En un hermoso jardín del hospital Orange, de arbustos podados y flores de colores a sus pies, donde algunos de sus árboles ya poseen frutos de temporada, un paramédico joven y hechicero se encuentra sumido dentro de una profunda tristeza por un amor que perdió hacía pocos años atrás y que simplemente no tiene la fuerza para olvidarlo ni en su corazón hay forma de extraerlo. Él quisiera que lo que haya en su corazón fuera como el néctar de una flor y que llegara un pájaro capaz de sacar hasta la última gota en su interior. No importa las veces que intente extraer de su corazón ese amor perdido, siempre quedará dentro de él una pequeña gota que logrará hacer surgir de nuevo ese hermoso amor, como una flor lo hace diariamente con su néctar.
El joven acababa de traer al hospital a un paciente con una angina de pecho, que para él, el dolor debe sentirse como el que en ese momento sentía en su propio corazón. Siempre que llega a este hospital, le gusta sentarse en un pequeño muro del jardín, donde antes se sentaba con su amada, a sentir su olor, sentir su alma y alguna caricia aterciopelada de sus manos. En las mejillas del joven hechicero corrían unas delgadas lágrimas por ese amor perdido que alguna vez tuvo con la doctora Catalina y aunque el amor entre ellos siempre fue un imposible, les bastaba con verse, acariciar su pelo, sentir la caricia de la tibia mano del otro, era todo lo que podían obtener el uno del otro. No podían besarse, solo darse tibios abrazos y caricias y esos pequeños actos de ternura que eran todo para ellos. En esos breves momentos, sentían lo mismo que dos amantes que al consumar su amor, unían sus almas para subir al cielo en un éxtasis indescriptible, que al llegar a lo más alto, luego de revolotear y unirse, sus almas se separaban y regresaban a cada cuerpo igual que si la muerte los separará por siempre, pero allí estaban los dos, uno al lado del otro, exhaustos del amor que cada uno había recibido del otro.
No necesitaban nada más, esa era la naturaleza de su amor y era suficiente para ellos. Cada lágrima que deslizaba por su mejilla, era para él una caricia que recibía de su amada, que le permitía recordaba el olor de su perfume y lo tibio y aterciopelado de sus manos. Ellos se habían conocieron en la adolescencia, pero no fue sino hasta que se volvieron a ver en ese mismo hospital que se enamoraron de esa manera que para muchos la definirían como cruel, pero para ellos era sublime.
Cuando se reencontraron, él era un simple camillero y ella una estudiante de posgrado de medicina. La hermosa joven, casi carente de hechicería, era demasiado especial para el joven hechicero, pero no era por su diferente naturaleza o profesión que su amor era imposible, ella tenía prohibido unirse a un hechicero sin arriesgar su propia existencia. Para Catalina, Flavio era lo más hermoso en su vida, no podía vivir sin él, ni Flavio sin ella. Ambos se amaban tan intensamente que lo único que tenían permitido era acercarse, sentir el olor del otro mezclado con su perfume o sentir lo tibio de sus cuerpos cuando estos apenas se rozaban o se abrazaban. Si llegaban a amarse con sus cuerpos como lo hacen los amantes, las consecuencias para Catalina eran devastadoras y Flavio lo sabía. Aun así, Flavio acepto lo poco que ella podía ofrecerle, sin importar lo imposible de consumar su amor, ni siquiera en un apasionado beso. Él no la obligaba, ni siquiera se lo pedía en esos pocos momentos que podían estar juntos y controlaba su lujuria para no perderla.
El tiempo, no lo detiene, retrasa o adelanta nadie, ni siquiera el amor o la esperanza. Catalina terminaba sus estudios de posgrado y le llegaba el momento de irse del Hospital Orange. No podía resistir el pensar que no vería más a Flavio en ese pequeño muro del jardín, donde tantas veces compartieron las buenas y las malas. Catalina amó tanto a Flavio que en todo el tiempo que estuvieron juntos, logró convertir a Flavio de un simple camillero a un exitoso Paramédico, ayudándolo en todo lo complicado que Flavio no lograba entender de la medicina. Era un regalo que le quería dar antes de irse del hospital y de su vida. Ella sabía que no tenía habilidades para ninguna de las carreras de ciencias de la salud, pero con su amor lo ayudó a comprender lo más importante para que sus estudios fuesen un éxito.
Por amor, Catalina no podía continuar haciendo sufrir a Flavio de esa manera, pues nacemos para consumar el amor que sentimos y ella no podía brindárselo, así que le pidió a Flavio que cuando terminara el posgrado y se fuera del hospital, no la buscara, que buscara una mujer que complementara su vida, con la que pudiera consumar un amor sincero y crear con ella una familia, que ella no podría jamás proporcionarle. Al principio Flavio se negó rotundamente, a él no le importaba seguir amándola así, pero al final tuvo que aceptar lo que Catalina le pedía, ella igual se iría de su lado y él le juro que jamás dejaría de amarla en su corazón, aunque amara a otra mujer después de ella.
Catalina siempre aceptó las condiciones que le impusieron para no dejar de ver a Flavio, su único y gran amor, mientras estuviese en el hospital, pero por desgracia y sin esperarlo, Catalina desapareció de la vida de Flavio antes de que ella pudiera irse del hospital. Él nunca intentó buscarla porque ya sabía que jamás la encontraría en ningún lugar del extenso mundo.
Su amigo Esteban, también hechicero, siempre veía a Flavio derrotado en el pequeño muro del hospital. No lograba entender ese amor tan extraño que él sentía hacía una persona que simplemente desapareció sin dejar rastro alguno. Siempre que Flavio llegaba al hospital con un paciente, miraba con angustia a los médicos de emergencia para ver si Catalina había regresado, aunque sabía que jamás la encontraría. Ya Esteban y Flavio tenían varios años juntos trabajando como paramédico y Flavio le había contado a Estaban sobre el amor inmenso que sentía hacía Catalina, pero sin darle los detalles más importantes. Esteban sabía que fue una amor más allá de lo platónico, pero no podía entender porque jamás se consumó como amantes, que se entregan en cuerpo y alma, el uno al otro, sin condiciones. Aun así, el amor hacia Catalina seguía ardiendo en el corazón de Flavio como una flama que nada podía apagar, ni el más gélido invierno. En el momento que los llamaron de la estación para regresar a trabajar, Esteban se acercó al pequeño muro del hospital, como siempre lo hacía, para levantar del pequeño muro a Flavio, tal cual como si se tratara del corcho de una botella. Al final, Flavio siempre accedía, era inútil seguir esperando a un imposible, Catalina jamás regresaría a su lado.