Flavio y el Ángel Caído (libro 4)

6b Por favor, corre

La vida dentro de la cueva no era fácil, las únicas opciones de vida eran quedarse sentados en la sala o ir a los entrenamientos que Asmael les imponía, a excepción de la pequeña ángel de la muerte que se estaba fortaleciendo en sus clases intensivas. Para todos era un secreto las intenciones del Ángel Caído, incluso para Lucero y los niños. Nadie tenía claro si morirían en el Infierno o regresarían en algún a casa. Uno de los que más preocupados por regresar era Flavio, si hija debía regresar para cumplir con su propósito de vida, en el Infierno solamente deambulaban almas, no agonizantes que necesitaran a un ángel de la muerte. Nada tenía que hacer LC en el Infierno. El mellizo lo necesitaba, al igual que Catalina y el nuevo hijo de la pareja, ¿de qué servían esos entrenamientos? Quizás para Rafael tenía algún sentido, ya no se quejaba y parecía que hasta se sentía complacido con lo que aprendía. La pequeña niña de alas negras se había encariñado mucho con el agente, al igual de los pequeños demonios, ellos se sentían arropados por un calor de padre que nunca habían sentido, se sentían protegidos, y hasta un poco amados.

Pasaron algunos días y Rafael se estaba recuperando de su última incursión en la calle del Ante Infierno. El hechicero paramédico seguía usando los hechizos de sanación, antes y después de ser llevado al campo de entrenamiento para demonios. Ya las luchas habían dejado huella en Flavio, se veía un poco más fornido y su piel tensada delineaba aún más sus músculos. Cada día, Lucero lo encerraba en sus alas y se lo entregaba a Adonis. No había diferencia alguna, Adonis lo agarraba por la camisa y lo arrastraba hacia la zona de luchas, y regresaba a la cueva muy adolorido, aunque las aguas termales donde Adonis lo lanzaba con ropa cada día le servía de relajante. El paramédico hechicero, obstinado de no ganar no una sola pelea, se quejó al llevarlo donde Adonis.

—¿Para qué me traes hasta aquí? ¿Te gusta ver cómo me torturan?

—Ya se lo he dicho señor Flavio, mi Señor cree que es lo mejor para usted.

—Quiero que me regreses ahora ¡aaaahh!…

Adonis lo arrastró hacía la arena de luchas, igual que todo los días, y en el campo de lucha lo esperaba el mismo demonio con el que había luchado desde un principio, y que no había podido vencerlo. El entrenador le explicó cómo debía lanzarse al demonio para dominarlo, y Flavio lo intentó una vez y el demonio lo tiró al suelo. Flavio lo intentó…y al suelo, lo volvió a intentar…y al suelo, y así estuvo un buen rato.

—¡Luchas como una niña! –dijo el demonio contrincante.

—Observa sus movimientos, busca una debilidad y úsala en su contra –dijo el entrenador.

Flavio se lanzó y el demonio lo tiró al suelo, lo volvió a intentar…y al suelo, pero esta vez vio un pequeño movimiento en la rodilla del demonio que podía usar a su favor. Se volvió a lanzar, uso su pie para atacar su punto débil, y tiró al demonio al suelo, con Flavio encima de él que lo dominaba con una llave.

—¡A ver, ¿quién es la niña ahora? ¿Ah?! –gritaba Flavio.

Ante la negativa de Flavio de soltar al demonio, Adonis lo agarró por la camisa y lo levantó por los aires, lo alejó del demonio que se puso de pie y dijo:

—Muy bien, él ya sabe que conoces su punto débil, así que cambiará de estrategia, estate atento a sus movimientos, y por favor, cuando te pida que lo sueltes lo haces, ¿entendido?

Flavio asintió con la cabeza y siguió entrenando. Al final del día, luego de bañarse en las aguas termales, los niños lo traían arrastrando a la cueva, y al verlo, Lucero se acercó a ayudarlo para sentarlo en un sillón. Rafael, que aún se estaba recuperando, lo miró preocupado y le preguntó:

—¿Otra paliza olímpica?

—¡Peor! Después que me reventé contra el suelo cualquier cantidad de veces, al fin aprendí como vencer al demonio que pelea como niña. Pero eso no fue suficiente para el entrenador, no claro que no, nada más se le ocurrió cambiarlo por un gigantón que el entrenador jura que es otra niña.

—Nos está tocando la vida en el Infierno, parecemos almas en pena.

—Sí, y lo peor es que nadie entiende para qué, ni siquiera esos demonios del infierno saben nada.

Asmael abrió la puerta de su habitación, y LC salió de ella muy contenta. Al ver a su padre adolorido, se acercó a él para aliviarle su dolor, y Flavio la detuvo.

—¡No! Quiero llevar mi dolor con dignidad.

—No seas idiota AJ –dijo LC colocando su palma brillante sobre el hombro de su padre.

Un aura brillante rodeo a Flavio para aliviar su cuerpo a través de su alma, y cuando el remolino de aire removió su pelo, el aura desapareció, y la niña sacó su mano del hombro de su padre.

—Yo no soy tu hermano –dijo Flavio reclamándole a su hija por el comentario.

—Entonces no te portes como él.

—Disculpen que me meta –dijo Rafael–, pero la niña tiene razón, lo poco que conozco del niño es suficiente para decir que es igual a ti, y te aseguro que no es muy diferente al Flavio adolescente que conocí.

—Mete tu nariz en tu libro, sino te juro que en lo que te sientas bien te doy una paliza.

—Por eso te respeto, eres incapaz de atentar contra el débil, ni siquiera me amenazaste con dejar de atender mis heridas.



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En el texto hay: fantasia, angelesydemonios, persecuciones

Editado: 09.07.2020

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