Mentiría totalmente si les dijera que supe lo que se sentía atravesar un portal. Pero la pura y fría verdad fue que cerré los ojos.
Ya, venga. Llámenme miedosa, pero había tenido suficientes traumas infantiles como para ponerme en plan curiosa.
No puedo negar que sí, soy bastante curiosa. Pero esto era nuevo, o sea, prácticamente una cosa del demonio, y si bien yo no era muy católica, tampoco me gustaba pasar de la teoría a la práctica en cuanto a temas de brujería.
Estúpida de mí al pensar aquella estupidez, que más adelante solo serviría para ponerme en ridículo frente al abuelo.
Pero considérenme muchachos. Yo soy un alma pura, no pueden culparme de pensar como una persona racional.
Muy bien, al punto.
Ignoré completamente lo que fue la entrada al portal y únicamente abrí los ojos cuando me estampé contra el agua. O algo que por lo menos debía tener agua, en algún tipo de cantidad, ya que mayormente era baboso, con bulbos y olía a podredumbre.
-Iugh- susurré sentándome y quitándome como pude lo que cubría mis ojos. Entonces capté con lujo de detalles en donde me encontraba.
Un cerdo tomó la iniciativa y se adelantó valientemente los pocos pasos que nos separaban y sin prestarme mayor atención se tragó una concha de plátano que reposaba en mi cabeza.
Si, estaba en una porqueriza, y los cerdos aglomerados a mi alrededor esperaban pacientemente a que me saliera del pequeño cubo metálico que contenía su alimento.
Por lo menos no había caído directamente entre sus desechos.
Cuando pude mantenerme medianamente estable en mis dos pies, caminé hacia la salida de lo que a simple vista era una cochera, justo cuando salté el pequeño muro de piedra, noté un establo y en el campo a su alrededor grandes cubos de heno seco, acomodados estratégicamente.
También para alivio en general, noté que mi abuelo con alegría envolvía a Loren en sus brazos —sí, ella había caído entre paja y yo… yo caí entre desechos comestibles ¿a alguien le suena a injusticia? — mientras ella se quejaba de la paja en su cabello.
- ¿Pero qué demonios, abuelo? ¿querías matarnos? - el abuelo antes que enojado, parecía estar a punto de estallar en carcajadas ante el evidente enojo de mi hermana. La cual como si fuese poco, parecía un tomate por lo roja que se encontraba su cara.
>> ¡ESTO ES SERIO! - gritó envuelta en cólera - ¿y si no fuese caído en heno? ¿y si fuese impactado en el suelo? O peor aún…
- ¿entre desperdicios de comida que alimenta a los cerdos? - argumenté con un deje de sarcasmo- créeme que, de las dos, tu saliste mejor librada- repuse cruzándome de brazos, pero en ese instante noté que llevaba pegada una concha de mango en el brazo, por lo que lo sacudí haciendo un claro gesto de asco.
No me malinterpreten, de hecho, no me quejaba por haber caído entre Masagua, agradecía en cierta forma no haberme estampado en el suelo; pero no me agradaba sentirme melcochuda.
Mi hermana y mi abuelo quienes se habían quedado de piedra observándome de pies a cabeza, no tardaron en estallar en sonoras carcajadas.
-Está bien- dijo Loren poniéndose de pie, repentinamente alegre- ahora me siento mucho mejor.
Maldita.
-Mis niñas, estuve buscándolas por horas. Al parecer después de todo, espacio-tiempo tiene sus cambios cuando el peso de las masas cambia- comentó pensativo- debo…
-Abuelo- se quejó Loren- venga ya. Necesito un baño. Además, debes explicarnos por qué coños traspasaste un espejo.
Repentinamente Robert abrió los ojos como percatándose de que había dejado pasar una información importante y entonces me miró a la cara- Queridas… ¡Bienvenidas a 1883! - extendió sus brazos e hizo un sutil movimiento con ellas invitando a que apreciáramos el panorama.
-Ya valí madres- me quejé repentinamente dejando caer mis hombros.
Mi hermana por otro lado chillaba de emoción.
Ya sé que probablemente piensan que me había resignado muy fácilmente ante las palabras del abuelo, que tal vez esto fuese una broma de muy mal gusto, que estaba mintiendo para hacerme pasar un mal rato.
Pero una parte en mi subconsciente sabía que era verdad y así pidiera pruebas, como un periódico o algo por el estilo, iba a darle nuevamente la razón al abuelo.
Él no tenía motivos para mentir y nunca lo había hecho con nosotras.
Mientras nuestro tutor le respondía a las miles de preguntas que le hacía mi hermana de camino a la casa, yo me distraje cuando pasamos por los establos.
Nunca, déjenme decirles. Nunca había visto tantos caballos en mi vida y menos las bellezas que ocupaban cada uno de los compartimentos.
En el tiempo al que estaba acostumbrada, cuando se tenían animales de este tipo, solo significaba que los usaban para llevar cargas. Detestaba a esos malditos ignorantes.
Muchas veces me había planteado la idea de poner a uno de ellos a cargar por lo menos un solo bulto de esos por 24 horas inmóvil en un solo sitio a ver si les parecía agradable. Pero el abuelo me decía que, de llevar a cabo dicho cometido, probablemente iría a parar a la cárcel.