El huracán negro que sumergió en el suelo al paramédico, atravesó el techo de la casa de Asmael, y siguió su camino a través del piso, dejando a Flavio y a los restos de Asmael en la cueva. Los pequeños demonios al verlo, corrieron hacia él y se abrazaron de sus piernas llorando. Lucero lo veía a la distancia, tenía los ojos hinchados de llorar y su cara totalmente húmeda por sus lágrimas. El hechicero le abrió los brazos, y ella corrió hacia él para seguir llorando en su pecho. Sólo el llanto se escuchaba en la cueva, un llanto de dolor intenso, y un ser traslúcido los observaba en las sombras sin querer molestarlos. Poco a poco las lágrimas se acabaron de sus ojos, y se dirigieron a la sala para charlar un rato.
—¿Ustedes me trajeron?
—No señor Flavio, no sabemos quién lo hizo.
—¿Cómo está el señor Rafael? –preguntó Wellington.
—Está muy cansado, la lucha contra Balaam fue muy intensa de verdad.
—¿Por qué no ha venido a visitarnos –preguntó Ephaim.
La pequeña ángel del infierno bajó la cabeza viendo al piso, y se sonrojó de vergüenza. Flavio giró extrañado la cabeza, no entendía lo encendido de las mejillas de Lucero, y al momento de preguntarle que le pasaba, el Ser traslúcido salió de las sombras.
—Hola Flavio.
El paramédico no lo reconocía, era un hombre con lo que parecía la cara de un niño, y hasta le traía a la mente algunos recuerdos que no entendía.
—Hola, ¿Quién eres?
El Ser posó una de sus alas sobre Flavio, parar darle la habilidad de conversar en el idioma original.
—Soy el querubín Hahahiah, fui tu gemelo en el plano terrenal, el que te dio la energía mágica y celestial para ser el mago más poderoso entre los hechiceros.
El paramédico saltó enojado de su sillón.
—Y esperas que te dé las gracias por eso, puedes irte por donde viniste, me quitaste mis anhelos, mis sueños, me quitaste mi derecho a ser médico, que me puede importar ahora que me hayas convertido en mago poderoso.
—El papel en mi existencia es ayudar al desvalido, a quién más necesite ayuda, y tus anhelos nunca fueron ser médico, sino estudiar algo que te sirviera para cumplir ese propósito, yo no tuve nada que ver con ese deseo, por eso fuiste feliz como camillero, y ahora como paramédico. Es cierto, me di cuenta que como médico no servirías para mi propósito, y sí, yo te impedí que lo fueras.
Flavio se enrojeció de furia, y Hahahiah continuó.
—Yo lo único que hice fue guiarte a lo que realmente querías, a cumplir tus anhelos más profundos, estar siempre para el que necesite ayuda. ¿Acaso un médico entra a un edificio en llamas a buscar a alguien que los bomberos no logran alcanzar? ¿Acaso un médico discurre como ayudar a los bomberos en un accidente? Ningún paramédico hubiese hecho lo que tú hiciste por tu suegro el día de su accidente, y los bomberos haciendo su noble trabajo no hubiesen podido salvarlo de su destino, un destino que cambiaste por ser quién eres, no por ser un médico, sino un paramédico experimentado capaz de dar más allá de lo que nadie puede esperar.
—Un médico hechicero también era capaz de evitar que mi suegro muriera ese día –protestó Flavio.
—Los médicos están en los hospitales, ellos no corren a buscar a los heridos de un accidente, ellos confían en personas como tú para eso. Los médicos se concentran en la evolución de sus pacientes, no solamente en salvarles la vida en un momento crítico, deben garantizarle la vida a quienes acuden a ellos. ¿Imaginas a un médico que abandone a todos sus pacientes en urgencias? Eso sería catastrófico. Para eso estudiaste tú, para mantener con vida a sus pacientes antes de llegar a ellos. Además, no todos a los que atiendes van al hospital, ellos sólo necesitan de una mano amiga, una mano amorosa y comprensiva que los ayude, no todo es curar un herida, no todo es poner una bandita, es decir que todo está bien, que ya todo pasó y que puede regresar a su casa. Ese es mi papel, estar al lado de los desvalidos, sin importar su origen ni dónde están. Cuántas veces atendiste a un indigente que viste por la calle malherido, cuántas veces te has peleado con la gente por ayudar al que está caído en la calle, aunque sea por una borrachera. Allí estoy yo, allí estás tú.
Flavio lo vio pensativo analizando lo que le había dicho.
—Quiero decirte la razón por la que te traje aquí, pero antes voy a explicarte que es esa vergüenza que tú ves en la hermosa ángel del infierno.
El paramédico seguía un poco aturdido, y prestó atención cuando Hahahiah empezó a relatar la historia del origen de Lucero y los pequeños demonios. Flavio quedó impactado por lo que había oído, nunca le había prestado mucha atención a las historias de la creación cuando era niño, y ya de adulto no le dio importancia. La pequeña ángel del infierno bajó la cabeza viendo al suelo, y los niños la veían sin entender nada de lo que estaba sucediendo. El hechicero se acercó a ella para darle un beso en su cabeza, la tomó por la barbilla y le alzó la cara para verla a los ojos.
—No tienes nada de qué avergonzarte, nosotros no nos definimos por lo que somos, sino por lo que hacemos, y tú haces cosas maravillosas. Además, ya escuchaste, no hay nada de ella en ti, eres un ángel del infierno como cualquier otro, claro más hermosa.