Noche cerrada. En la tienda aún temblorosa, Prompto y Noctis yacían sobre sus lonas, con las linternas colgando en una tenue luz ámbar. El sonido de grillos llenaba el aire, junto al ocasional y aún sospechoso “bzzt!” eléctrico que provenía de la tienda de Ignis.
Ambos respiraban lento. No era cansancio físico. Era… trauma compartido.
—¿Viste cómo chilló Gladio…? y también he escuchado una música… —susurró Prompto, abrazando su almohada.
—No sé qué me da más miedo, que gritara así… o que no haya vuelto aún —contestó Noctis, mirando el techo como si esperara que se abriera un portal ahí mismo.
Un largo silencio. Luego ambos rieron un poco, esa risa nerviosa que solo sucede cuando el peligro ha pasado… más o menos.
—Bueno… —dijo Prompto estirándose— al menos mañana descansamos. Día libre.
—Sí. Nada de entrenamientos. Ni magia. Ni dogezas. Ni Darth Ignis. Nada.
—Oye, eso fue hoy, ¿qué podría salir peor mañana?
Y justo entonces, lo oyeron: el suave y familiar golpeteo de patas sobre la hierba.
Umbra entraba por la lona con total dignidad. Pero esta vez, algo… era diferente.
—¿Eh? ¿Qué lleva puesto? —susurró Prompto, incorporándose.
El animal lucía un arnés grueso con múltiples bolsillos. Cada uno lleno de cartas. Una carretilla pequeña, con rueditas de madera, se arrastraba a su paso como si fuese un mensajero imperial en misión diplomática.
Ambos se quedaron sentados, con la boca abierta, viendo cómo el perro se acercaba hasta el centro de la tienda.
Sobre la carretilla había cuatro cajas, de distintos tamaños y colores:
—Tenebrae… —susurró Noctis.
En la esquina de esta última caja, había una etiqueta fina, escrita a mano:
“Con mucho cariño, pronto nos veremos. Espero que el evento vaya muy bien.
P.D: el contenido de esta caja… es un secretito.”
Debajo, una pegatina chibi del rostro de Lunafreya, guiñando un ojo con una pequeña estrellita junto a él. El estilo adorable contrastaba demasiado con el terror vivido de esa misma tarde.
Prompto tragó saliva. Noctis también.
—¿Ese guiño... fue una amenaza...? —susurró Prompto.
—Es... demasiado linda para ser amenaza —respondió Noctis—... aunque eso mismo la hace más peligrosa.
Ambos se miraron, lentamente, con una creciente sensación de suspenso, nervios y destino inevitable invadiendo la tienda.
La linterna parpadeó. El viento se detuvo.
Y con el perro sentado como estatua frente a ellos, el halo lunar entrando por la lona de la tienda, el mundo pareció detenerse.
—Continuará…