello—. No quiero que te sientas mal cuando vas por Ariana, si quieres yo puedo encontrar tiempo o quizás…
— ¡No! —sé que mi hermana se está ofreciendo para evitar que me sienta incomoda pero prometí ayudarla—. Está bien, no es la gran cosa.
Pero sí que lo es. Tacker fue más que un amigo para mí, aunque no fuimos nada romántico pero sin duda entre nosotros había algo grande, especial y diferente. Algo que no le encuentro un nombre pero que no lo necesitábamos.
Éramos mucho más que amigos pero nunca cruzamos la línea a ser novios o algo parecido a eso. Siempre pensé que era algo fuera de los límites con él, aunque hubo días donde algo entre nosotros se sentía mucho más grande que solo amigos.
— ¿Quieres verlo? —pregunta, sacándome de los recuerdos.
No sé qué responder.
Ariana interrumpe con su risa mientras pide más galletas navideñas y eso me salva de contestar.
Pero la pregunta queda flotando en el aire, como el olor del café que ya se enfría en mi taza.
El estacionamiento está más lleno que la última vez.
Mamás y papás se despiden de sus hijos con gorros de lana, algunos con vasos de café en la mano. Yo aparco lo más cerca de la salida que encuentro.
Hoy no pienso quedarme.
—Vamos, Ari —digo, abrochándole el abrigo. —Me mandas un mensaje cuando salgas.
— ¿Por qué no te quedas esta vez? —pregunta, con un puchero que me hace sentir culpable.
Hago una mueca.
—Tengo cosas que hacer —miento, sonriendo. —Prometo recogerte temprano además lo de quedarse solo era la primera clase, no las demás.
Ariana suspira resignada y corre hacia la puerta con su mochila colgando. No me da tiempo de arrepentirme.
Apenas entra, me giro para ir de regreso al auto y ahí es cuando lo veo.
Tacker.
Está afuera, a pocos metros, hablando con una señora mayor que se despide de él con un apretón de mano. Por un segundo me quedo quieta, como si mis pies se hubieran clavado al suelo.
Él me ve.
Y sonríe.
La misma sonrisa que me lanzó en la cafetería, un poco torpe pero genuina. Esa sonrisa que jamás vi cuando éramos adolescentes, cuando la única forma de saber que estaba de buen humor era porque me lanzaba algún comentario sarcástico en lugar de quedarse callado.
—Brandy —dice, como si mi nombre fuera algo que sabe pronunciar de memoria.
Siento que el estómago se me revuelve. Solo me limito a asentir, a modo de saludo y a apurar el paso.
#5465 en Novela romántica
#1491 en Chick lit
navidad romance amistad, romance juvenil dolor, segundas oportunidades drama
Editado: 21.11.2025