Varado en la inmensidad de la llanura.
Nadie vino a mi auxilio.
Perdí el rastro de tus bellas mariposas.
El firmamento se tiñó de negro.
Distinguí dos grandes planetas. Verde como las hojas de un árbol era uno, rojo como las llamas del infierno era el otro. Inconscientemente los asocie a ti, como cada vez que veía las estrellas en el enorme cielo negro. La melancolía y el dolor se volvieron a apoderar de mí.
Una estrella bajó, tan alba como nieve fresca. Se posó en mis manos y canto a mí su amor a aquellos planetas. Después narró su encuentro con una dama, de ojos marrones, casi negros, piel tostada y melena negra. Sabía que eres tú. Implore a aquella estrellita que me mostrará el camino por donde te habías ido, con una de sus puntas señaló al vasto mar. Agradecí aquel acto con una amplia sonrisa, la estrellita se marchó retomando su majestuoso canto. Tomé un batel de colores pastel y marché hacia el mar.
Amada mía, no vayas tan deprisa.