Flavio y el Ángel Caído (libro 4)

14a Un año después

En la Central de Paramédicos, Esteban y su eterno compañero regresaban de dejar un herido en el hospital Orange. Flavio ayudó a su compañero a arreglar la ambulancia y la entregaron al próximo turno. Le tocaba a Esteban llevar a su amigo a casa, así que se montaron en el auto, y Esteban lo puso en marcha.

—Esa nueva ambulancia raya en la perfección, que lástima que la fundación no cambiara las viejas.

—No exageres, las viejas son tan buenas como ésta, la única diferencia es que los aparatos son nuevos.

—No inventes, las luces de los faros de la nueva unidad alumbran toda la ciudad cuando las enciendo, no como los faros de las viejas que alumbran como una vela, además está unidad tiene para conectar mi móvil y escuchar mi música, en ese súper equipo de sonido de alta fidelidad. Hasta puedo responder mis llamadas usando el bluetooth.

—Le voy a decir al capitán que quite esa cosa, me tienes verde ogro con tus conversaciones con Joselyn por los planes de tu boda.

—No te quejes tanto, si no la atiendo me vuelve loco al llegar al apartamento, desde que se embarazó está insoportable.

—¿Se embarazó? O sea, tú no tienes nada que ver con eso.

—¿Qué te pasa? Si se te sale algo así delante de ella, me degüella, me vuelve a la vida y me vuelve a degollar.

—A mí no me culpes, tu boca te traiciona por si sola.

—Además, si me quitas el bluetooth no podré escuchar la música de mi móvil.

—No había pensado en eso, mañana mismo habló con el capitán y te acuso de maltrato psicológico y tortura.

—Entonces, prefieres que te hable todo el turno sobre los angustiantes antojos de Joselyn, así como tú hiciste cuando Cata estaba embarazada de los mellizos.

 —Déjame pensar. Uhm, creo que prefiero escucharte, así me puedo divertir burlándome de ti todo el turno.

—Yo no me burlé de las excentricidades de tu esposa en su embarazo.

—Tienes razón, tendré que aguantar que me sigas torturando.

—Añadiré algunas de tus canciones favoritas de Rudy La Scala para que nos torturemos juntos.

—¿Harías eso por mí? Después de más de 10 años aún me gusta ese cantautor.

—Por cierto, tengo un problema un poco serio con Joselyn.

—¿Qué puede ser aparte de verte la cara todos los días?

—Muy gracioso. No es eso, desde que supo que íbamos a tener una niña, ella pretende ponerle Queen Kiara, y ese nombre me asusta mucho.

—Te entiendo perfectamente, ¿se lo has explicado a Joselyn?

—Ella dice que soy un exagerado. Le insistí que invirtiera los nombres, pero no logré nada.

—Tranquilo, le digo a Cata que visite a Joselyn, y que se lleve a AJ con ella, ya verás que rápido la convence, tú sabes lo que le gusta a mi hijo recortar los nombres por su primera letra.

—Eres cruel amigo.

—A grandes males, grandes remedios.

—Ya llegamos.

Flavio se bajó del auto y se despidió de su amigo, dándole las gracias por el aventón. El hechicero estaba completamente agotado, y con dificultad colocó la llave en la puerta y entró a la casa. Esa noche iría Rafael a cenar y quería ducharse y descansar un poco antes de que llegara. Estaba arrastrando los pies tratando de llegar a su habitación, cuando vio a Augusto furioso saliendo de la habitación de AJ.

—¿Qué pasó? –preguntó Flavio.

—Ese hijo tuyo es increíble, llamaron a Cata para que lo fueran a buscar, y luego llegó con una nota del Director del internado. Cuando fui a charlar con él, se encerró en una burbuja oscura estampada con calaveras –dijo Augusto.

—¿No se supone que él es un ángel? –preguntó el paramédico con sarcasmo.

—Sí es mi ángel, pero es tu hijo, entra ahí y edúcalo antes que le ponga la nalga roja.

—Cálmate abuelo, yo hablo con él –dijo Flavio mostrándole las palmas de la mano.

El hechicero entró a la habitación, y efectivamente sobre la cama reposaba una enorme pelota negra estampada de calaveras de varios colores. Dio unos pequeños golpes sonoros a la burbuja como si se tratara de una puerta.

—¡Te dije que te fueras abuelo!

—Soy yo AJ.

—¿Qué quieres?

—Lo que todos, saber qué te pasa, el abuelo está muy preocupado por ti.

—¡No me pasa nada!

—AJ, no seas impertinente, a ver dime que te pasa.

—Ya te dije que no me pasa nada, ¡Vete por favor!

Dentro de la oscura burbuja, AJ estaba sentado con las piernas cruzadas y la cabeza apoyada sobre sus manos. Su cara estaba desencajada por la rabia que sentía.

—¿Sabes a quién le decían el coco en el internado?

Furioso el chico miró hacia donde salía la voz.

—A ti, pero ya no eres un mago poderoso y yo sí, así que lárgate.



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En el texto hay: fantasia, angelesydemonios, persecuciones

Editado: 09.07.2020

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