Cuando nos reencontramos en aquella pradera de lirios blancos y morados, en aquella noche lóbrega, nunca imaginé que estarías más hermosa que aquella vez que te distinguí tocando a mi puerta.
Estabas sentada allí, en medio de tanta belleza. Pero la tuya predominaba ante todo aquello. Mi corazón se regocijo al ver que habías cumplido tu prometido, de aguardar mi llegada en los lirios.
Corrí a nuestro encuentro, pero tú no sonreías. Me senté y te abrace con vigor, las lágrimas recorrían mis mejillas, de tristeza, o, ¿alegría?
Tú no sonreías, las mariposas revoloteaban entre tu hermoso cabello pardo. Tu mirada estaba fijada en el pasto verde. Me entregaste una nueva jaula, ¡pero de lirios blancos! Y te volviste a marchar, con tu ejercicio de mariposas.
¡Oh! amor mío, ¿a dónde te diriges?