Brenda sale de la cocina hacia el salón, se pone su delantal y, con su libreta, empieza a servir mesas junto a su compañera. Al saber que no pierde su trabajo, se siente más tranquila.
Su cuerpo se va tranquilizando a medida que va transcurriendo la noche. Va llegando la hora de salir; ya se ponen a barrer y fregar el suelo, mientras Scott tira la basura por la parte trasera y cierra el negocio.
Como noches atrás, Scott invita a Brenda a tomar algo antes de retirarse a casa, pero ella le da un no por respuesta, alegando que está muy cansada. Scott le da las buenas noches y cruza la calle; Brenda continúa por la avenida hacia su apartamento.
Brenda camina despacio y llega a casa casi a la una de la madrugada; allí Otto la espera para que la saque al parque, rodeándola y ladrándole sin cesar.
Brenda le pone la correa y van al parque; la temperatura es agradable y hay algunas personas paseando. En primavera, la gente aprovecha las buenas temperaturas.
Mientras Otto disfruta correteando por el parque, Brenda se sienta en un banco; le apetece esa tranquilidad.
De repente se acerca a ella Turco, el perro de Lucas; ella le acaricia...
—¡Hola, discúlpale! ¡Eres la chica del pastor alemán!
—Sí, soy Brenda, la chica del pastor alemán.
—Soy Carrie. ¡Encantada!
—Sí, la hermana de Lucas, ¿no? Le pregunta Brenda.
—¿Qué Lucas? A lo mejor me confundes con otra chica.
—¡No creo! No hay muchos perros de esta raza por aquí. ¿Se llama Turco? ¿Verdad?
—¡Sí, se llama Turco! Cierto...
—El chico que lo paseaba por aquí me dijo que se llamaba Lucas.
—Mi prometido, no se llama Lucas, se llama Joey.
—¿Es tu prometido? No lo sabía, pensaba que erais hermanos.
—No, ambos somos hijos únicos, aunque a mí me hubiera gustado tener una hermana.
—Te ha tocado sacar el perro, ¡igual que a mí!
—Sí, porque me apetecía salir a pasear; además, he tenido que venir a hacer un recado; si no, no vengo tan lejos.
—¿Vives lejos? Pensé que vivías por aquí, al venir a este parque.
—Vivimos en la otra punta de New York y tenemos que venir en coche. Tenemos mucho terreno en la mansión, con grandes jardines de césped; solo nos acercamos cuando tenemos algún compromiso, si no, no.
—¿Vivís juntos? —¡Tu pareja y tú!
—¡Sí, hace unos meses! —Pero dentro de dos meses nos casamos, en Francia, en París, la ciudad del Amor.
—¡Enhorabuena! —¡Te felicito!
—¡Muchas gracias! Brenda.
—¡Bueno, te deseo mucha suerte, Carrie! —¡Que te vaya bien!
—¡Vamos, Otto! ¡Adiós!
—¡Adiós! ¡Buenas noches, adiós, Otto!
Brenda caminó por el parque hasta la salida, cruzó la calle y, un poco más adelante de la avenida, entró en el portal de su apartamento.
Al llegar a casa se preparó una taza de té y se sentó en el sillón, en el salón, al lado del gran ventanal, desde el cual se divisan las luces que iluminan Nueva York y los altos rascacielos.
Pensaba en la conversación que había mantenido con la chica, que él un día le presentó como si fuera su hermana, y que es su prometida, con la cual se va a casar. Tienen una mansión. Brenda piensa en un chico con dinero, con vicios, mujeriego y lleno de caprichos; ella había caído en sus brazos como una tonta, al igual que otras muchas mujeres.
En el fondo le da pena Carrie; no sabe tampoco qué clase de chico es Lucas, o mejor dicho, Joey, ahora que conoce su verdadero nombre.
Con la mente fría y pensando en el bebe que lleva dentro de su vientre, piensa que, a pesar de haberle abandonado el falso Lucas, lo mejor que le ha podido pasar es no volver a saber de él. No vivir un amor de mentiras; ahora su única felicidad es su bebé, lo único importante en lo que luchar en la vida y por lo cual sacrificarse.
Al menos de ese amor inexistente, va a tener una criatura dentro de nueve meses, y aunque no ha sido buscado, ha llegado sin esperarlo; ella lo desea con todo su amor y se alegra de que dentro de ella esté ese ser que tan feliz la hace.