En el sofá verde del recibidor Rafael dormía plácidamente, estaba sentado con Lucero bajo su brazo, y su cabeza apoyada gentilmente sobre la de ella. En la mesa del desayunador estaba la comida que los niños demonios habían traído, y el niño pelirrojo se acercó al recibidor y le pidió a Lucero que les diera de comer. Ella seguía nerviosa, acurrucada en el agente y sin poder zafarse de él. Flavio colocó su mano sobre el corazón de Rafael y lanzó el hechizo de a primer toque, y lo único que encontró era un profundo agotamiento, así que lanzó un hechizo para que soltara a Lucero, lo levitó acostándolo boca arriba y lo llevó a su habitación para que descansara en su cama. Cuando regresaba de acostar al agente, ya Lucero había puesto la mesa con la comida en los platos, y Wellington y Ephaim sentados moviendo las piernas por el hambre en sus estómagos. Al sentarse Flavio, los niños demonios comenzaron a comer y LC sonreía por la forma como Lucero los regañaba por la rapidez con que tomaban sus bocados.
Cada plato tenía atún troceado acompañado de brócoli, ensalada de lechuga, tomate y judías, dos alcachofas y un huevo cocido rebanado. La pequeña niña alada jugaba con su comida y llevaba pequeños trozos a su boca, seguía angustiada por el agente que resultó herido al defenderla. Flavio la miró sonriente y le pidió que dejara de culparse, Rafael estaba acostumbrado a ese tipo de situaciones y lo que hizo era lo habitual en su trabajo. Lucero dibujó una sonrisa en su rostro y regresó su vista al plato para seguir comiendo. En esta oportunidad, ante la ausencia de Rafael, Flavio y su hija ayudaron a limpiar todo y regresaron al recibidor.
En medio de la cueva apareció el Ángel Caído encerrado en sus alas saliendo de una estela de humo negro, el paramédico quiso pararse del sillón para de nuevo enfrentarlo, pero fue inútil, estaba paralizado, Asmael lo señalaba con su brazo. Despacio, el Ángel Caído caminó hasta donde estaban sentados, y Lucero caminaba con él dando una disculpa por lo sucedido con el agente. Asmael ignoró la disculpa y siguió acercándose al hechicero. Con sus ojos rojizos penetrantes y su sonrisa macabra le dijo al hechicero que estaba allí para aclarar cualquier duda sobre su gemelo, el querubín Hahahiah. Flavio aún paralizado, lo miraba con rencor y aceptó aclarar sus dudas.
—¿Por qué mi gemelo me impidió mi mayor pasión?
—Hahahiah es el querubín que da protección y ayuda a los más necesitados. Él vio algo en ti y decidió encadenarse a tu alma para cumplir con la razón de su existencia, y quizás para él tú como paramédico le resultabas mejor herramienta.
—¿Una herramienta? Acaso cree que soy un desarmador o un martillo. Yo quería ser médico, era mi derecho, lo llevo en la sangre, ¿Quién le dio ese derecho a tomar esa decisión por mí?
—Eso que importa, lo cierto es que lo hizo y ya. Quizás si piensas como él podrías entenderlo. Hazte la siguiente pregunta, ¿Dónde se atienden más necesitados, en el hospital o en la ambulancia?
—Por supuesto que en el hospital, eso ni se pregunta.
—No es cierto, piénsalo bien. En tu carrera como paramédico no solo has trabajado con pacientes que requieren de tus cuidados, has intervenidos de forma oculta donde los bomberos trabajan, sacando personas de autos e incendios que quizás hoy no estuvieran vivos si no es por ti. Has intervenido con víctimas de abuso, reconfortándolas y dándole la atención que necesitan, más allá que curarles una herida. Un médico sólo puede atender a los pacientes que llegan a él, y no tiempo para hacer nada más, no puede reconfortarlos, y muchas veces ayudarlos con el dolor en sus almas.
—No era decisión de él convertirme en paramédico, era mi decisión.
—Hechicero ignorante, quizás tengas razón y nunca hayas merecido que Hahahiah cumpliera su misión a través de ti, y por eso me fue tan simple convencerlo de que te abandonara.
Cada palabra que salía de Asmael encendía la rabia del hechicero, y se movía con fuerza en el sillón tratando de escapar de esas ataduras invisibles que no le permitían levantarse para golpear con fuerza a ese ser insoportable que sólo se burlaba de él. Con los ojos rojos por la rabia y la impotencia le preguntó:
—¿Qué es lo que quieres de nosotros? ¿Planeas asesinarnos como hiciste con esos indefensos ancianos? ¿Para qué un ser como tú necesita ese dinero?
—No sé si ustedes terminen muertos en el infierno, todo depende de que tan bien sigan los planes que tengo para ustedes.
—¡Desgraciado, asesino! ¡No te atrevas a tocar a mi hija!
—Lo lamento por ti, pero ella es a quién más necesito ahora, necesito terminar de entrenarla para que trabaje para mí.