Los días siguieron pasando en la casa, Rafael se reunía con Flavio de vez en cuando para decirle que no desesperara, que pronto todo acabaría, que tuviera paciencia. La pequeña Ángel de la Muerte regresó a la escuela después de tanto tiempo, Olga cubrió la excusa que había dado por sus faltas, y arregló con la directora las clases de nivelación de la niña para que pudiera terminar el año escolar. El pequeño mago poderoso al fin se había acostumbrado al internado, e incluso le había agarrado cariño, pero ante la llegada de su hermana quería regresar a la misma escuela que ella. No fue sino hasta su propia melliza habló con él que se calmó y aceptó la realidad.
El paramédico se estaba desesperando, ya la época de los antojos de su esposa habían pasado, y estaba aburrido sin nada que hacer. Salía con Xabier a la Central de Paramédicos a ver como estaba todo, extrañaba su trabajo al ver como todos salían rápido a las emergencias. Vio a Esteban en más de una ocasión, y hasta una especie de rabia invadió su cuerpo al verlo con el nuevo compañero que le habían asignado, él quería ser su compañero de nuevo, y esta situación con el asesino no se lo permitía. Quiso presentarse ante él, y Xabier se lo impidió por órdenes expresas de Asmael, debía esperar el momento preciso para hacerlo. Los días siguieron pasando, las peleas de los mellizos regresaron a dar vida a la casa, y lo que si extrañaba Flavio eran las cartas de quejas del director de la escuela, al parecer su hijo era un estudiante modelo, con todo lo camorrero que siempre había sido. Los días siguieron pasando hasta que en la mañana de un primero de septiembre, estando Catalina en la cocina, ella pegó un pequeño gritó y dijo.
—Se me rompió la fuente.
El hechicero paramédico estaba tan sumido en sus cosas, que no se había dado cuenta de que el embarazó de su esposa estaba a término. Catalina tenía todo listo, Augusto y Olga estaban preparados, y llevaron a su hija al auto. Flavio se iba a sentar a manejarlo cuando Xabier le impidió entrar al automóvil.
—Nadie debe verlo, señor Flavio, deje que el abuelo se haga cargo, debo protegerlo.
El Ángel Caído abrió sus alas y envolvió al hechicero entre ellas, y lo encerró en una burbuja para que no pudiera salir de su control. Augusto puso en marcha en el auto y lo dirigió al hospital Orange, ya le habían avisado al doctor Samuel, un Ángel del Nacimiento, y él los estaba esperando. Xavier llegó antes al hospital, y el hechicero caminaba nervioso dentro de su burbuja esperando que su esposa llegara. Al fin la vio bajando del auto, el camillero la sentó en una silla de ruedas para llevarla a la habitación de parto, y Flavio desesperado la miraba.
—Déjame salir –suplicaba Flavio.
—No debe salir todavía señor Flavio, no es seguro.
El camillero estaba a punto de salir de la sala de urgencias, cuando un batallón de agentes entró al hospital, ante la mirada de sorpresa del hechicero. Algunos médicos, enfermeras y camilleros, todos ángeles, le salieron al paso y les impidieron acercarse a Catalina. El Ángel Caído llevó a Flavio a la habitación donde su esposa esperaba al médico. El hechicero le suplicaba una y otra vez que lo dejara salir para estar con su esposa, y el ángel se negaba. El paramédico con lágrimas en los ojos seguía rogando, le decía que no había podido estar en el nacimiento de los mellizos, ningún hechicero podía presenciar el nacimiento de un ángel, un Ángel de la Muerte como LC. Xabier le pidió paciencia, que no estaba en sus manos permitirlo.
El doctor Samuel llegó, era el mismo ángel que colocó el alma de un Ángel de la Muerte en Leticia Camila y el alma de un hechicero en Arturo José. Al momento sintió la presencia del Ángel Caído y no le agradó para nada tenerlo cerca, como no tenía tiempo de preguntar al Creador, se lo preguntó a Catalina. Ella le explicó, entre contracción y contracción, que hacía allí el Ángel Caído. El médico selló la habitación de la misma manera que hacía en los nacimientos de ángeles, impidiendo que los hechiceros entraran o estuviesen allí. Habló al aire, con la vista puesta en Catalina, y le dijo a Xabier que dejara salir a Flavio y lo mantuviera dentro de su aura de ángel para ocultar su naturaleza como hechicero.
—Gracias Samuel –dijo Flavio al aparecer junto a Xabier.
El paramédico corrió hacia su esposa y le agarró la mano. La enfermera que asistía al médico era Luisa, la Ángel Guardián de almas en el Hospital, la amiga de los paramédicos. La mano de Flavio ya no tenía sangre de tanto que Catalina la apretaba, y entre un quejido lastimero y otro, ya el niño iba a salir de su madre, y Samuel le pidió a Luisa que pusiera en su mano el alma del niño, y al Samuel tocarlo, una nueva vida respiró por primera vez.
—Es un varón, felicidades.
El médico lo separó de la madre y se lo entregó a Luisa para que lo limpiara. Flavio no se había movido del lado de su esposa, estaba agotada y adolorida. El paramédico empezó a lanzar los hechizos de sanación sobre ella, y con una débil sonrisa Catalina lo miró.
—Eso solo funciona con nuestra hija, deja de intentarlo.
Sorprendido, dejó su mano suspendida sobre ella, hasta que escuchó la voz de Luisa mostrándole al niño a la madre, estaba envuelto en una manta azul con un gorrito, del mismo color, que Olga le había tejido. Emocionado, el hechicero le pidió cargarlo un momento y ella se lo entregó. Lo meció un poco dándole la bienvenida al mundo, y miró a Luisa.