Final Alternativo

10

BRANDY

Cuando aparco frente al centro comunitario, el motor se queda encendido unos segundos más de lo necesario.

Por el ventanal del aula veo a Ariana guardando sus crayones en su mochila, riendo con otra niña.

Camino rápido hasta la entrada, esperando que esta vez Tacker no esté cerca. No tengo ganas de ver esa sonrisa suya que parece de otra persona. La que no existía cuando tenía dieciséis o diecisiete años y se sentaba en silencio a mi lado.

— ¡Tía! —Ariana sale corriendo, su mochila rebotando en la espalda. Sus mejillas están rojas—. ¿Viste? Hicimos una corona de papel para Navidad.

—La vas a tener que poner en la puerta de tu cuarto —le digo, agachándome para verla bien.

Antes de que pueda tomarle la mano para llevarla al auto, escucho su voz. —Brandy.

Mi estómago se contrae antes de girar. Tacker está recargado contra el marco de la puerta, con las manos en los bolsillos del delantal que lleva sobre la camiseta. Tiene el cabello despeinado de forma calculada, las mangas arremangadas mostrando los antebrazos.

No es justo.

No es justo que parezca tan distinto.

—Hola —respondo, breve.

Ariana gira entre nosotros, como si sintiera algo en el aire que yo trato de ignorar.

— ¿Ya se van? —pregunta él.

—Sí —respondo rápido.

Podría irme en ese instante. Debería. Pero él baja la mirada hacia Ariana y sonríe, y esa sonrisa hace que algo me duela, porque no recuerdo haberla visto cuando éramos adolescentes.

— ¿Quieres venir a comer con nosotros? —pregunta Tacker, como si fuera la cosa más normal del mundo.

Mi cerebro grita que no, que no, que no.

— ¿Podemos? —Ariana me mira con los ojos brillantes.

No es justo.

No es justo que me ponga en esta posición delante de ella.

—No creo que… —empiezo a decir, pero Ariana ya está dando saltitos.

—Por favor, tía.

Respiro despacio, sintiendo cómo se me tensan los hombros. Podría inventar una excusa. Podría decir que Lola la espera en casa. Pero la verdad es que Lola me dio la tarde libre. Y el solo hecho de imaginar a Tacker pensando que lo evito me hace sentir algo que no quiero analizar demasiado.

—Está bien —respondo, finalmente.

La sonrisa de Ariana es instantánea. La de Tacker es más lenta, como si no estuviera seguro de que iba a aceptar.

—Genial. Hay un lugar cerca. No es elegante, pero hacen una hamburguesa decente.

Asiento, tratando de mantener mi expresión neutra. Cuando él camina delante de nosotras hacia el estacionamiento, noto que las otras mamás que salen de clase lo miran. Una de ellas, demasiado joven para tener un hijo en esta clase, se le acerca y le dice algo en voz baja. Él sonríe con educación, pero no se detiene.

No entiendo. No entiendo cómo pasó de ser el chico silencioso que parecía odiar el mundo a alguien que provoca que las mujeres lo miren dos veces.

Subo a Ariana en el auto y enciendo el motor. Tacker ya está en el suyo y yo siento un nudo en la garganta que no sé si es nostalgia, enojo o algo peor.

El restaurante al que nos lleva está en una esquina, con ventanales empañados por el vapor de la cocina y las luces navideñas parpadeando en la entrada.

No es un lugar elegante, como él dijo, pero se siente cálido en cuanto entramos: olor a papas fritas, carne asándose y un murmullo de conversaciones mezclado con el sonido de platos chocando.

Ariana va delante de nosotros, saltando en cada baldosa como si jugara un juego inventado. Yo camino detrás, consciente de que Tacker abre la puerta para que pasemos.

Antes habría sido yo quien hacía ese gesto por él. Ahora lo hace como si fuera natural, como si siempre hubiera sido así.

Nos sentamos en una mesa junto a la ventana. Ariana apoya los codos en la superficie, mirando el menú como si estuviera descifrando un mapa secreto.

—Tienen malteadas —dice emocionada—. ¿Podemos pedir una de fresa?

—Claro —responde Tacker sin siquiera mirar la carta.

Yo tardo un poco más en abrir el menú. No por indecisión, sino porque me incomoda la facilidad con la que él responde, como si no hubiera una historia enterrada entre nosotros.

— ¿Todavía comes hamburguesas con pepinillos? —pregunta él de pronto.

Mi cabeza se levanta despacio.

No debería acordarse de eso.

No después de cinco años de silencio.

—No lo sé —respondo con frialdad—. Los gustos cambian.

Él asiente, sin ofenderse, como si entendiera el filo en mi voz. Ariana los mira a los dos con curiosidad, pero vuelve al menú.

El mesero llega, toma la orden y se marcha. Ariana pide su malteada de fresa, yo una ensalada, y Tacker, cómo no, la hamburguesa más grande de la lista.

El silencio se instala un momento. Yo me concentro en doblar la servilleta, pero lo siento: su mirada fija en mí.

—Es raro verte aquí —dice él, finalmente—. Nunca pensé que ibas a volver a este pueblo, o bueno, no pensé que nosotros íbamos a vernos así en el mismo lugar.

Un nudo se forma en mi garganta. No respondo, no quiero abrir esa puerta.

Ariana, en cambio, lo hace por mí. — ¿Por qué dices “volver”? —pregunta, con la inocencia que solo tienen los niños—. ¿Ya conocías a mi tía?

Me quedo helada. El aire alrededor de la mesa parece más denso.

Tacker sonríe. —Sí, la conocía —responde, mirando a Ariana, pero su voz lleva un matiz dirigido a mí—. Era mi mejor amiga en la secundaria.

El corazón me golpea fuerte en el pecho. Ariana abre los ojos como si le hubieran contado un secreto enorme.

— ¡¿De verdad?! ¿Y jugaban juntos o qué hacían?

—Hacíamos de todo —dice él, y yo lo miro con dureza, advirtiéndole que no siga—. Caminábamos por ahí, hablábamos, veíamos series malas…

Ariana ríe. Yo aparto la mirada hacia la ventana.

— ¿Y por qué ya no son amigos? —insiste Ariana.

Siento que me falta el aire. Estoy a punto de intervenir, de cambiar de tema, pero Tacker habla antes.




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