✩₊˚.⋆☾⋆⁺₊✧Sombras En El Espejo✩₊˚.⋆☾⋆⁺₊✧
✿
El sol comenzaba a ocultarse en el horizonte, tiñendo el cielo de un suave tono anaranjado mientras la casa de los Jhonson se sumía en una calma inquietante. Las paredes de la mansión, habitualmente silenciosas, parecían murmurar con una energía contenida. En una de las habitaciones, Alaric estaba solo, sentado en el borde de su cama, con las manos entrelazadas sobre su rostro. Su respiración era pesada, irregular, mientras su mente trabajaba a toda velocidad, dándole vueltas una y otra vez a la misma imagen: la carta.
La había leído al menos una docena de veces desde que Kalina se la mostró. Las palabras seguían grabadas en su mente, como si estuvieran escritas en fuego: "No busques escapar. No puedes. Ya somos uno, entrelazados en esta danza oscura que apenas comienza…" Alaric sabía que esto iba mucho más allá de simples amenazas escolares. Alguien estaba jugando un peligroso juego con ellos, y lo peor de todo era que no podía identificar al enemigo.
Frustrado, se levantó de golpe y comenzó a caminar por la habitación. El eco de sus pasos retumbaba en el silencio, pero no le ofrecía ningún consuelo. La presión sobre sus hombros aumentaba con cada segundo que pasaba. Su novia estaba en peligro, y él sentía que no podía protegerla. La sensación de impotencia lo corroía por dentro.
De repente, se detuvo frente al espejo que colgaba sobre la cómoda. Su reflejo lo observaba, pero lo que vio en sus propios ojos no le gustó: incertidumbre, enojo, y algo más profundo, algo que no quería admitir. El miedo. Miedo a no ser capaz de mantener a salvo a la persona que más le importaba.
- Maldita sea... – Murmuró, cerrando los puños con fuerza.
La frustración lo envolvió como una ola, y antes de que pudiera detenerse, lanzó un golpe directo al espejo. El cristal estalló en mil pedazos con un sonido seco, y fragmentos de su reflejo cayeron al suelo como pequeñas estrellas rotas. La sangre brotó de sus nudillos casi de inmediato, pero el dolor físico no era nada comparado con la tormenta que rugía dentro de él.
- ¡Maldición! – Gritó, sus palabras resonando en la habitación vacía.
Por un momento, solo hubo silencio. Pero luego, el sonido de pasos se acercó rápidamente por el pasillo, y antes de que Alaric pudiera siquiera moverse, la puerta se abrió de golpe. Su padre, William Jhonson, entró a la habitación, con la expresión sería que lo caracterizaba. El rostro del patriarca, siempre pulcro y controlado, ahora mostraba una leve tensión, pero sus ojos no perdían ese brillo autoritario.
- ¿Qué diablos está pasando aquí? – Preguntó su padre, su voz baja, pero cortante, mientras sus ojos analizaban la situación. Vio el espejo roto, los cristales esparcidos, y la sangre en la mano de su hijo -. Alaric, ¿qué has hecho?
Alaric respiraba pesadamente, pero no respondió de inmediato. El peso de la mirada de su padre lo hacía sentir más pequeño, más vulnerable de lo que estaba dispuesto a admitir.
- Nada – Murmuró, apartando la vista -. No es nada.
William cerró la puerta detrás de él y avanzó hacia su hijo, sin dejar de observarlo detenidamente.
- No me trates como si fuera un idiota, Alaric. Esto claramente no es "nada". ¿Por qué te golpeaste contra un espejo? – Se detuvo a unos pasos de él, cruzando los brazos -. ¿Tiene que ver con esa chica? ¿Con Kalina Federov?
El solo nombre de Kalina en los labios de su padre fue suficiente para qué la rabia que había intentado contener estallara nuevamente en su pecho.
- ¡Sí, tiene que ver con ella! – Exclamó Alaric, dando un paso hacia su padre, su mano herida temblando por la adrenalina -. ¡La están amenazando! ¡Nos están amenazando! ¡Y no sé qué hacer para detenerlo!
El señor Jhonson observó a su hijo en silencio durante un largo momento, sin alterarse por el estallido de Alaric. En cambio, su expresión se suavizó ligeramente, pero la dureza en sus ojos seguía presente.
- Hijo – Comenzó, su voz ahora más calmada, pero aún firme -.¿De qué amenazas hablas?
Alaric soltó un largo suspiro, y sus hombros se hundieron, como si todo el peso que había estado cargando finalmente lo hubiera derrotado.
- Kalina recibió una carta en clase – Admitió -. Y antes de eso, alguien le estuvo enviando flores azules. No sé quién está detrás de esto, pero... sé qué tiene que ver con nuestras familias. Con las empresas.
El mayor entrecerró los ojos al escuchar esto. Su mirada se volvió aún más afilada, pero no por enojo hacia su hijo, sino por la preocupación que las palabras de Alaric despertaron en él.
- Las flores azules... – Repitió en voz baja -. Eso no es una coincidencia. Es un mensaje claro.
Alaric lo miró, sin comprender del todo.
- ¿Qué mensaje?
William se acercó, apoyando una mano en el hombro de su hijo, un gesto que era raro en él. Siempre había sido un hombre distante, pragmático, más inclinado a dar órdenes que a ofrecer consuelo. Pero esta vez, su tono era diferente, más personal.
- Las flores azules están vinculadas a una vieja disputa entre nuestras familias y otras del círculo empresarial. Y no es una simple competencia de negocios, Alaric. Es mucho más profundo. Es una señal de que alguien está reavivando antiguos conflictos, conflictos que, hasta ahora, pensábamos que estaban enterrados.
Alaric lo miró fijamente, sintiendo un nudo formarse en su estómago.
- ¿Antiguos conflictos? ¿Te refieres a las rivalidades entre las empresas?
Su padre asintió, su expresión sombría.
- Hace años, cuando yo era joven, hubo una serie de tensiones entre nuestra familia y la de Kalina. No solo por los negocios, sino por... cuestiones personales que surgieron entre nosotros. Esa enemistad nos ha seguido durante generaciones, y aunque se mantuvo bajo control durante un tiempo, parece que alguien está decidido a desenterrar el pasado.