Final Alternativo

16

BRANDY

No sé cómo llegamos hasta aquí, a este silencio en el apartamento de Tacker.

El zumbido leve del refrigerador llena el espacio, mezclado con el aroma a café tibio que todavía se escapa de los vasos sobre la mesa.

Tengo las manos entrelazadas sobre mis piernas, apretadas con más fuerza de la necesaria. La incomodidad se mezcla con algo distinto: esa sensación de estar de vuelta en un lugar al que nunca supe si pertenecía.

Me humedezco los labios antes de hablar, y mi voz suena más baja de lo que planeaba: —Siempre quise cuidarte… de ella.

Tacker me mira desde el sillón, con esa expresión que parece lejana pero a la vez cargada de algo que nunca sé descifrar. Su ceja se arquea apenas, como si estuviera considerando cada palabra.

—Lo sé —responde al fin, con un tono tan tranquilo que me sacude por dentro.

Se inclina hacia adelante, sus codos descansan en sus rodillas, las manos entrelazadas.

Me sostiene la mirada. —Yo sabía que siempre intentabas salvarme.

Un nudo me aprieta la garganta. Parpadeo varias veces, porque de repente siento los ojos pesados. Nunca lo había dicho en voz alta, pero él… él siempre lo supo.

—Yo… —empiezo, pero la voz se me corta.

Giro la vista hacia la ventana, hacia las luces de la ciudad reflejadas en el cristal.

Hay tantas preguntas acumuladas en mí.

Quiero saber si alguna vez me necesitó tanto como yo lo necesité a él, si pensó en mí en todos esos años de silencio.

Pero la lengua me pesa, no puedo sacarlas.

El teléfono vibra en mi bolso. El sonido es tan fuerte en este silencio que me sobresalta. Me tenso de inmediato, como si hubiera recibido un golpe en el estómago.

Lo saco con manos torpes, ya sabiendo quién es. Y sí: William.

"Brandy, por favor. No ignores mis mensajes. Te amo, cometí un error, pero sigo amándote. Dime dónde estás."

Me arde el pecho. La respiración se me acelera y siento las manos heladas. Lo bloqueo con la pantalla apagada, pero es inútil: las palabras se quedaron grabadas en mi cabeza.

— ¿Qué pasa? —la voz de Tacker me devuelve al presente.

Alzo la mirada y lo encuentro observándome, los ojos entrecerrados, como si intentara leerme sin que yo diga nada.

—Nada —respondo demasiado rápido. Suena falso hasta para mí.

Él no insiste de inmediato. Se recuesta contra el respaldo, cruza los brazos, pero no aparta la mirada.

—Parece algo —dice despacio, casi como si me diera la opción de abrirme o callar.

Me muerdo el labio. Lo que quiero es cambiar de tema, huir, pero me quedo ahí, atrapada en su apartamento pequeño. Tacker me mira como si esperara que yo decidiera cuánto mostrar.

Lo pienso y me siento dividida.

Por un lado, quiero protegerme, mantenerme fría, como he intentado en los últimos meses. Por otro, siento que estoy frente a la única persona que alguna vez me vio completa, con mis fallas y mis miedos, y aun así se quedó.

El silencio se extiende. Me acomodo en el sillón, las manos inquietas en mi regazo, y al final digo algo, aunque no es ni la mitad de lo que me quema por dentro:

—Solo… cosas del pasado que todavía me siguen. —Mis palabras son vagas, pero al menos son verdad.

Él me observa un segundo más, como evaluando si debe creerme. Luego asiente, apenas un movimiento de cabeza, y vuelve a mirar hacia la mesa.

Mi pecho se llena de una mezcla insoportable de nostalgia y miedo. Nostalgia por lo que tuvimos, miedo por lo que todavía podría provocar en mí.

Y mientras lo miro, mientras siento la tensión crecer entre los dos como una cuerda tirante a punto de romperse, sé que no tengo escapatoria. No con él.

Yo me quedo en silencio, jugando con el borde de mi manga como si ese pedazo de tela pudiera rescatarme de la incomodidad. Después de todo lo que le conté sobre William, no pensé que Tacker se atreviera a decir algo más. Creí que se limitaría a asentir, a hacer ese gesto distante que siempre lo caracterizó en la secundaria. Pero no. Lo veo inclinarse un poco hacia adelante, con la voz más baja de lo usual, casi como si me confiara un secreto.

—Brandy… —suena mi nombre de una manera tan suave que me desarma—. ¿Sabes que tú eras lo mejor de esos años?

Lo miro de reojo, incrédula. La risa nerviosa me escapa antes de poder contenerla. — ¿De qué hablas? —le pregunto, intentando sonar ligera.

Él niega con la cabeza. —Lo digo en serio. Todo el mundo recuerda a la chica que siempre sonreía, la que se detenía a hablar con cualquiera, incluso con los que no encajábamos. Yo… —hace una pausa, como si buscara el valor— yo me acuerdo de lo fácil que era mirarte y pensar que, aunque el día hubiera sido una porquería, alguien podía hacer que se sintiera un poco menos pesado.

Mi garganta se aprieta. Quiero responder, pero no sé cómo. Tacker nunca había sido de este tipo de confesiones. Siempre fue el sarcástico, el que lanzaba comentarios mordaces y parecía demasiado ocupado con su propio mundo.

Ahora, en cambio, lo escucho y siento que algo en mí se derrite, lento, inevitable.

—No exageres —susurro, con las mejillas encendidas—. Yo no era nada del otro mundo.

Él sonríe. —Para mí sí lo eras. —Su mirada se sostiene en la mía un segundo más del necesario—. Eras como… luz.

La palabra me golpea en el pecho.

Me quedo helada, sin saber cómo reaccionar.

Quiero hacer una broma para desviar la tensión, pero no me sale nada. Solo alcanzo a bajar la vista, a enredar mis dedos sobre mis rodillas.

— ¿Luz? —repito, torpe, apenas un murmullo.

—Sí. —Tacker suspira, como si hubiera cargado con esto demasiado tiempo—. Había días en los que yo sentía que estaba completamente a oscuras. Tú no tenías idea, pero solo con estar ahí… con esa forma de ser tan… tú… me hacías creer que tal vez no todo estaba perdido.

Yo trago saliva. Mi corazón late tan rápido que tengo miedo de que lo escuche. —Nunca pensé que me vieras así —admito, con la voz entrecortada.




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