19 de Marzo, 2016
Nuevamente sentí una mirada sobre mí.
Volteé de nuevo para ver de quién se trataba, la librería no estaba tan llena como otras veces y todo el mundo parecía estar enfrascado en ver los distintos libros que tenían en sus manos.
Volví a dirigir mi mirada hacia el libro que yo tenía, era una novela de romance, en dónde la chica de veintidós años tenía un especie de obsesión con su jefe frío y al parecer sin sentimientos, pero que de todas maneras, su amor era prohibido por obvias razones.
No fue mi mejor día, desperté con ganas de hacer algo, pero lo único que he hecho ha sido nada.
Ir a caminar a ver si conseguía trabajo fue un desastre.
Nadie quería a una niñata sin experiencia.
Estúpidos, hijos de su... mamá.
Se sintió horrible y tan humillante.
Sabía que no lo necesitaba, pero quería hacer algo mientras me decidía por cual carrera universitaria elegir, a mis padres tampoco les importaba eso, pero de cierta manera lo prefería así. Conociendo sus gustos, mi padre hubiese querido que yo estudiara finanzas, mi madre habría querido que yo estudiara derecho.
Yo no quería estudiar ninguna.
Hace más de dos años salí de la preparatoria y en ese transcurso no había hecho nada que me gustara del todo.
Mi madre me había inscrito para clases de administración, duré un par de meses y descubrí que... no me gustaba la administración.
Mi padre había querido que me dieran asesoría para ver si me atraía estudiar contaduría, duré poco más de un año, no me gustó.
A este paso me sentía tan inútil de no llenar sus expectativas. Ambos se decepcionaron de mí cuando los llamé para decirles que no quería estudiar ni contaduría ni administración y que probablemente era una tonta con todo el asunto de las finanzas.
Últimamente tenía tantos pensamientos altibajos a la vez que la mayoría del tiempo me dolía mucho la cabeza, no quería comer, no quería levantarme de la cama ni revisar el teléfono, no quería nada.
Necesitaba un impulso, algo por lo que seguir, pero no sabía que hacer.
Nunca lo sabía.
Y más de una vez había deseado no ser como soy por no poder cumplir nada por mi propio esfuerzo. Cualquiera diría que a esta edad era una exageración pensar de esa manera, pero solo quería sentirme comprendida ¿Sabes? Vivir encerrada en la habitación teniendo todo, pero sintiéndote tan mal por no encontrar algo que te haga feliz es tan deprimente y no permite que te expreses de alguna manera.
Llevaba más de un año así y ahora creía que estaba sin un rumbo, si un propósito, sin nada.
Tal vez yo me lo había buscado.
Tal vez no era buena en nada más aparte de fracasar.
Tal vez debía vivir así, en el vacío en donde nadie podría sacarme.
Aunque sabía que a mis padres no les importaría, ellos nunca estaban al pendiente de mí. Así que dudaba que se hubiesen dado cuenta de mi desesperación por buscar que hacer con mi vida.
Sentí de nuevo que alguien me miraba, esta vez fui un poco más rápida y alcé la mirada para encontrarme con sus penetrantes ojos marrones que te dejaban sin respiración.
Aidan Johnson, el hijo de los dueños de la librería.
Lo conocía desde hace algún tiempo ya que sus padres habían puesto este negocio hace un par de años, cuando yo estaba en mi etapa de adolescencia. Había visto a Aidan un par de veces, pero nunca había cruzado palabras con él, al menos no de la manera en que yo había querido mucho tiempo atrás, cuando me encantaba espiarlo a través de mi ventana.
Lo que sí sabía era que todo el tiempo me miraba como si yo fuese una molestia.
Digo, sabía que constantemente venía a comprar aquí, pero esa no era razón para que me mirara como si quisiera matarme ¿Eh? Bajó la mirada a su teléfono y empezó a teclear y no sé de dónde vino el impulso, pero yo me le acerqué, dejé el libro en el mesón algo más brusco de lo que pretendía y él alzó la vista, casi dejándome sin respiración al momento en que recorrió mi rostro y me miró fijamente a los ojos.
Me incliné un poco, dejando mi nariz cercana a la suya y para sorpresa mía, pude hablar como si su mirada no me inquietara.
- ¿Puedo ayudarte en algo? - preguntó con tono borde, su voz tan ronca y helada, tragué saliva ¿Ahora qué hago? ¿Qué le digo?
¿Qué acabo de hacer?
Me incliné un poco más sobre el mostrador, quedando mucho más cerca de él, robándome cada segundo de su mirada achocolatada.
- ¿Puedo saber por qué no paras de mirarme como si quisieras matarme? - me atreví a hablar en tono de reproche. No sé de dónde salió mi confianza para hablarle, pero ya no había marcha atrás.
Se lo había dicho.
¡Demonios, demonios! ¿Qué he hecho?
Dejé mis manos abiertas sobre el mesón, él dirigió su mirada allí, para volver a mirarme mientras preguntó - ¿Matarte? - alzó un ceja en mi dirección y soltó una risita, Dios mío ¿Qué tipo de risa tan seductora era esa? Este tipo era tan... exquisito.
Aunque había otras palabras para describirlo, pero no entraría en detalles, no mientras él estaba frente a mí mirándome fijamente como si no hubiese nadie más cerca de nosotros.
- Si, Aidan - solté, se suponía que no debía decir su nombre, se suponía que yo no lo sabía, aunque sería algo ilógico considerando que lo conocía desde mucho antes aunque nunca crucé palabras con él, no del todo al menos, pero él ha sido mi amor platónico desde la primera vez que lo vi de lejos con sus padres. Creo que por mucho tiempo estuve obsesionada con él, pero no, NO, no debía entrar en detalles. Odiaba ser tan evidente - Cada vez que entro a esta librería me miras como si me odiaras ¿Por qué? No te he hecho nada - dejé de afincarme en el mesón y luego me eché hacia atrás - Digo, sé que debes detestar que arruine tu preciado tiempo libre, pero vamos, solo vengo en calidad de cliente - finalicé con orgullo.