Brenda se ha levantado temprano, a pesar de que no ha dormido nada, pero la noche se le ha hecho interminable. Se ha preparado un baño bien calentito y espera estar en la bañera un buen rato para relajar los músculos.
Al cabo de un buen rato, se viste; sabe que tiene que sacar a Otto, que la está esperando impaciente para ir al parque.
Esta vez Brenda no se sienta en el banco y, mientras Otto corre de un lado para otro, ella pasea alrededor del gran parque.
—¡Vamos, venga, aún tengo que desayunar! —le dice.
Otto llega a ella removiéndole la cola y dándole lametazos.
Ya en el apartamento, Brenda se prepara un té con unas tostadas y un zumo de naranja y le pone a Otto su comida también y agua.
Todavía es temprano; son las ocho de la mañana.
Sin embargo, suena el timbre de la puerta, y Otto comienza a ladrar, como poseído por el diablo.
—Brenda, abre, soy yo —grita desde el exterior.
Brenda se aproxima hacia la puerta y abre a su amiga.
—Pero ¿qué haces aquí? —¿Aún es temprano? —le pregunta.
—Estoy preocupada por ti, apenas he dormido.
Ven a la cocina, me disponía a tomar un té con unas tostadas.
—¿Quieres café? —dime, Margaret.
—Mejor un café con leche, por favor; el té no me sentará bien.
—Aquí tienes, está calentito y unas tostadas; si te apetece zumo de naranja, puedes servirte.
—¿Qué tal estás, Brenda? —¿Qué pasó anoche? —le preguntó a su amiga.
—Bueno, verás, es un poco, no sé cómo explicarme, conocí a un chico en el parque la semana pasada, estando con Otto, se acercó y charlamos, hablamos sobre su perro, ninguna conversación especial, y no lo he vuelto a ver hasta anoche.
—Pero no es motivo para irte así, de esa manera, Brenda.
—Es que… bueno, luego vi a una chica con el perro de ese chico al día siguiente en el parque, me volví loca, y anoche entraron los dos juntos al pub; ella iba deslumbrante, iba guapísima, llevaba un vestido rojo precioso. Eso me enfureció, Margaret.
—Pero, si no lo conoces, Brenda, no sabes nada, ni tan siquiera quién es... ¿Por qué ponerte así? Es un desconocido.
—Pero me gusta muchísimo, nunca me he sentido tan bien con una persona, con estas maripositas en el estómago cuando le veo.
—Pues ¡qué susto! Los chicos y yo pensábamos que te pasaba algo. Tengo que llamar a Dylan para decirle que estás bien; el pobre también se quedó muy preocupado. Le dije que le iba a llamar hoy a primera hora.
—Vale, le dices que estoy bien, que no es nada, no quiero que esté preocupado por mí.
—Luego, camino de casa, le llamaré. Voy a terminar el zumo de naranja, que está muy rico.
—Sí, me exprimo todos los días una jarra; me gusta el zumo natural, el envasado no tiene sabor.
Las chicas terminaron de desayunar y se despidieron. En unas pocas horas se van a encontrar en la universidad, pero Margaret ya está contenta, porque ha visto que su amiga está bien, que no le pasa nada, simplemente está colada por ese chico que ha conocido, locamente enamorada...
Brenda se puso a repasar apuntes y hacer algún ejercicio de texto, mientras ya tenía la lavadora puesta y, en el fuego, una cazuela con verdura y un poco de pollo.
Otto estaba tumbado en la cocina en una alfombra; estaba quedándose dormido.
Margaret iba camino de su casa cuando se encontró con Leonardo por el camino.
—Buenos días, Leonardo. —¿Qué tal?
—Hola, Margaret, qué madrugadora. ¿No?
—Sí, no me suelo levantar muy temprano, la verdad, pero hoy necesitaba hacerlo.
—Y ¿tu? Veo que vienes de hacer footing.
—Sí, cada día, es lo primero que hago, nada más levantarme.
—Bueno, eso está muy bien, el deporte es sano.
—No hay nada mejor. ¿Te apetecería tomar algo conmigo esta noche?
—¡Vaya una cita! —Pues claro que sí.
—¿Te parece bien a las diez en el Pub Luna Park?
—Me parece perfecto, a las diez en la puerta.
—Pues nos vemos a las diez. ¡Que tengas un buen día!
—Y tú también —le contesta Margaret con una sonrisa.
Margaret continúa por la avenida hacia delante; ya le queda poco para llegar a su casa. La avenida es larga y ella vive al final.
Nada más llegar a casa, llama a su amigo Dylan.
—Sí, dime, Margaret, ¿cómo está Brenda?
—No te preocupes, está bien —quédate tranquilo.
—¿Seguro que está bien? No te ha comentado nada.
—Está enamorada, eso es lo que le pasa; al final Margaret desvela lo que Brenda no quiere decir a nadie.
—¿Enamorada? —pregunta sorprendido su amigo.
—Sí, muy enamorada, ese chico la tiene loca —le dice suavemente.
—Enamorada, ¿de quién? ¿Qué chico? —¿Dónde lo ha conocido? —le pregunta su amigo, totalmente asombrado.
—Un chico que conoció la semana pasada en el parque, así que no te preocupes, Brenda está bien. He estado en su casa hace un rato, acabo de llegar a mi casa ahora mismo, y está perfecta; son cosas del amor...
—Bueno, te dejó Dylan —tengo cosas que hacer, nos vemos en clase.
—Vale, hasta luego, nos vemos.
Dylan se ha quedado estupefacto: la chica de la cual lleva enamorado desde que la conoció, ahora está enamorada de otro chico. Pero ella no lo sabe; Dylan no se ha atrevido nunca a decirle nada, a expresarle lo que siente por ella. A decirle que la quiere con locura y que daría su vida por ella.
Brenda está enamorada de un chico al cual acaba de conocer; no sabe nada de él, ni de su vida, ni tan siquiera dónde vive. Tan solo sabe su nombre: Lucas, un nombre que la persigue desde que lo conoció.
Dos amigos enamorados: Dylan de Brenda, y Brenda de Lucas.
¿Qué decidirá el destino? ¿Qué amor no será correspondido?
¿Quién verá su vida truncada?