Ha pasado más de una semana y Brenda no ha vuelto a encontrarse con Lucas, ni con la chica que aquel día tenía a su perro en el parque.
Desde entonces esa niebla sigue volando en sus pensamientos, no se ha olvidado de ella, y mucho menos de él; lo intenta, pero es imposible.
Han pasado los días tan monótonos, del apartamento a la universidad, del parque y del parque al trabajo.
Brenda no tiene otra vida.
Sus días son todos iguales; parece que la juventud de su vida se va a pasar sin ella vivirla.
A sus veintitrés años recién cumplidos, ve que la vida se le va sin hacer nada importante.
De repente suena el teléfono...
—Sí, dígame, ¿quién es? —pregunta Brenda.
—Soy Margaret, ¡Feliz cumpleaños, amiga! —grita. ¿Pensabas que se me había olvidado?
—Ni tan siquiera, estaba pensando en mi cumpleaños —le contesta.
—¡Venga, anímate! Ponte guapa. —En diez minutos estoy ahí.
—Bueno, dame media hora —le dice Brenda.
—Vale, media hora; cuando te toque el timbre, bajas, ¿vale?
—Bien, ¡estaré lista! No te preocupes, no tardaré ni un minuto más.
Brenda va a su habitación a buscar un vestido; hace un buen día de sol, así que elige un vestido verde de terciopelo largo, con un bonito escote, de manga larga y un chal verde que va a juego con el vestido. Busca también unos zapatos verdes que compró junto con el vestido y un bolso con la cadeneta dorada.
Se sienta en el tocador y se peina esa larga melena pelirroja y ondulada y se deja el cabello suelto.
Se maquilla, se pone un poco de colorete en sus mejillas para ponerlas más sonrosadas y se pinta los labios de un rojo suave.
—¡Ya estoy lista! —se dice para sí misma.
Para cuando Margaret llega al portal, Brenda ya se encuentra en él, esperándola.
Brenda abre la puerta.
—¡Vaya, Brenda, estás preciosa! —Le dice su amiga.
—Muchas gracias, tú también; ese vestido rojo te queda genial.
—¿Dónde vamos, Margaret? —le pregunta.
—Vamos al Luna Park, es un pub moderno; no está muy lejos de aquí, me extraña que no lo conozcas.
—Sabes que no salgo —tengo muchas cosas que hacer.
—Sí, amiga, lo sé, pero tienes que salir más —le contesta; ponen una música buenísima.
—Vamos entonces —dice Brenda, apurada.
A cuatro manzanas se encuentra el Pub Luna Park, con una llamativa entrada de colores, donde va acudiendo gente joven; aquello está lleno. Brenda y Margaret entran al interior.
—Vamos hacia la barra y nos pedimos algo. ¿Qué quieres tomar, Brenda?
—Un Bloody Mary. ¡Un día es un día! —¿No crees?
—Claro, además es tu cumpleaños. Yo me tomaré otro.
—Hay bastante gente para ser lunes, ¿no crees, Brenda?
—Cierto, debe ser que nosotras salimos muy poco —le contesta a su amiga.
No he llamado a Dylan, ya ves que últimamente está ocupado. En el temario lleva una asignatura un poco retrasada, no le he querido molestar —le comenta a Brenda—. ¿Te ha llamado?
—No, y no lo veo desde el viernes al salir de clase, pero, como dices, está sumergido en esa asignatura que le lleva de cabeza.
—¿Nos sentamos aquí? Estaremos mejor que de pie.
—Sí, tienes razón, Margaret —es un buen sitio.
Están sentadas en una esquina del pub, donde se encuentran los reservados; desde ahí, se ve la barra, la pista de baile y la entrada.
Al mirar hacia la puerta, Margaret ve entrar a Dylan con otro chico, pero no lo conoce de la universidad.
—Mira, ahí está Dylan—le dice a su amiga, viene con otro chico.
—¿Tú lo conoces? Brenda: Yo no sé quién es.
—No, yo tampoco lo conozco —contesta.
Al final sus miradas se cruzan, y los chicos vienen hacia ellas.
—Hola, chicas, ¿qué tal? Felicidades, Brenda, tenía pensado llamarte mañana y darte mi regalo antes de ir a la universidad.
—¡Bien! —contestan al mismo tiempo.
—¡Gracias!, no te preocupes —contesta a Dylan.
—Estas son mis amigas Brenda y Margaret y compañeras en la universidad —le dice, presentándoselas a su acompañante.
—Me llamo Leonardo —soy primo de Dylan, encantado de conoceros.
—Igualmente, encantada —me llamo Brenda.
—Un placer. Yo soy Margaret, la loquilla de los tres.
—¿Qué tomáis? Voy a pedir una ronda—dice Dylan.
—Estamos tomando unos Bloody Mary —contesta rápidamente Margaret.
—Pediré lo mismo, para los cuatro.
Dylan va hacia la barra a pedir las consumiciones, mientras Leonardo se queda con Brenda y Margaret.
—No, nos ha hablado nunca Dylan de ti—comenta Margaret dirigiéndose hacia Leonardo.
—Bueno, tal vez sea, porque no vivo aquí —le contesta el chico, tardo mucho en regresar, de hecho, hace más de cinco años, que no le visito.
—¿Dónde vives? —Margaret sigue con el interrogatorio.
—Vivo en Roma, en Italia —le responde—. Hace diez años que me marché a vivir allí. Fui a terminar mi carrera de historia, me salió trabajo en el museo y decidí quedarme; es una ciudad preciosa.
—Bueno, es fascinante; a mí me gustaría viajar.
Dylan regresa y se sienta en la mesa.
—El camarero nos trae las bebidas ahora mismo.
Al dirigir Brenda la mirada hacia la puerta, se queda en shock; acaba de entrar Lucas con la chica desconocida del parque.
Ella lleva un vestido largo rojo, precioso y con toda la espalda al descubierto, tiene una larga melena negra que le surca por la espalda y luce bien bonita.
Él lleva unos pantalones negros muy ceñidos y una camisa blanca, que le marca sus pectorales, y tiene esa linda sonrisa que tiene cautivada a Brenda.
Brenda está nerviosa, no quiere quedarse más en el pub, y se levanta de la mesa.
—Pero, Brenda, ¿dónde vas? ¿Por qué te levantas? ¿Qué te pasa? Margaret nota algo extraño en el rostro de su amiga.
—¡Me marcho! —No tengo ganas de estar aquí —le contesta.
—Pero ¿dónde vas? ¿Qué te ocurre? —Dime ¿te encuentras mal? —le pregunta Margaret incesantemente.