Final Alternativo

9

TACKER

Cumpleños catorce.

Odio los cumpleaños.

Odio cómo parece recordarme todo lo que no tengo.

Bajo las escaleras y la casa está en silencio. Ni el ruido de la cafetera, ni la voz de mamá hablando por teléfono. Nada. Solo el eco de mis pasos. En la mesa no hay plato servido, ni una nota, ni un “feliz cumpleaños” escrito en un papel arrugado.

Nada.

Me detengo un segundo. Parte de mí quiere reír por lo predecible que es todo. Parte de mí quiere golpear algo.

Al final solo agarro mi mochila y salgo.

El camino a la escuela se siente más largo de lo normal. El aire está frío, el tipo de frío que se mete por la ropa. Me pongo los audífonos y subo el volumen. Prefiero que la música me grite en los oídos antes que escuchar el vacío que traigo en la cabeza.

Cuando llego a la escuela, voy directo a mi casillero. Quiero abrirlo, meter mis cosas, desaparecer.

Pero entonces la veo.

Brandy está sentada en el piso, justo frente a mi casillero, con las piernas cruzadas. Lleva un suéter enorme, las mangas cubriéndole las manos.

Apenas me ve, levanta la cabeza y sonríe.

—Llegas tarde —dice, como si me hubiera estado esperando por horas.

Me quedo ahí, mirándola un segundo. La gente pasa por el pasillo, hablando, empujando, riendo. Ella es el único punto quieto en medio de todo.

—No tenía ganas de venir —respondo al fin. Mi voz suena más áspera de lo que esperaba.

Brandy se pone de pie con un movimiento ágil. —Menos mal que viniste —dice y mete la mano en el bolsillo de su suéter—. Porque si no, no podría darte esto.

Me pone un sobre doblado en la mano.

Lo miro, confundido. — ¿Qué es?

—Ábrelo.

Lo abro despacio. Cuando veo lo que hay adentro, parpadeo. Dos boletos. Pero no cualquier boletos. Los reconozco de inmediato: el logo de esa banda que solo yo escucho, la que todos en la escuela dicen que es “depresiva”.

— ¿Cómo…? —empiezo a preguntar, pero no termino.

—Tengo mis secretos —responde ella y sonríe.

—Son carísimos —digo.

Brandy se encoge de hombros. —Lo vales. Además, es tu cumpleaños, ¿no? —me mira sonriendo—. Y no digas que no, porque sé que sí.

Me recargo en el casillero, sintiendo algo raro en el estómago.

Es la primera vez en todo el día que alguien dice “cumpleaños”.

— ¿Y quién va a ir conmigo? —pregunto, intentando sonar casual.

Brandy sonríe, como si lo hubiera estado esperando. —Pues yo, obviamente. ¿O ibas a invitar a otra persona? Mamá nos dejará allá, luego pasará por nosotros. Es su condición.

Suelto una risa seca. —No —respondo—. No iba a invitar a nadie.

Ella sonríe más amplia, satisfecha con mi respuesta. —Perfecto. Entonces ya tienes plan.

La campana suena, pero ninguno de los dos se mueve de inmediato.

Me quedo mirando los boletos, como si fueran algo irreal. Me doy cuenta de que no quiero guardarlos aún. Quiero seguir mirándolos, porque me hacen sentir algo que no sé explicar.

—Gracias —digo al fin.

No soy bueno para decir esas cosas, pero lo digo en serio.

Brandy asiente. —De nada, Tacker.

La forma en que dice mi nombre suena distinta a otras veces que lo ha pronunciado.

Es mi cumpleaños y por primera vez en mucho tiempo, no me siento del todo invisible.

~

El olor a pizza y papas fritas me golpea en cuanto entro a la cafetería.

Es ruidoso, como siempre, con charolas chocando, risas demasiado fuertes y ese zumbido constante de conversaciones que se mezclan en el aire. Odio este lugar, pero hoy… hoy no es tan insoportable.

Quizá porque Brandy camina a mi lado, todavía con esa sonrisa cómplice que puso en mi cara desde que me dio los boletos.

Nos sentamos en nuestra mesa habitual, en la esquina más alejada de todos.

Brandy coloca su bandeja y me mira como si esperara algo de mí. —Bueno, ¿qué se siente cumplir años? —pregunta mientras destapa su jugo.

—Lo mismo que ayer —respondo, encogiéndome de hombros.

Ella se ríe. —Wow, qué optimista.

— ¿Querías que dijera que es el mejor día de mi vida?

Brandy inclina la cabeza, pensativa. —Tal vez no, pero podrías sonreír un poco.

Hago un esfuerzo y le muestro una sonrisa exagerada, falsa a propósito. Ella pone los ojos en blanco y me da un empujón con el hombro. Ese contacto me saca una risa de verdad que no planeaba.

—Eso estuvo mejor —dice.

La observo mientras ella parte su pizza con el tenedor, concentrada como si fuera una tarea importante. Tiene un mechón de cabello cayéndole sobre la frente y se lo quita con un movimiento rápido, manchándose con el dedo de salsa.

—Tienes —le señalo la frente y ella se pasa la mano para limpiar.

Deja una línea roja en su piel y me suelto a reír.

— ¡Ay no! —dice, sacando una servilleta y limpiándose como puede—. Podrías ayudarme, ¿sabes?

—Me estoy divirtiendo demasiado —respondo.

Brandy me lanza la servilleta arrugada. —Eres imposible.

Por un momento solo la miro. Hay algo en cómo se le enrojecen las mejillas, en la forma en que se ríe de sí misma, que me provoca un nudo en la garganta. Odio sentirme así porque no sé qué hacer con eso.

—De verdad gracias por los boletos —le digo al fin.

Ella deja el tenedor y me mira. —Sabía que te iban a gustar. No podías pasar tu cumpleaños sin algo que te emocionara.

—No estoy seguro de que “emocionado” sea la palabra —murmuro, mirando mi bandeja—. Pero es… diferente.

Brandy sonríe de lado. —Eso es suficiente para mí.

Miro mis manos, los dedos tensos alrededor del vaso de soda. Siento ese calor incómodo en el pecho, el que me hace querer salir corriendo o decir algo que no debería.

Me quedo callado y solo escucho el ruido alrededor, como si todo sonara más lejos de lo normal.

Ella es la única persona que se acordó de mi cumpleaños. La única que me hace sentir que estar aquí vale la pena. Y eso me asusta más de lo que quiero admitir.




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