✩₊˚.⋆☾⋆⁺₊✧Las Alas Del Silencio˚.⋆☾⋆⁺₊✧
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La habitación de Alaric estaba bañada por la tenue luz azul que se filtraba a través de las cortinas. Afuera, el cielo nocturno parecía un océano estrellado, pero dentro de él, todo era caos. Las sombras de los muebles se alargaban y encogían con cada parpadeo de las luces de la calle, proyectando figuras fantasmales en las paredes. El ambiente era denso, como si la misma habitación respirara su angustia, su agotamiento, y su desesperación.
El día había sido largo, pero la noche parecía aún más interminable. Alaric estaba sentado en el borde de su cama, con la cabeza entre las manos. Su respiración era pesada, como si cada inhalación fuera una batalla que librar. Había evitado a Kalina, evitado las miradas inquisitivas de sus amigos y, sobre todo, había evitado enfrentarse a sí mismo.
Las palabras de Maxwell seguían resonando en su mente, como un eco interminable:
"Tu vida está diseñada para fracasar. Al final, solo eres una pieza en el juego de tu padre."
Cerró los ojos con fuerza, tratando de alejar esas palabras, pero lo único que consiguió fue que regresaran con más fuerza. No sabía si Maxwell realmente entendía lo profundo que era el abismo que lo separaba de su familia. No era solo la rivalidad entre empresas; era el peso de un legado, el dolor de las expectativas incumplidas, y la constante sensación de que todo lo que hacía nunca sería suficiente.
Se levantó bruscamente, incapaz de quedarse quieto. Sus pasos resonaron por la habitación mientras caminaba de un lado a otro. En un momento de frustración, se detuvo frente al espejo. Su reflejo lo observaba con la misma intensidad con la que él lo observaba a sí mismo. Sus ojos estaban inyectados de rabia contenida, pero también había algo más: miedo.
De repente, como si no pudiera soportarlo más, su puño se estrelló contra el espejo, rompiendo la imagen en mil pedazos. Los fragmentos cayeron al suelo, reflejando diminutas versiones distorsionadas de él mismo. Sentía un dolor punzante en los nudillos, pero eso no importaba. No era nada comparado con el dolor interno que lo desgarraba.
El sonido de la puerta abriéndose rompió el silencio de la habitación. Su padre estaba ahí, de pie en el umbral, observándolo con una expresión que mezclaba desaprobación y preocupación. Alaric no lo miró, ni siquiera levantó la cabeza para enfrentarlo.
El silencio entre ellos era ensordecedor. El aire estaba cargado de tensiones no dichas, de años, de palabras reprimidas. Finalmente, su padre avanzó hacia él, pero sus pasos eran lentos, como si dudara de si acercarse o no.
- Esto no puede seguir así, Alaric – Dijo con una voz baja, pero firme.
Alaric no respondió. Sus ojos estaban fijos en los fragmentos del espejo, en el suelo, como si estuviera buscando algo entre ellos, alguna respuesta, alguna señal.
- Sé que llevas un peso enorme sobre tus hombros. Pero eso no te da derecho a autodestruirte.
El joven finalmente alzó la vista, pero no hacia su padre, sino hacia la ventana. Afuera, las luces de la ciudad seguían parpadeando, indiferentes a su tormento interno.
"¿Qué quieres de mí?" – Pensó Alaric, aunque no lo dijo en voz alta. Era la pregunta que siempre había estado en su mente, la pregunta que nunca había tenido el valor de hacerle directamente.
Su padre suspiró y se sentó en la silla junto al escritorio. Por un momento, pareció más cansado de lo que Alaric jamás lo había visto.
- No quiero que repitas mis errores – Dijo finalmente. -. Pero parece que es inevitable. La vida que llevo... la vida que te impuse... no es justa. Nunca lo fue.
Las palabras sorprendieron a Alaric. Era raro que su padre hablara con tanta honestidad, con tanta vulnerabilidad.
- Siempre he pensado que protegerte significaba hacerte fuerte. Que debías cargar con este legado porque era tu destino. Pero ahora veo que solo te he llenado de cadenas. Cadenas que ni siquiera yo sé cómo romper.
El silencio volvió a llenar la habitación, pero esta vez no era tan opresivo. Había algo diferente en él, algo casi reconfortante.
Alaric finalmente se giró para mirar a su padre. Había muchas cosas que quería decirle, muchas preguntas que quería hacerle, pero ninguna parecía apropiada en ese momento. Lo único que pudo hacer fue asentir lentamente, como si de alguna manera entendiera lo que su padre estaba tratando de decir.
Cuando su padre se levantó y se dirigió hacia la puerta, se detuvo por un momento. Sin mirarlo, dijo:
- No dejes que el pasado determiné tu futuro, hijo. Eres más que eso. Mucho más.
Y con eso, salió de la habitación, dejando a Alaric solo una vez más.
Alaric pasó horas en la misma posición, tumbado en la cama, con los ojos fijos en el techo. El cansancio físico y emocional se había convertido en un peso constante, pero sus pensamientos no le permitían dormir. La conversación con su padre seguía girando en su cabeza, cada palabra resonando como un eco en un abismo.
Por un lado, había algo reconfortante en el hecho de que su padre finalmente reconociera las cadenas que había puesto sobre él. Pero, por otro lado, esa revelación no hacía que el peso desapareciera; solo lo hacía más evidente.
Se levantó de la cama y se dirigió a la ventana. Desde ahí, podía ver las luces de la ciudad extendiéndose hasta el horizonte. Era una vista que solía encontrar inspiradora, pero esa noche, solo parecía recordarle lo pequeño y atrapado que se sentía.
La luna brillaba intensamente, arrojando su luz sobre los fragmentos del espejo roto que todavía estaban esparcidos por el suelo. Alaric los observó por un momento antes de agacharse y empezar a recogerlos. Sus manos temblaban ligeramente mientras levantaba los pedazos, cada uno reflejando su rostro en diferentes ángulos. Cada fragmento parecía mostrar una versión diferente de él mismo: el hijo, el novio, el amigo, el joven que estaba luchando por encontrar su lugar en un mundo que no parecía querer darle espacio.