En las oficinas de las Fuerzas Místicas del Orden, el director estaba siendo informado de un hechizo inusual en una carretera cerca del hospital Orange. El hechizo había dejado un haz de luz horizontal tan brillante como el de un relámpago, y no había registros de un hechizo similar en los libros de la FMO. Leónides sonrió de satisfacción al oír la noticia e invocó a Rafael para que se hiciera cargo. Luego de explicarle al agente todo sobre el hechizo misterioso, le dijo:
—No es necesario decirle de quién estoy sospechando.
—Imagino que habla de Flavio.
—Por supuesto, es el único que aparece en los registros que ha hecho hechizos inusuales en los últimos años, como el de la bola de fuego roja. Ese hechizo mortal no puede ser deshecho por ningún hechicero, como si lo es el hechizo de muerte, usted como agente lo sabe.
De nuevo Rafael se preguntaba porque no había ocultado en un expediente secreto ese hechizo, el paramédico lo creó por primera vez en un estado de completa ira y sed de venganza, cuando el mismo asesino de su padre dejó agonizante al agente que lo protegió en su adolescencia, y evitó que terminara en la cárcel. Sin embargo, el mismo agente durante su agonía evitó que matara al criminal, el agente no quería que arruinara su vida y las de sus mellizos por nacer.
—¿Alguien presenció este hechizo inusual?
—Aparentemente hay un testigo. Los agentes me informaron que una ambulancia había dejado un herido justo cuando ocurrió el hechizo misterioso, ¿sabe de quién estamos hablando?
—Sospecho que del chofer de la ambulancia, el compañero paramédico de Flavio.
—Muy bien agente Rafael –dijo sonriendo de satisfacción, mientras entrelazaba las manos sobre la mesa–, y eso no es todo, Flavio no regresó a la Central de Paramédicos en la ambulancia después de ser visto en el hospital, y su compañero se fue a toda prisa de la Central sin dar explicaciones.
Era más que lógico para el agente que el hechizo inusual era de Flavio Andrés, ya nada le sorprendía del poderoso hechicero, sobre todo desde que ese ser extraño y desconocido hombre habló de un ser etéreo dentro del paramédico. Aquél miedo hacia Flavio Andrés que sintió en el pasado, resurgió de nuevo como un manantial que inundó todo su cuerpo. Con su porte inexpresivo preguntó:
—¿Qué desea que haga? Supongo que para eso me invocó.
—Quiero que vaya a interrogar al compañero de Flavio, creo que su nombre es Esteban.
—¿Por qué piensa que ese hechicero me dirá algo?
—Muy simple, porque confía en usted y de seguro le dirá la verdad de lo sucedido.
—Él ni siquiera me conoce bien.
—Pero Flavio sí, y siendo su compañero de tantos años de seguro que su amigo le ha hablado bien de usted.
—Iré a interrogarlo, entonces.
Parecía que aquella conversación que el agente había tenido con el hechicero había sido inútil, le había pedido que no conjurara ningún hechizo que encendiera las alarmas de la FMO. Rafael estaba seguro que el director mandaría otro agente a espiarlo durante la entrevista a Esteban, así que tenía que disfrazar la verdad si el amigo de Flavio Andrés soltaba la lengua. Estacionó su auto en la Central de Paramédicos, y preguntó por Esteban. Para su suerte, ya había regresado de la casa de su compañero, y estaba hablando con su capitán sobre su salida inesperada. El agente esperó que terminara de hablar en la oficina del capitán y al salir de ella lo interceptó.
—Señor Esteban, soy el agente Rafael y necesito hablar con usted un momento.
—Usted dirá señor agente.
—Un hechizo inusual fue detectado justo después que su unidad dejó un herido en el hospital Orange, y según nuestros especialistas debe haberlo conjurado su compañero, quién no regresó con usted a la Central.
Esteban palideció por un momento, y no pudo evitar que el miedo se viera en sus ojos, tragó saliva sin quitarle los ojos a ese hombre que hablaba sin mover un músculo de su rostro, y sin pensar dijo:
—Sí, el idiota de mi compañero levitó, y antes de desvanecerse lanzó un haz de luz simulando que un gas lo impulsaba por el aire, y el tonto se quemó las nalgas, así que tuvo que irse a casa.
—Eso suena como un disparate.
—Que se vuelva a morir mi abuela si le miento.
—Perdón, ¿cómo dijo?
—Pues eso, que yo no miento, es lo que traté de decir.
—O sea, que el hechizo inusual fue sacarse un gas por el trasero.
—Y que se incendie, yo nunca había oído de un hechizo así, no me dirá que no es algo inusual.
—Lo que me parece es estúpido, y pienso que el que tiene las nalgas quemadas es usted.
—Mi maletero está muy bien, y si no me cree se las muestro ahora mismo.
—Vamos entonces.
—¿Usted es un lame culos o qué?
—Dígame de una vez que hizo su compañero, y no me mienta más.
—Está bien, pero no me va a creer.
Sin mover sus brazos, el agente cerró sus manos hasta casi formar una garra, quería estrangular al imbécil que tenía delante de él, estaba casi seguro que saldría con otra barrabasada más, sin embargo debía escuchar lo que tenía que decir, y continuó: