Cuando llegaste yo era aún muy joven para comprender la trascendencia de tu sutil aroma. No entendía que hacías tocando a mi puerta cuando yo nunca te llamé. Pero entraste sin autorización alguna, como esas mariposas que se posan en los tulipanes sin consentimiento de estos.
Tomaste mi alma, la robaste de su jaula de rosas y la llevaste al éxtasis en un viaje sin final, o al menos eso creía yo. Te hiciste una con mi corazón, lo fundiste entre tus suaves manos de terciopelo y lo diste de comer a las jubilosas mariposas, que devoraron ávidamente cada trozo de él.
Pero tan pronto como llegaste de igual manera te marchaste, sin dejar rastro, sin dejar vida.
Amada mía, ¿en dónde te encuentras?