Flavio y el Ángel Caído (libro 4)

4c Sobrevive, si puedes

Al Liberi siguiente, todo seguía igual, nada había cambiado, seguían allí presos sin saber cuál era el crimen que habían cometido. Todos estaban sentados en el recibidor esperando que Lucero terminara de preparar el desayuno, Rafael quiso ayudarla desde que se levantó, pero la niña alada una y otra vez le rogó que no insistiera. El agente parecía otra persona, tal y como había dicho antes, no ocultaba sus sentimientos en su cuerpo, se veía derrotado, como si la vida para él hubiese perdido cualquier sentido. Al notar que estaba tan deprimido, LC se acercó a tratar de reconfortarlo con sus palabras, y el agente simplemente se negó a responderle. Rafael sencillamente estaba resignado a seguir viviendo, lo sucedido en la entrada de la cueva removió el fondo de sus recuerdos, y surgió algo que tenía bajo llave, algo que trataba de olvidar cada día sin poder lograrlo. Con el desayuno servido, Lucero los llamó a todos para que se sentaran a la mesa. Flavio Andrés trataba de sacarle alguna palabra, incluso le dijo cosas que sabía que lo molestaban, pero Rafael no contestaba, ahí estaba jugando con la comida en su plato, y comiendo torpemente algún bocado.

Después de tomar el último sorbo de café, el agente se levantó de su silla y empezó a dirigirse al recibidor. Lucero lo tomó por un brazo, y lo envolvió en sus alas, desapareciendo con él en una estela de humo negro. Asustado, Flavio Andrés buscó a su hija y la abrazó por los hombros para defenderla, veía a todos lados buscando a alguien que tratase de acercarse a ellos. Desde la cocina Wellington le dijo:

—No se preocupe, Lucero cuidará del señor Rafael.

—¿Adónde lo llevó?

—No lo sé, señor Flavio, pero mi señor le manda a decir que esté preparado para cuando él regrese.

—¿Qué significa eso?

—No lo sé. Debo irme, tenemos que comprar algunas cosas.

Con la cesta en la mano, Wellington y Ephaim salieron corriendo por la entrada de la cueva. Aún algo asustado, el hechicero vio alejarse a los niños demonios y se sentó con su hija en el sofá del recibidor. Un poco después, en medio de la cueva salió de una estela de humo el Ángel Caído, LC colocó su mano sobre la pierna de su padre y le pidió que no hiciera nada. Con una amplia sonrisa macabra y su voz profunda, vio con sus brillantes ojos rojos a la niña y dijo:

—Es hora de seguir con tu entrenamiento, acompáñame.

Flavio Andrés saltó del sillón para enfrentarse a Asmael, y LC lo haló por el brazo para evitarlo. Confundido, vio a los ojos a su hija y ella le dijo que todo estaba bien, simplemente seguiría con las clases que tenía en su casa, y no había ningún peligro en ello. El hechicero le dijo que eso no era posible, que necesitaba de los hechizos sanadores si se hacía daño al practicarlos, y la niña con una sonrisa cándida le respondió que en el Infierno sus poderes no le harían daño. El paramédico siguió protestado inútilmente hasta que su hija tomo del brazo al Ángel Caído y entraron a su habitación cerrando la puerta detrás de ellos. Preocupado, Flavio Andrés los siguió para entrar con ellos, y cuando agarró el pomo de la puerta, unos relámpagos salieron de él que lo lanzaron con fuerza lejos de la puerta cayendo al piso.

El hechicero había olvidado la advertencia de la niña alada sobre las puertas, y ahora se encontraba acostado en el piso y aturdido por la electricidad que circuló por su cuerpo al tocar el pomo de la puerta. Cuando pudo levantarse, vio fijamente la puerta y empezó a lanzarle cualquier hechizo que se le viniera a la mente para que se abriera, pero ninguno servía, todos los hechizos se volvían polvo al tocar la puerta. Estaba muy nervioso, quería estar al lado de su hija por si sus poderes la lastimaban, él tenía los hechizos para sanarla, y nadie más podía hacerlo en ese lugar desconocido. Flavio Andrés decidió esperar de pie delante de la puerta a que su hija regresara o que la puerta se abriera para entrar en la habitación.

(…)

En un callejón maloliente, desde donde se podía ver una calle llena de personas de cuerpo de mal aspecto, apareció Lucero encerrada dentro de sus alas negras, y al abrirlas salió de ellas Rafael. Sin saber qué hacer, el agente miró a su alrededor y vio edificios no muy altos en buen estado, y el edificio de tres pisos que hacía esquina con la calle donde circulaban personas, tenía un letrero de neón que decía «Hotel.» La niña alada lo observaba con detenimiento y sin hablar, ella estaba acostumbrada a esos sitios y no entendía el miedo que Rafael tenía en sus ojos, un miedo que no vio cuando se enfrentó a Asmael. El agente le preguntó a Lucero donde se encontraban, y ella le respondió que en el Ante Infierno, lo cual no significaba mucho para Rafael.



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En el texto hay: fantasia, angelesydemonios, persecuciones

Editado: 09.07.2020

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