En el inicio de los tiempos, el Creador construyó el infierno dividido en 9 capas, una encima de la otra, y las llamó círculos, y en éstos los criminales purificarían sus almas. Según sus acciones en vida, el criminal sería enviado al círculo que fuera más apropiado para limpiar su alma. Para llevar a cabo la tarea de purificación, el Creador dispuso de demonios en cada círculo, y a ángeles del infierno para mantener el orden dentro de él, ambas especies mortales con macho y hembra cada una para que poblaran todo el infierno. El Creador dispuso también que la naturaleza de los demonios al nacer fuese la misma del círculo donde purificarían las almas de los criminales, pero sin que esa naturaleza les permitiese lastimar al resto de los seres del infierno o los ángeles del cielo. Con el paso del tiempo, los ángeles celestiales que desobedecieron al Creador, se unieron en el Infierno a estás dos especies y las llamaron ángeles caídos, manteniendo su existencia inmortal, y algunos de ellos se convirtieron en Príncipes del Infierno para toda la eternidad, volviéndose mortales para gobernar cada círculo, y su muerte ocurriría al transmutar su alma en la de uno de sus hijos nacido para tal fin. De la misma manera que los seres humanos, los hechiceros, los ángeles y los demonios seguían las leyes que el Creador les había dado, y los demonios las cumplían a total cabalidad, pues el castigo por desobedecer cualquiera de esas leyes era la muerte en manos de su propia especie.
Con el paso de los siglos, de la misma forma como avanzaron las civilizaciones en el plano terrenal, también avanzaron en el infierno, y sus moradores vivían en pequeñas ciudades llenas de las comodidades, comercios y escuelas, teniendo como líderes las leyes impuestas por el Creador. En cada círculo el Creador dispuso de un lugar alejado de las ciudades en la cual se depositaban las almas de los criminales, un lugar carente de cualquier ciudad dentro de ella, donde sus habitantes estaban obligados a vivir en cuevas provistas de todas las comodidades. Las almas deambulaban por afuera de las cuevas y su purificación era liderada por un príncipe del infierno usando a los demonios del círculo, protegidos bajo las leyes del Creador.
En el primer círculo el Creador colocó la puerta que daba acceso al infierno, la puerta por donde debían entrar todas las almas de los criminales, y esperarían allí mientras se enviaban al círculo más apropiado para su purificación. Dentro de este primer círculo, al igual que el resto, el Creador dispuso de un lugar para aquellas almas que no fueron llevadas a ninguno de los círculos, o que quedaron vagando en el plano terrenal sin ningún ángel que la llevara a su destino. Un lugar que no necesitaba de un príncipe del infierno porque no había almas que purificar, sólo almas que no podían estar en el cielo ni en el infierno. Ese lugar fue nombrado El Limbo y estaba prohibido para todos, excepto para los Ángeles de la Muerte, y a quienes el Creador mismo les hubiese concedido el permiso de morar allí. Uno de esos elegidos había sido Asmael, un Ángel Caído.
En el limbo no existían ciudades, sus habitantes debían vivir en cuevas, preparadas para dar el mayor confort a sus moradores, pues ellos no eran los que debían ser purificados, sino habitantes comunes del infierno. En una de esas cuevas, el Ángel Caído tenía a su disposición una pequeña Ángel del Infierno de nombre Lucero, y dos niños demonios de nombre Wellington y Ephaim, el primero de ellos rubio y el segundo pelirrojo, ambos con cuerpo humano deforme. La cueva tenía 4 habitaciones, una pequeña cocina bien equipada, con desayunador, un baño completo y un recibidor con cómodos sofás y sillones de color verde oscuro con su larga y ovalada mesita de centro. La iluminación era agradable y muy diferente a la luz perpetua coloreada de marrón claro que iluminaba el infierno, y que no lograba entrar a la cueva gracias a los poderes del Ángel Caído. En una de las paredes podía verse una especie de reloj sin números, dividido en tres partes iguales etiquetadas como Poena, Requiem y Liberi, y tenía una sola aguja. Daba la impresión que el tiempo en el Infierno se dividía en tres partes y la aguja decía en cuál de ellas se encontraba el día.
Dentro de la cueva, Lucero estaba sola esperando que los niños demonios trajeran los encargos que les había pedido, cuando en medio del recibidor apareció una estela de humo negro que se disipó rápidamente mostrando a Asmael encerrado dentro sus negras alas. Al abrirlas, Flavio cayó al piso con apenas un hilo de vida que le daba el alma que aún no había terminado de salir por sus ojos, junto al visible Hahahiah que se veía obligado a salir de ese cuerpo. El Ángel Caído puso sus manos en el aire sobre Flavio y el alma detuvo su salida, y al bajar lentamente sus manos, el alma del hechicero y el querubín empezaron a regresar al cuerpo del paramédico. La hija de Flavio temblaba de miedo agarrada de la pierna del Ángel Caído, mientras veía como su padre regresaba a la vida, y cuando el poderoso hechicero abrió los ojos, la niña lo abrazó con fuerza gritando «estás vivo, Papá, estás vivo.» Asmael se encerró en sus alas de nuevo y desapareció en una estela de humo negro. Flavio estaba confundido, no entendía lo que estaba pasando y miraba el interior de la cueva, y al ver a la pequeña Ángel del Infierno le preguntó: