1 de agosto 756, mañana.
Palacio de Fenestala, Tenebrae.
El salón de té en el Palacio, estaba en su punto perfecto: luz natural cayendo sobre la mesa, tazas recién servidas, y dos presencias imponentes sentadas con postura elegante.
Aranea bebía su té en silencio, seria como una asesina diplomática. Iris, con las piernas cruzadas, hojeaba una pequeña libreta con anotaciones. Todo parecía en calma.
Hasta que la voz de Lunafreya irrumpió en el aire con tono encantador:
—¿Chicas? ¿Estamos todas?
Su andar era suave, pero firme. Se detuvo al ver que uno de los asientos estaba vacío.
—¿Dónde está Cindy?
Iris se encogió de hombros, sonriendo.
—Está cambiándose de ropa. Dijo que no quería que su ropa de trabajo “ensuciara el palacio”.
Luna entrecerró los ojos con gesto casi maternal.
—Pero si solo íbamos a tomar… —comenzó a decir, pero fue interrumpida.
Tac. Tac. Tac.
Los pasos de tacones resonaron por el mármol, acercándose lentamente desde el pasillo.
Las tres se giraron al unísono. Sus ojos se abrieron centímetro a centímetro.
Cindy apareció, completamente transformada: cabello limpio y peinado con volumen, labios ligeramente brillantes, y un conjunto elegante gris oscuro con líneas anaranjadas metálicas, ajustado con precisión quirúrgica. Brillaba como si estuviera saliendo de una pasarela tecnomilitar. Caminaba con porte altivo, sin perder ni una pizca de su naturalidad.
Iris fue la primera en romper el silencio:
—¡Oye… eso no está en El Canon!
Aranea, que acababa de sorber té con tranquilidad, se atragantó ligeramente.
Cindy se detuvo frente a la mesa, tratando de disimular el rubor que le subía por las mejillas. A su alrededor, el aire parecía temblar.
Entonces, Luna sonrió, felina.
Con calma, como una velociraptor Alfa de Tenebrae, Luna comenzó a rodear a Cindy en círculos, analizando cada costura, cada botón, cada centímetro del conjunto. Su andar era lento, casi ceremonial, y su expresión contenía una mezcla de realeza, sospecha y diversión silenciosa.
—No será… —musitó en voz baja, aún girando, hasta que alzó la mano y apuntó con un dedo hacia Aranea.
Aranea, con media sonrisa torcida y los ojos entrecerrados, no necesitó más.
—¿Acaso esperás nuestras opiniones sobre si esa ropa…? —dijo con malicia, dejando el final abierto como una daga flotando.
Cindy tragó saliva. Un delgadísimo vapor blanco se escapó de su cabeza, como si una tetera interna acabara de alcanzar el punto exacto de presión.
Pero Luna aún no terminaba su danza. Continuó rodeándola… y entonces, apuntó a Iris.
Iris se rió suavemente, ya lista para sumarse al juego:
—¿Le gusta a… Promp-to? —dijo Iris, con una sonrisa amplia y cómplice que se extendía de oreja a oreja, mientras se cruzaba de brazos y le lanzaba una mirada directa a Cindy que no dejaba lugar a dudas sobre su diversión y alargando y acentuando cada sílaba del nombre.
Cindy ya era un termómetro en punto de ebullición. Le temblaba la voz, las mejillas encendidas como carbones, y ni una excusa podía escapar de su boca.
—¡No… no es por eso! Es solo… para verme… eh… presentativa… en un entorno… formal…
Entonces Luna se detuvo justo detrás de ella.
Y, con la serenidad de una princesa que domina el juego, extendió su dedo índice y lo apoyó suavemente sobre la coronilla de Cindy.
Plof.
Una nube de vapor blanco salió de la cabeza roja de la mecánica. Cindy gimió suavemente de vergüenza y, finalmente, exhaló la verdad sin resistencias.
Las tres estallaron en carcajadas.
Y justo antes de que la escena cortara, Luna, Iris y Aranea giraron la cabeza hacia la cámara o al lector...
Miraron con complicidad absoluta y, en perfecta sincronía, dijeron:
—Definitivamente, esto no está en El Canon.
Con la tensión resuelta y las sonrisas renovadas, Lunafreya se acomodó en su asiento principal. Dio una palmada suave, y una asistente entró con una pequeña bandeja. Sobre ella… cajas. Cuatro. Cada una cuidadosamente preparada y lista para el envío.
—¿Entonces… quieres que hagamos qué? —preguntó Aranea, girando una pequeña caja entre los dedos.
—Regalos. Pequeños obsequios, personalizados —dijo Luna con una sonrisa serena—. Algo simbólico. Para animar a los chicos durante el protocolo de entrenamiento. Quiero que sientan que estamos con ellos.
—¿Esto es por lo de la coronación? —preguntó Cindy, ya calculando medidas para la caja que tenía enfrente.
—Exactamente. Noctis me escribió una respuesta muy formal. Dijo que el entrenamiento ha sido... desafiante. Pensé que podríamos darles un empujón emocional. Pero sin que lo esperen. Que sea un secretito entre nosotras.
Iris aplaudió en silencio, emocionada.
—¡Me encanta! ¡Un apoyo sorpresa! Noc va a enloquecer de la emoción.
—¿Qué clase de regalos tienes en mente? —dijo Aranea, apoyando una bota sobre el banco, sin disimular su escepticismo.
Luna abrió una pequeña libreta. Había garabatos adorables y anotaciones florales.
—Nada demasiado elaborado. Solo algo que represente nuestras regiones, nuestros afectos. Por ejemplo…
Señaló una de las cajas.
—Esa será de Hammerhead. Cindy, ¿crees que podrías incluir alguna herramienta simbólica? Algo útil y bonito.
—Claro….. que… sí.. y Promp-to…. estará…. orgulloso… —balbucea Cindy, aún roja por la experiencia anterior, ya pensando en tuercas, aceite de motor y una cinta metálica que tenía guardada.
—Iris, tú podrías decorar la tuya con algo de Lucis. Tal vez algo que brille.
—¿Puedo poner una pequeña linterna mágica que Noc me regaló? Quiero devolvérsela con una nota.