En el limbo, Asmael necesitaba iniciar de nuevo las clases para la pequeña Ángel de la Muerte, era vital para sus planes, y la niña lo comprendía, para sorpresa e indignación de su padre. El Ángel Caído necesitaba que LC ya pudiera manipular almas correctamente, eso la ayudaría con algunos agonizantes que necesitan quedarse un poco más esperando a alguien, aunque no siempre tenía la libertad de tomar esa decisión. Este temprano entrenamiento le causaría la muerte en el plano terrenal, su cuerpo no sería capaz de generar la energía necesaria para hacerlo. En cambio en el infierno podía lograr que su cuerpo se fortaleciera más rápido, y así usando su naturaleza de hechicera, generaría la energía necesaria que se requiere para manipular el alma de una persona viva.
En la pequeña mesa de la cocina los hombres y las niñas, junto a los pequeños demonios, disfrutaban del desayuno. El agente y los demonios ayudaron a levantar la mesa y limpiar la cocina, para luego sentarse todos en la sala de la cueva a esperar lo que les esperaba en el día. La puerta de la habitación de Asmael se abrió y desde allí el Ángel Caído llamó a clases a la LC, lo que no le agradó a los hombres, que rápidamente se levantaron y se pusieron delante de la niña para cortarle el paso.
—No te la llevarás desgraciado, no permitiré que le hagas daño, o la uses para hacerle daño a alguien –dijo Flavio en tono amenazante, preparado para lanzarse sobre él.
—Yo jamás le haría daño a mi ángel –dijo Asmael.
—¡¿Tú ángel?! Ella no es tu ángel, es mi hija y la defenderé de ti.
—Tienes razón, ya no lo es, ya no es mi ángel.
La niña puso su mano sobre su padre y dijo con voz suave.
—Papá, no te preocupes, él nunca me haría daño.
—¿Cómo lo sabes? –preguntó Rafael preocupado.
—Soy un ángel ¿recuerda? Yo sé de estas cosas –dijo la niña tocando la espalda de los dos hombres delante de ella–. ¿Me dejan pasar para mi clase? Por favor.
—Claro que no –protestó su padre.
—No seas necio Papá, sabes que en algún momento lo haré.
Los ojos de Flavio temblaban en sus cuencas, no estaba dispuesto a dejar a su hija en manos de ese ángel de alas negras, sin embargo los ojos de su hija se veían tranquilos, le decían con amabilidad que confiara en ella. Sin más alternativas, el hechicero bajó las manos y le dio un beso en la frente a su hija permitiéndole pasar.
—¿Qué pasa Flavio? No puedes permitirlo –dijo Rafael muy preocupado.
—No hay nada que hacer Rafael, no puedo anteponerme al destino de mi hija, son las reglas de guardián y protector. Si ella me necesita, me invocará, no tengo alternativa.
—Pero Flavio…
—Ya lo oyó, agente, no insista –dijo Asmael, mientras LC le lanzaba una hermosa sonrisa.
—Espera un momento –dijo Flavio–, ¿qué se supone que haga si no estoy con mi hija en su entrenamiento?
—Esperar a que Rafael llegué de su entrenamiento, y sanarle sus heridas.
—¿Perdón? –dijo el agente confundido.
Lucero se acercó a él sin ser vista, lo envolvió con sus alas y lo llevó a la calle del Ante Infierno. Rafael visiblemente molesto le pidió a Lucero que lo regresara a la cueva.
—No puedo señor Rafael, mi Señor no me lo permite.
—¡Eso es un estupidez! –gritó furioso.
—Debe practicar los hechizos, por favor señor… ¡aaaahh! ¡Ayúdeme señor Rafael! –gritó Lucero.
Un hombre enorme había tomado a Lucero por las alas, colocándola sobre sus hombros, y salió corriendo. Rafael comenzó a perseguirlo, y ante la falta de hedor al rozar a las personas que quitaba de su camino, comenzaron a lanzarle cosas que cortaban su ropa y su piel, e incluso le hacían daño al golpearlo. El agente resistía bien el ataque y a veces daba traspiés por el dolor de un fuerte golpe que recibía, pero aun así no dejaba de correr detrás del enorme demonio. Al ver que Rafael no se detenía, las personas comenzaron a gruñir y se prepararon para perseguirlo y acabar con su vida. En ese momento murmuró el hechizo para evadir demonios y la mayoría de las personas que gruñían veían a todos lados, el humano que perseguían se había desparecido.
—¡Detente! ¡Devuélveme a la niña! –gritaba Rafael sin parar.
El monstruo veía hacia atrás mientras corría, sin entender porque un ángel del infierno lo perseguía. Poco a poco la distancia entre el hombre y el agente se iba acortando, y cuando estaba lo suficientemente cerca, Rafael se lanzó sobre él y lo derribó. Lucero cayó al suelo envuelta en sus alas, y al abrirlas vio a Rafael forcejeando con el enorme hombre, que lo tenía sometido debajo de él. Los golpes del agente parecían no hacerle daño, cuando el hombre sintió la falta de hedor, sacó una navaja para matarlo. Rápidamente alzó la mano con la navaja, al tiempo que Lucero corría hacia ellos, justo en el momento que bajaba con fuerza la navaja, la pequeña Ángel del Infierno abrió una de sus alas, y golpeó al hombre, sacándolo de encima del agente. La niña le dio la mano a Rafael para ayudar a levantarlo y comenzaron a correr en dirección de la puerta del Ante Infierno.
Sin poder evitar rozar a las personas, las personas comenzaron otra vez a darse cuenta que era un humano, y desesperada Lucero gritó.