BRANDY
Las luces de la tienda parpadean cálidas sobre las filas de esferas brillantes y guirnaldas que cuelgan del techo. El aire huele a canela artificial y plástico nuevo, como si intentara disfrazarse de Navidad.
Estoy apoyada en el carrito, fingiendo que reviso precios, pero en realidad mis ojos están fijos en la pantalla del teléfono.
William: Lo siento, Brandy. De verdad lo siento.
William: No puedo dejar de pensar en ti. En nosotros.
William: No fue así como debió terminar.
William: Solo quiero hablar. Cinco minutos. Dime dónde.
Trago saliva, pero el nudo en mi garganta no baja.
Mis dedos se tensan alrededor del teléfono hasta que siento el plástico resbalar por el sudor en mi palma. Quiero borrarlos, bloquearlo, algo, pero en lugar de eso solo los leo otra vez. Cada palabra es un golpe en el estómago, recordándome que la herida no está cerrada aunque yo haya hecho de cuenta que sí.
— ¿Brandy?
La voz me sobresalta. Subo la mirada y ahí está él, a dos pasillos de distancia, con una caja de luces en la mano. Tacker. Sus hombros anchos parecen más grandes bajo el suéter gris, el mismo gesto serio en el rostro que tenía en secundaria. La diferencia es que ahora parece más tranquilo.
—Oh —digo, guardando el teléfono con un movimiento rápido, casi torpe—. No te vi.
Él camina hacia mí, despacio, como si temiera espantarme.
—Estabas concentrada —murmura, dejando la caja en el carrito—. ¿Todo bien?
La pregunta es simple, pero siento que me mira demasiado, como si pudiera leerme. Respiro, fingiendo interés en una fila de adornos plateados.
—Sí —respondo—. Solo mensajes de trabajo.
Él asiente, pero su ceja se arquea un poco, como si no terminara de creerme. Por un momento no dice nada, y el silencio se llena con la música navideña suave que suena en los parlantes.
—Siempre odiabas esta parte de la temporada —dice al fin, casi como un recuerdo que se le escapa.
Mis dedos se congelan sobre el carrito. Me obligo a mirar otra esfera, una que refleja mi cara de perfil, tensa.
—La gente cambia —contesto, con un tono más frío del que pretendía.
Él me observa unos segundos más. —Supongo —dice al final.
Ariana aparece corriendo desde el fondo de la tienda, con una caja de galletas decorativas en la mano.
— ¡Tía, mira! —dice, ajena a la tensión que se respira—. ¿Podemos llevarlas?
—Claro —respondo, agradecida por el cambio de tema.
Pero cuando levanto la vista, Tacker sigue ahí, sus manos en los bolsillos, su postura tranquila pero expectante. Es como si no hubiera terminado de decir lo que quería decir.
— ¿Van a algún lado después? —pregunta.
Lo miro, y algo en mi pecho se aprieta. Otra vez.
—Vamos a cenar —respondo, sin decidir todavía si es invitación o no.
Ariana sonríe como si acabara de ganar algo.
— ¡Que venga con nosotras! —dice.
Yo suspiro, porque claro que iba a hacer eso. Claro que Ariana iba a invitarlo.
— ¿Qué dices? —pregunto, sin mirarlo demasiado tiempo.
Tacker solo asiente, y por un segundo, juro que vi algo parecido a una sonrisa en su cara.
Salimos de la tienda de decoración y Ariana camina delante de nosotros, girando la bolsita que le compré como si fuera un trofeo. El aire es más frío de lo que esperaba.
— ¿Vamos directo al restaurante? —pregunto, con la voz más neutra que puedo.
—Si ustedes quieren —responde él, encogiéndose de hombros. Pero su tono es amable, sin la aspereza que recuerdo de él en la secundaria.
Ariana se gira hacia nosotros, caminando hacia atrás como si no le preocupara tropezar.
— ¿Sabías que el señor Brown también da clases en mi escuela? —dice con orgullo, como si hubiera descubierto un dato secreto.
Yo la miro rápido. — ¿Ah, sí?
—Soy nuevo —interviene Tacker, metiendo las manos en los bolsillos—. No es gran cosa.
— ¡Claro que sí! —protesta Ariana, sonriendo—. Mamá dice que eres el único que logra que los niños no se peleen.
Tacker suelta una risa breve, casi tímida. —Bueno… a veces se pelean igual.
Ariana vuelve a girar hacia mí. —Tía, deberías ir a ver una clase suya un día. Seguro es divertido.
—No sé si él quiera visitas —respondo, intentando sonar ligera.
—Claro que puede ir si quiere —dice él, con esa calma que me irrita.
Siento un nudo en la garganta. Antes sí tenía cosas que esconder, antes se guardaba todo, hasta que un día decidió irse sin avisarle a nadie.
Caminamos en silencio un par de pasos hasta que Ariana vuelve a hablar:
—Podríamos ir todos al festival de luces el próximo viernes.
—Ariana —murmuro, casi en advertencia, pero ella ya está sonriendo hacia Tacker.
—Me encantaría —dice él sin mirarme, y algo en mi estómago se aprieta.
No respondo. Solo acomodo el bolso en mi hombro y acelero un poco el paso. No quiero darle la satisfacción de pensar que me importa. Pero cuando pasamos frente a una ventana, mi reflejo me delata: estoy sonrojada.
Cuando ya vamos por la mitad de la calle, suena mi teléfono. Es un mensaje de Lola: ¿Puedes traer a Ariana temprano? Tengo que salir más tarde y me la voy a llevar.
Le digo a Ariana y hace un puchero. — ¿En serio? ¡Pero quería quedarme con ustedes!
—Será la próxima —respondo, dándole un apretón en el hombro—. Vamos, que si no nos apuramos tu mamá se va a enojar.
—Entonces… —Tacker aclara la garganta—. ¿Dónde está tu auto?
Suspiro. —Hoy venimos caminando, solo… sí, quería caminar con ella.
Asiente. —Entonces las llevo, vengan.
Ariana celebra y yo solo pienso que no debería acercarme a él de nuevo.
Vamos hasta el auto y todo el camino se siente raro. Tacker va en silencio, con la mirada en el camino, y yo solo escucho el golpeteo de las llantas contra los baches y el sonido de la calefacción. Ariana se queda dormida en el asiento trasero antes de llegar.
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Editado: 15.12.2025