1 de julio de 756, Órbita de Eos.
La negrura del espacio profundo era un lienzo salpicado de incontables estrellas, un silencio absoluto solo interrumpido por el lejano susurro de la energía cósmica. La cámara desciende lentamente, dejando atrás la vastedad del cosmos, hasta que en el encuadre aparece la luna de Eos, majestuosa y serena.
La perspectiva continúa su descenso, atravesando la oscuridad hasta detenerse justo en el horizonte entre Eos y el espacio, esa delgada franja azul donde la atmósfera del planeta se desdibuja en el vacío.
De repente, un intenso destello de luz rasga la oscuridad, no como una explosión, sino como el final súbito de un trazo de luz que cruza el vacío a velocidades imposibles. Justo sobre el horizonte de Eos, una nave misteriosa aparece de golpe, su inercia apenas perceptible mientras frena abruptamente.
Su silueta, angulosa y agresiva, se asemeja a un depredador mecánico, con un fuselaje central que se extiende en dos “alas” invertidas y puntiagudas que le dan un aspecto de buitre. Pintada de un negro mate que absorbe la luz de las estrellas, su frente muestra luces azules ominosas, la promesa silenciosa de un propósito desconocido.
Lentamente, unas compuertas discretas se abren en su vientre, y dos pequeñas cápsulas sigilosas se desprenden casi simultáneamente. Una de ellas se dirige en una trayectoria descendente hacia la región de Duscae, mientras la otra toma un rumbo diferente, elevándose ligeramente antes de curvarse en dirección al continente occidental. Sin hacer ruido, la nave misteriosa vuelve a saltar al hiperespacio, desapareciendo tan rápido como había llegado.
La cápsula que se dirige a Duscae perfora las capas atmosféricas de Eos, ardiendo por un momento como una estrella fugaz antes de desacelerar drásticamente. Aterriza suavemente cerca de un campamento rudimentario oculto entre los árboles.
Las compuertas de la cápsula se abrieron en un siseo casi imperceptible. De su interior, emergió flotando por antigravedad un droide ID10. Era pequeño, como una araña y elegantemente diseñado, de color negro mate con un único ojo óptico que brillaba con una luz azul suave y curiosa. Sus patas finas, terminadas en garras prensoras, le permitían desplazarse con agilidad y adherirse a cualquier superficie, mientras sus dos brazos articulados, equipados con herramientas de análisis, se mantenían plegados, listos para la acción. Una pequeña antena en su parte superior rotaba, escaneando el entorno.
El droide se movió sigilosamente, como una sombra. Se posó en la rama más alta de un árbol cercano al campamento, su ojo óptico fijo en el grupo de jóvenes despreocupados abajo. Observó sus interacciones, sus risas, sus gestos.
Observó a unos chicos que cambiarían el Destino de Eos y quizás, el de otros mundos.
Campamento de los Chocobros, en algun lugar de Duscae, Lucis.
La luz del sol descendía perezosamente sobre el campamento. El calor no era agobiante, sino tibio, suficiente para forzar a los chicos a estirarse a la sombra de la gran tienda principal. Una brisa ocasional removía los mechones despeinados de Prompto, mientras Gladio apoyaba la espalda contra una roca, los brazos cruzados, vigilando el cielo como si esperara que una pelea lo sorprendiera desde las nubes.
Ignis hojeaba su cuaderno de notas, con sus gafas algo caídas sobre el puente de la nariz. Cada tanto hacía una pausa, asentía y pasaba la página. Mientras tanto, Noctis y Prompto compartían una pequeña radio portátil que chisporroteaba entre estática y una emisora de rock suave.
—Tío, si esto no es el paraíso, no sé qué lo es —murmuró Prompto, con las manos entrelazadas bajo la nuca.
—Es solo un día sin entrenamientos —respondió Noctis sin moverse—. No te emociones tanto.
Prompto lo miró de reojo, pero no dijo nada. En cambio, observó su propio brazo. Lo levantó, estiró el codo, y luego lo flexiona lentamente. Solo un poco. Discretamente. Casi como quien verifica una nueva herramienta. Una pequeña curva apareció, firme, marcada por la luz del atardecer. Se preguntó si algún día podría igualar a Gladio, o al menos no sentirse tan vulnerable en combate.
—¿Estás flexionando? —preguntó Noctis, con una ceja alzada.
—¡No, no! —saltó Prompto, bajando el brazo—. ¡Solo estiraba!
Noctis no respondió de inmediato. Luego, volvió a mirar el cielo.
—Se ve bien.
Prompto se giró tan rápido que casi se le cae la gorra.
—¿Qué dijiste?
—Que se ve bien, supongo. Ya tienes algo ahí —dijo Noctis con indiferencia, como quien comenta sobre el clima.
Hubo un silencio breve. Luego, Prompto se sentó y murmuró:
—¿Crees que... si entrenara un poco más... se vería más... fuerte?
—¿Para qué? —replicó Noctis, aunque ya conocía la respuesta.
—No sé. Para... verme más útil en combate, supongo. O al menos sentirme menos como un peso. Como cuando Gladio se quita la camisa y el mundo se detiene de lo impresionante que es. Yo quiero poder sentir esa misma fuerza.
—Lo hace demasiado seguido —dijo Noctis.
—¡Exacto! ¡Y siempre hay un silencio como si la tierra esperara algo! Yo quiero eso.
Noctis soltó una risa pequeña. Sincera.
Ignis giró la cabeza hacia ellos.
—¿Algo divertido?
Ambos se enderezaron. Prompto se rascó la nuca. Noctis negó con la cabeza.
—Nada importante...
Ignis los observó un momento más, con una ceja apenas levantada. Luego volvió a su cuaderno.
Fue en ese momento cuando nació la primera chispa de complicidad. Pequeña. Secreta. Apenas un pensamiento compartido entre dos amigos.