La noche cae con un peso distinto. No es solo el cansancio acumulado por el día ni la tensión habitual del entrenamiento, sino algo más... algo que Ignis acaba de materializar con precisión quirúrgica.
Tras la cena, cuando aún quedaban los últimos sonidos de los cubiertos y las brasas, Ignis cierra su libreta de un golpe seco.
¡CLAP!
Un sobresalto inmediato. Prompto derrama un poco de su bebida. Noctis parpadea como si despertara de una pesadilla en plena vigilia.
Gladio, sin decir palabra, se pone de pie y los toma por los hombros, uno a cada lado, guiándolos como si fueran dos reclutas desorientados. En un par de pasos y un par de palmadas firmes, los posiciona frente a la tienda, hombro con hombro, firmes, aunque tensos.
Ignis se levanta con calma. Ni una arruga en su camisa. Da dos pasos.
Uno.
Dos.
—Y en ese instante, la Marcha Imperial empieza a sonar—
Y se detiene justo frente a Noctis.
El silencio es absoluto.
Entonces extiende el brazo con la lentitud de un juez que va a dictar sentencia. El dedo índice se alza... y apunta directamente al pecho de Noctis, con una precisión que hace que este contenga la respiración.
—Príncipe —dice con voz grave, modulada, imponente, como si Darth Vader hubiera pasado por el té de la tarde de un noble inglés—, su efectividad en el entrenamiento ha disminuido considerablemente.
Una pausa.
—Por lo tanto... esta noche ejecutaremos una sesión especial de entrenamiento. Intensiva. Personalizada.
Otro silencio mortal.
—Y príncipe… el fracaso, no es una opción.
Prepárese. En una hora.
Prompto y Noctis tragan saliva al unísono.
El primero con los ojos abiertos como platos, el segundo con una gota de sudor bajando por su sien.
Ignis se da vuelta con una elegancia glacial, sus pasos calculados, su capa apenas flotando con el movimiento. Y justo antes de entrar a su tienda, sin mirar atrás, sonríe. No una sonrisa amable. Es una sonrisa de villano que sabe que ha ganado antes de mover la primera pieza.
—La Marcha Imperial se desvanece en el silencio de la noche—
Gladio, detrás, lo observa caminar, algo desconcertado. Por primera vez, él, el tanque del grupo, siente que no tiene el control. Y aun así, lo sigue.
Mientras Ignis se aleja, los dos jóvenes sienten un escalofrío helado subirles por la espalda, envolver sus cuellos, como si la "Fuerza" —fría, elegante, inevitable— se deslizara bajo el cuello de sus ropas.
Ambos se estremecen.
Ambos se ajustan el cuello de sus camisas al mismo tiempo, como si intentando deshacer esa sensación fantasmal.
Y luego, al unísono, alzan la vista hacia las estrellas.
La noche está increíblemente clara… y sin embargo, pesa.
—Dime que sobreviviremos esto… —susurra Prompto, con la voz entrecortada.
Noctis, sin apartar los ojos del cielo, responde en voz baja:
—No lo sé… pero tengo un mal presentimiento. Si no lo hacemos, al menos que sea con dignidad…
Un shhhhhh del viento agita las ramas. La tienda de Ignis se cierra. La cuenta regresiva ha comenzado.
Dentro de la tienda, la tensión aún no se disipa.
Dentro de la tienda, la tensión aún no se disipa. Prompto y Noctis se sientan en la lona como dos estudiantes tras ser regañados por el director de un internado imperial.
—Ese dedo… —musita Noctis, todavía sin aliento—. ¿Lo viste?
—¡¿Verlo?! ¡Lo sentí clavarse en mi alma! —responde Prompto, con las manos en la cabeza—. ¡Fue como si me apuntara con… la muerte!
Noctis se acomoda, medio en broma medio en alerta.
—Había algo más. Cuando nos alejó… lo sentí… aquí —y se toca el cuello, como si estuviera aflojando una corbata invisible—. Como si algo se cerrara alrededor…
Prompto abre los ojos y asiente con fuerza.
—¡Sí, sí! ¡Yo también! Era como una cuerda invisible, o... ¡como en esa película espacial!
Noctis lo mira confundido.
—Esa… ¡esa del chico con espada de luz! ¿Sabes? ¡La cosa esa... “la fuerza”!
—...¿Estás diciendo que Ignis es un Sith? —Noctis frunce el ceño.
—No lo sé, bro… —susurra Prompto mirando hacia la entrada de la tienda—. Pero si lo es… seguro es uno con nivel de jefe final.
Noctis se incorpora, se pone de rodillas con cara seria, como si acabara de descubrir algo prohibido.
—...¿Tú crees que… Ignis es Darth Ignis?
—La Marcha Imperial empieza a sonar—
Prompto palidece.
—¡No digas eso! ¡No lo invoques!
—La música se para—
Y justo en ese instante…
Un sonido. Pasos.
No pesados… sino elegantes. Rítmicos. Serenos.
Ambos giran sus cabezas hacia la puerta de la tienda, que se abre lentamente, dejando entrar un destello de luz de luna.
Y entonces lo ven.
Ignis.
Pero no como antes. No el Ignis de gafas y camisa impecable.
No.
Ignis lleva ahora un traje negro de mayordomo victoriano, con botones plateados, guantes blancos, cuello alto, y una chaqueta larga que roza el suelo con elegancia demoníaca. Pero lo que más impacta… no lleva sus gafas normales. En su lugar, descansa sobre su ojo derecho un monóculo antiguo sujeto por una cadena de plata que brilla con la tenue luz lunar.
Ignis camina sin decir palabra, y en sus manos, perfectamente alineado, sostiene una bandeja de plata cubierta con una tapa. Sale del interior de la tienda y la coloca con delicadeza sobre la pequeña mesa justo al lado.