Me desperté de sobresalto asustando de paso a la morena que se encontraba limpiando mi rostro.
-Tranquilo- susurró empujando mi pecho con su mano de manera firme, pero sin ser brusca- anda, recuéstate. No te preocupes.
-Necesito… necesito…- no sabía qué necesitaba, el dolor me consumía, tenía calor y frío en parte iguales. Me dolía la cabeza y el cuerpo aún más que la pierna.
Leah posó sus dedos sobre mi boca pidiendo que me callara- Ven, vamos a quitar la camisa, Catrina te embojota como si estuviéramos en la Antártida- Intenté sonreír, pero dolía, dolía demasiado. A parte de todo un ataque de tos invadió mi cuerpo, aunque Leah no prestó atención, levantó la parte superior de mi cuerpo y con destreza removió la franela que llevaba puesta.
>> ¿Puedes levantarte? Creo que te vendría bien un baño.
¿Un baño? ¿A esta hora? ¿Estaba loca?
>> Espera- dijo y salió de la habitación.
Tras lo que me pareció una eternidad Leah volvió a entrar, esta vez acompañada de Jasmine y Abril, las dos chicas que durante el trascurso de los últimos meses se habían encargado de darle mis recados a la chica.
De haber sabido que solo debía sufrir un accidente para que ella me cuidara, a lo mejor lo habría intentado antes.
¿Qué demonios acabo de pensar?
Las tres mujeres pasaron al baño dejando allí tres grandes vasijas con agua, la primera en salir fue Leah, quien se acercó a mí y quitó las mantas que me cubrían.
-Vamos, te prometo que vas a estar mejor.
Hice mi mejor esfuerzo por levantarme, pero a duras penas logré sentarme al orillo de la cama.
>>Ahora los pantalones- comentó posando sus manos sobre el botón de éste.
No sabía por qué carajos en mi mente se formó una idea equivocada ante tal afirmación, Leah pareció leer mi mente y posando sus ojos en los míos, sonrió.
>>Malpensado- murmuró haciendo puchero- ¿me ayudan? – preguntó dirigiendo su mirada hacia las dos chicas que miraban petrificadas desde la puerta del baño.
La situación no podía ser más divertida; tres chicas intentando mantenerme en pie, pero solo una de ellas haciendo todo el esfuerzo.
- ¡Afff! Mierda. Mejor vayan a llamar a Jose o a algún otro macho que venga a ayudar- exclamó la morena soplando un mechón de su cabello que se acomodaba en su rostro.
Era obvio que las muchachitas no estaban acostumbradas a el oficio y el rubor de sus rostros las delataba, aunque no dejaban de detallarme descaradamente.
>>No deberías hacer eso- regañó Leah mirándome ceñuda cuando las muchachas salieron de la habitación.
- ¿Hacer qué? - pregunté con inocencia.
- Eso – repitió señalándome- sonríes y tienes al maldito mundo femenino a tus pies. Las pobres chicas seguramente salieron de aquí hiperventilando.
No pude contener una risotada que amenazó con estallar mis pulmones del dolor. Me doblé ante el esfuerzo haciendo el intento de no hacer muecas.
Fracaso total.
-Es una lástima- dije cuando tomé el control de mi cuerpo y la chica logró sostener mi brazo por encima de sus hombros cargando la mayor parte de mi peso.
- ¿Qué? - preguntó con curiosidad ajena al esfuerzo que debía estar haciendo.
-Que la única mujer que quiero que al menos me regale la hora ni siquiera me determiné a no ser por obligación.
Leah revoleó los ojos y avanzó ayudándome a hacer lo mismo.
-A lo mejor debes olvidarte de ella. Seguramente tiene sus motivos para alejarse de ti. Sabes…- dijo haciendo una pausa y achicando los ojos- apuesto lo que sea a que tiende a hacer hasta lo imposible para que la dejes en paz y no llamar tu atención.
-Pues que pena, porque todo lo que hace es merecedor de mi admiración.
Eso la dejó sin palabras y un tanto desubicada, estaba tan cerca, mirándome a los ojos sin apartarlos, sin titubear.
Tenía que besarla. Debía besarla, era una necesidad.
Hice amago de acercarme a su rostro — esperando que se alejara—, no se movió. Ella me estaba dando permiso, sin embargo y a pesar de que moría por besarla con pasión, probar de una vez por todas sus labios y saborearla hasta el cansancio, no pude evitar tomarme mi tiempo.
Recargué el peso de mi cuerpo en mi pierna sana y acomodé su cuerpo de tal forma que estuviese frente a mí, llevé una de mis manos hasta su mentón, tocando con delicadeza la piel de su mejilla.
Acerqué mi rostro al suyo, esta vez con la confianza suficiente como para no retractarme, esa mujer era un pincelazo de color en mi vida, me encantaba cuando entreabría sus labios con sutileza al momento de ser sorprendida — de lo cual tenía el orgullo de mencionar que sucedía por alguno de mis comentarios, aunque eran pocas la ocasiones — sus ojos siempre atentos, curiosos, su forma de hablar, de expresarse, de actuar.
Dejó que mi toque avanzara y me deleitó ante la mirada repetitiva que viajaba de mis ojos a mis labios; era un verdadero reto no abalanzarme sobre sus labios en ese instante como quería, pero no podía arruinarlo. Quería realmente disfrutar del momento, lento y sin preocupaciones.