-Entonces… ¿a dónde se dirige? - preguntó una vez más el molesto duque sin borrar la sonrisa de su rostro.
Habíamos caminado toda la mañana, él preguntándome cosas y yo contestando en monosílabos. Y aunque intenté por todos los medios deshacerme de él, simplemente no se apartaba de mi lado.
Intenté ignorarlo, pero solo hacía que preguntara más y más cosas, llegando al extremo de retenerme en varias ocasiones agachándose lo suficiente para poder ver debajo de mi sombrero.
Sin embargo, agradecía su compañía, pues me mostró los mejores lugares, los mejores sitios arquitectónicos del momento y el clima en general resultó magnifico para dicho paseo.
Cómo deseé haber traído mi cámara. Suspiré al no poder llevarme impresa la bella imagen de los lugares por los que pasaba, más sin embargo podía dibujarlos apenas llegara a casa.
- ¿Estás cansada? - preguntó plantándose frente a mí.
Me obligué a mirarlo a la cara con algo de dificultad debido al sol del mediodía. Sin embargo, con lo distraída que me encontraba en ese momento no noté que me había tratado como chica.
- ¿Sabes de un lugar donde pueda comprar algo de buena comida? - pregunté por primera vez articulando más de dos palabras en el proceso. La absurda verdad era que me había saltado el desayuno y necesitaba comer o mi estómago me tragaría viva.
Entonces él sonrió y pidió mi mano. Tal parecía que no le daba pena andar al lado de una chica que ante todos pasaba por chico y fuera de eso la incitaba a tomarle la mano.
Golpeé su mano y la aparté mientras le seguía el paso. Él siguió sonriendo de esa manera tan suya y se limitó a guiarme.
Cuando finalmente llegamos a una esquina, él se detuvo y por poco me estrello contra su espalda — pero no voy a admitir que fue por estar observando sus nalgas—.
-Es aquí, ven.
-Señores- saludó amablemente un camarero al vernos entrar. Nos dirigió a una mesa para dos junto a un balcón y finalmente dejé escapar el aire que había retenido mientras entrábamos.
-Entonces ¿me vas a hablar del por qué mientes? – preguntó tranquilamente mientras miraba la carta.
En ese momento el camarero llegó y se dispuso a anotar la orden, ni siquiera me fijé en lo que él pidió por los dos. Concentré mi atención en la vista que ofrecía el balcón y guardé silencio.
- Leah… - murmuró.
-Mi prima viajó esta mañana temprano. No me dijo hacia dónde- contesté sin voltear a mirarlo.
Pocos minutos después trajeron la comida. ¡Oh sagrado ser omnipresente, gracias por esos alimentos!
No esperé a etiqueta ni nada por el estilo. Me dediqué a saborear el esponjoso y calientito pan y el resto del desayuno almuerzo.
Supongo que debí haber dejado algo para él y cuando me fui a disculpar por mi glotonería pude detallarlo con los codos sobre la mesa y sus manos en puños sujetando su mentón.
Parecía bastante cómodo mirándome.
-Creo que pediré la…- negó con la cabeza, él había pagado.
¡Malditos caballeros de la antigüedad!
>> Gracias- murmuré bajando la mirada- creo que debo volver a casa.
Salimos de aquel lugar y girando en una de las esquinas por las cuales habíamos avanzado, logré verla.
Una biblioteca.
Literalmente mi día se iluminó. Inmediatamente salí corriendo y crucé la calle, subí las gradas que me separaban en la entrada y finalmente estuve dentro del gran salón.
-Alabado Ra- susurré dando vueltas en el centro de aquel lugar.
Por todos lados veía a hombres, subiendo y bajando escaleras. Pero ninguna mujer.
Ciertamente eso me hacía sentir única.
Recobrando la compostura comencé a subir al segundo piso, asentí a modo de saludo cuando pasé por el lado de unos guardias y me perdí entre estantes de los más variados libros.
No supe del duque en mi estancia o seguramente si andaba por ahí con lo distraída y fascinada que me encontraba, ni lo vi.
Pasados lo que me parecieron minutos y no horas, me dispuse a bajar. Había unos cuantos libros de los cuales tenía bien sabido que mi abuelo no los poseía, porque me conocía la biblioteca del abuelo y sabía que los libros que tenía en esa casa eran los mismos que teníamos en la mansión del siglo XXI.
- ¿Cómo que no los presta? – exclamé indignada- se supone que es una biblioteca pública.
-Son órdenes- se limitó a decir el bibliotecario. Un señor de avanzada edad que, sentado en la silla central en medio de una mesa redonda a mitad del primer piso, parecía una versión de Santa Claus — tan solo que faltaba bastante para navidad y… que el señor no llevaba un traje rojo… y que al parecer tampoco me quería entregar mi regalo—.
-Demonios- exclamé por lo bajo dejando los libros en la mesa y caminando enfurruñada hacia la salida.