En el solitario parque de Puerto Mérida, todos veían como el príncipe del infierno se vanagloriaba de haber matado a la pequeña Ángel de la Muerte. El cuerpo sin vida yacía al lado de su hermano mellizo, que con rabia descontrolada comenzó a conjurar todos los hechizos que conocía, y los lanzaba hacia Balaam. Nada servía, cada hechizo con el que lo atacaba pasaba a través de él sin dañarlo. El príncipe del infierno al ver los inútiles intentos del niño por agredirlo, seguía riendo de satisfacción, y al sentir los golpes que AJ comenzó a darle, le dio un manotazo que lo hizo volar por los aires. Rafael que corría hacia Balaam, lanzó un hechizo y una nube de energía recibió al niño antes de caer trágicamente al piso. Flavio no veía nada más que el cuerpo de su hija al lado del monstruo que la había lanzado al suelo, necesitaba llegar a ella para aplicarle los hechizos sanadores. El hechicero paramédico se negaba a aceptar en su mente que su hija había muerto, y corrió y corrió lo más fuerte que pudo.
El príncipe del infierno lo veía llegar a él, se dio cuenta que lo único que le interesaba era la niña, y que para el paramédico él no existía. Complacido, vio a Flavio tomar en sus brazos el cuerpo gelatinoso de su hija, y eso provocó una risa malévola en Balaam. Augusto y Esteban observaban sin saber qué hacer, igual que Rafael y el niño. El hechicero paramédico se sentó en el suelo con las piernas cruzadas y con su hija encima de ellas. Las lágrimas mojaban las caras de todos al ver el cuerpo de la niña ondear como el agua, mientras Flavio la acomodaba.
El paramédico puso la mano sobre su hija, se controló para evitar que temblara y empezó a lanzar los hechizos sanadores. El príncipe del infierno no podía para de reír al ver los inútiles intentos del hombre por salvar a su hija. Todos los hechiceros ordinarios, incluyendo a Flavio, pudieron ver como el alma de la niña empezaba a salir por sus ojos, aún abiertos y llenos de terror. El hechicero lanzaba más y más hechizos sanadores, y no lograba evitar que el alma siguiera saliendo de LC. Finalmente el alma abandonó su cuerpo, formando la figura traslúcida de una mujer de grandes alas brillantes, y posó los luceros que tenía por ojos sobre Balaam.
—Has matado a un pequeño ángel, y eso tiene castigo en el cielo y en el infierno.
—Nadie se atrevería a tocarme, soy el poderoso Balaam, un príncipe del infierno, y no te tengo miedo ángel.
—Te equivocas Balaam, tus hermanos, los otros príncipes del infierno, vendrán a buscarte.
El Ser brillante aleteó dos veces sus alas, un fuerte viento azotó a la tierra, y del suelo emergieron cientos de remolinos de humo negro, que rodearon a Balaam, lo elevaron y lo desdoblaron en una esencia roja candente, y en un cuerpo viviente de demonio sin alma. El cuerpo cayó de pie al suelo sin saber dónde estaba y qué hacía allí. Los remolinos rodearon la esencia roja formando un huracán a su alrededor, que poco a poco se fue transformando en una lanza, que se precipitó con fuerza al suelo y desapareció. Un enorme ángel del infierno apareció detrás del demonio viviente sin alma, lo envolvió entre sus alas y desapareció en una bocanada de humo negro en el suelo.
El Ángel de la Muerte miró como Flavio estaba sentado en el suelo, sosteniendo el cuerpo gelatinoso y sin vida de su hija, tratando de apretarla en su pecho, pero el cuerpo se escurría en sus brazos.
—Debo llevarme el cuerpo de tu hija, ella no pertenece al plano terrenal –dijo el Ángel de la Muerte.
—¡Jamás te llevarás a mi hija! Te llevaste a Cata una vez y no permitiré que te lleves a mi hija ahora.
—Por favor, déjala en el suelo para que pueda llevarla, –le pidió el ángel.
—¡No te la llevarás! ¿Qué le diré a su madre? Dime, ¿qué le diré al Ángel Guardián?
Augusto llorando se acercó un poco a ellos para convencer a su yerno, pero antes de que pudiera hablar, Flavio reaccionó.
—¡Aléjate de mi hija! ¡Que nadie se acerque! ¡Nadie va a quitarme a mi hija! –dijo poniendo una mano en forma de garra.
—Flavio, por favor, entrégale el cuerpo al ángel –dijo el abuelo.
—¡No, no lo haré! ¡Tú ángel, regresa a tu cuerpo! Este cuerpo es donde debes estar, no allí batiendo tus alas.
Flavio la acostó en el piso y comenzó a conjurar de nuevo los hechizos de sanación, y el dolor se apoderó de él, haciendo que su voz se entrecortara y gritara los hechizos mientras lloraba amargamente. AJ sin dejar de llorar se acercó lentamente a su padre, y le pidió que la soltara.
—¡No! Ella está bien, ¿verdad preciosa? –dijo Flavio dándole un beso en la cabeza, mientras mantenía una mano en garra en dirección a su hijo y la otra sobre su hija.
—Papá, por favor, está muerta, deja que el ángel se la lleve –dijo AJ con la voz ardiendo de dolor.
—¡No mientas! ¡Ella no está muerta!
Flavio le lanzó una pequeña bola aturdidora a su hijo, y lo elevó por los aires una corta distancia.
—No se le acerquen, Chissst, la niña está dormida la van a despertar –dijo Flavio con los ojos llenos de demencia.
Augusto corrió hacia su nieto para ver como estaba, y Rafael trató de acercarse sigilosamente al hechicero. Al escuchar una hoja resquebrajarse en los pies del agente, Flavio comenzó a lanzar una ráfaga de bolas aturdidoras hacia donde había escuchado el ruido, y Rafael moviendo sus brazos las disolvía al llegar a él.