El cielo del parque de Puerto Mérida se despejaba a medida que los ángeles desaparecían en el lugar donde la hija de ocho años del hechicero poderoso había sido secuestrada por un Ángel Caído, un ángel de cara tenebrosa y grandes alas negras y brillantes, y con ella se había llevado también el cuerpo fallecido de su padre, además de un agente de las Fuerzas Místicas del Orden, uno acusado de cómplice de los asesinatos, y que estaba por enfrentarse a un batallón de compañeros para evitar que lo capturaran. Las personas alrededor seguían disfrutando del parque sin notar siquiera lo que pasaba, era el poder de los ángeles que habían ocultado todo lo que había sucedido allí, y el hechicero que comandaba a los agentes había lanzado otro hechizo para detener el tiempo, y así dialogar con la familia del hechicero muerto, a él poco le importaba ver al mellizo de la niña gritando por su hermana y llorando arrodillado en el suelo por el secuestro en manos del que había sido el profesor de su melliza, él sólo quería llevarse al niño para encerrarlo por el escudo que lo había derribado. Mientras el Director de la FMO se acercaba a ellos, la madre de los mellizos se arrodilló llorando al lado de su hijo, lo abrazó y él volteó a verla a los ojos para preguntarle:
—¿Por qué se los llevó, Mamá?
—No lo sé cariño –dijo entre sollozos.
—¿Dónde están?
—No lo sé AJ.
—¿Por qué permitiste que Asmael se acercara a mi hermana? –preguntó enojado con los ojos llenos de desesperación.
—No fue mi decisión hijo.
—¡Es tu hija! –gritó el niño llorando.
Una voz gruesa se escuchó detrás de ellos.
—¡AJ! Discúlpate ahora mismo –dijo Augusto molesto con lágrimas en los ojos.
—¡Es que no hace nada por ella! ¡Ella es un Ángel Guardián de niños, ella puede ir a buscarla! –gritó desesperado.
Augusto se inclinó, lo agarró por los hombros y lo zarandeó.
—¡Está cuidando al único hijo que le queda! Ella es la única que puede impedir que algo te pase, no sabemos que quiere Asmael con tu hermana ¿No lo entiendes?
AJ se levantó furioso y el abuelo con él.
—¡No, no lo entiendo! ¡Quiero que busque a mi hermana! ¡Mamá, busca a mi hermana, por favor! Las dos son ángeles, sé que puedes encontrarla –gritaba desesperado.
Augusto lo abrazó con fuerza, y el niño rompió a llorar de nuevo, y su abuelo con él. Catalina con un gran dolor en su pecho, se levantó para unirse a ellos, lloraba por la muerte de su esposo, y lloraba por la desaparición de su hija, en manos del ángel que el Creador había designado para educarla. Ella no podía poner en duda las decisiones del Creador. Detrás de ellos, el compañero del hechicero fallecido lloraba hasta por la nariz, él estaba tan asombrado como AJ por el secuestro, ¿Cómo era posible que un Ángel Guardián de los Ángeles de la muerte y el nacimiento fuera en realidad un Ángel Caído? Esteban nunca logró ver a este ángel, pero sabía de él por su amigo. Flavio le había dicho que Asmael sólo se dejaba ver por aquellos que entendían su existencia y él no era uno de ellos que se le permitía verlo, pero ese día lo vio en su túnica vino tinto al lado de Augusto, y el miedo se apoderó de su cuerpo cuando el ángel cambió su cara inexpresiva y tosca a la cara más escalofriante y cínica que había visto en su vida. En medio del llanto y las lamentaciones de todos, una voz los distrajo.
—Así que eres un mago poderoso, que interesante –dijo Leónides en tono suave.
Todos intercambiaron miradas asombrados por lo que el Director acababa de decir, nadie entendía a qué o a quién se refería con ese comentario, lo cierto era que ese momento no era precisamente el más apropiado para decir algo así. El niño se enfureció por la actitud de Leónides, se limpió la cara con los brazos, quiso acercarse a él para golpearlo, y su abuelo lo tomó por los hombros y lo detuvo. El niño lleno de rabia quiso zafarse de las manos de Augusto sin lograrlo, mientras veía al Director y le decía:
—¡Todo es su culpa! Si no hubiera insistido en culpar a mi padre, él no hubiera muerto, y ese ángel maldito no se hubiese llevado a mi hermana.
—Yo sólo estaba cumpliendo con mi deber –dijo con voz suave.
—Eso no es cierto –refutó Augusto–, usted estaba detrás de esa cosa, ¿cómo la llamó? Ah sí, querubín.
—Bueno, él es el verdadero asesino.
—Hahahiah no sería capaz de asesinar a nadie –dijo Catalina enfadada.
—¿En serio? ¿Y cómo lo sabes? –dijo Leónides sonriendo.
—Porque yo se lo dije, idiota rana bananera –contestó molesto Augusto.
Sin inmutarse por el insulto, el Director miró fijamente al niño y dijo con ironía:
—Bueno, volviendo a nuestro asunto, ese escudo de energía tan fuerte solamente puede ser lanzado por un mago poderoso. Yo creo que este niño debe ser recluido en el internado de inmediato, y quién sabe, aislarlo de su familia, como debieron haber hecho con su padre hace mucho tiempo.
Augusto con un movimiento rápido se colocó delante de su nieto y de su hija, y con el brazo los obligó a permanecer detrás de él. Luego, amenazó con los ojos al Director y le dijo: