Había pasado un mes desde la supuesta aparición de Flavio en el geriátrico, y el internado estaba en calma, los agentes de las Fuerzas Místicas de Orden no habían irrumpido otra vez en las instalaciones. El profesor de AJ conducía su auto por la carretera N5 en dirección del internado, cuando sintió que una unidad de la policía le pedía que se orillara. De la unidad salieron dos hombres uniformados que se acercaron y le pidieron que saliera del auto. El profesor se negó en un principio, pero ante las amenazas de los oficiales, abrió la puerta y salió del auto. Al girarlo bruscamente para revisar si portaba un arma, el oficial colocó las manos del profesor en la espalda y las ató con una soga mágica. El profesor se dio cuenta que los oficiales eran hechiceros, y lanzó un hechizo para deshacer la soga que lo ataba. El hechizo no funcionó, y eso lo asustó. Todo mago poderoso era capaz de deshacer los hechizos de cualquier otro mago, aunque fuera poderoso, y no pudo hacerlo con el conjuro del oficial. El profesor trató de girar su cuerpo para verle la cara al oficial, y sus esfuerzos terminaron en recibir un fuerte golpe al ser lanzado de nuevo contra su auto.
El oficial lanzó el hechizo para reconocer si había gente sin magia a su alrededor, y antes de llevarse a su víctima, el profesor se encerró en una burbuja muy poderosa, una que lo protegiera de cualquier conjuro. El oficial mostró su sonrisa macabra dentro de la sombra sobre su cara, y le dio una patada a la burbuja, atravesando el auto sin dañarlo, y alejándola lo suficiente para que nadie los viera. La burbuja del profesor anulaba la magia de cualquier otro hechicero, y sin embargo la magia de la soga mágica que lo ataba seguía intacta. Desesperado, intentó desvanecerse, pero ya era tarde, el oficial había entrado en la burbuja sin romperla, y el único capaz de hacerlo era Flavio Andrés. El oficial lo tomó por el cuello y le bajó la cabeza, y empezó a golpearle el estómago una y otra vez usando la rodilla. Cuando el profesor era incapaz de respirar y sostenerse, el oficial juntó sus manos formando un solo puño y lo golpeó en la cara reventándole la nariz y la boca, el agresor lo soltó y el profesor cayó estrepitosamente al suelo. El oficial lo rodeó y comenzó a darle patadas en los riñones, y cuando se disponía a darle el golpe final con una patada en la cabeza, otra unidad se había detenido para saber qué estaba pasando, le dio una última patada a los riñones diciendo «te salvó la sirena imberbe, nunca más te atravieses en mis planes» y comenzó a caminar hacia su unidad. El segundo oficial, que se había quedado cuidando el auto, se había disfrazado como el profesor. Adolorido en el suelo trato de verle la cara al oficial que lo había golpeado tan salvajemente, y a duras penas logró distinguir como alguien se hacía pasar con él y pensó «no es posible, nunca le he dado el hechizo a alguien para que logre disfrazarse de mí.» Luego, vio el cinismo con qué su agresor lo estaba señalando y pedía una ambulancia. El hombre disfrazado del profesor se montó en el auto y se marchó, dejando las dos unidades de policía con el verdadero profesor casi muerto en el suelo.
Una ambulancia llegó al lugar, al mismo tiempo que la unidad policial que detuvo el auto se iba de allí. Por cosas del destino, la ambulancia era la de Esteban, acompañado por Bruno, un paramédico alto de cabello rubio y ojos azules, se bajaron rápidamente, tomaron la camilla y el maletín de auxilio primario y fueron hacia la víctima. Al llegar donde el profesor, el nuevo paramédico lanzó el hechizo de a primer toque para revisarlo, mientras Esteban preparaba la camilla para trasladarlo. La cara del profesor ya estaba hinchada y llena de moretones por el golpe, casi irreconocible, y sin embargo Esteban se dio cuenta que era el mismo profesor que lo hechizó como dispensador de chupetas. Asustado, puso su cara frente a la de él y le preguntó que le había pasado, y con voz lastimera y apenas perceptible le contestó.
—No se meta con ellos señor Esteban, son personas muy peligrosas.
—¿Fueron esos agentes de la FMO que castigó?
—No diga nada, son muy peligrosos, quieren al niño, al hijo de Flavio, por favor no diga nada.
El profesor se desmayó. Se levantó rápidamente y ayudó a Bruno a colocarlo en la camilla e inmovilizarlo, y luego lo llevaron a la ambulancia. Esteban la puso en marcha y se dirigió al hospital Orange. Estaba asustado, sabía que el profesor era un mago poderoso y solamente alguna especie de mago oscuro podría lograr burlar sus hechizos. Nervioso y con las manos sudadas en el volante, aceleraba cada vez más la ambulancia para llegar lo más pronto posible al hospital, no sabía si el que atacó al hombre lo habían reconocido y el mismo hechicero lo estaba persiguiendo.
Al llegar a la emergencia, lo entregó lo más rápido posible a los camilleros, y corrió hacia dentro del hospital en busca de Luisa, un Ángel Guardián que trabajaba de enfermera y que Flavio le había presentado. Con la voz casi temblorosa la puso al tanto de lo que había ocurrido y le pidió que lo cuidara, que pudiese ser posible que vinieran al hospital a rematarlo. La enfermera lo tranquilizó y le prometió tenerlo al tanto de la salud de paciente. Esteban insistió, le pidió que no llamara a las Fuerzas Místicas del Orden, que ellos estaban involucrados. De nuevo la enfermera lo tranquilizó, le explicó que debía seguir el protocolo de estos casos, y que en la FMO había personas que podían proteger al profesor, que se fuera a seguir trabajando. El paramédico no estaba convencido, y como debe suceder, el Ángel Guardián logró su propósito. Esteban regresó a la ambulancia donde muy molesto Bruno lo esperaba por haberlo dejado solo limpiando la unidad. No sería hasta el final de su turno que podría ir a hablar con Augusto de lo sucedido.