Flor de invierno

XXVI

Tu corazón palidecía a cada latir

Las llamaradas de tus ojos se perdían en la negrura del firmamento

En tu piel se atisbaba la dolencia del olvido

Dijiste, que te daba miedo entregarte a la muerte

Acaricié tus suaves mejillas; No había nada que hacer por ti

Forcé tus brazos para ceñirlos con la muerte

Cerré tus párpados para que no brotasen nuevas lágrimas de tus bellos luceros

Y volaste como un turpial que ve la luz por primera vez.

De tu corazón brotaron raíces que se extendieron por todo tu cuerpo, como un río en tierra nueva

Perforaron tu piel

Y de ellas germinaron tulipanes del color de tu sangre.

Las bestias se acercaban desde el horizonte y supe que Dios ya no era mi amigo.

 




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