Tu corazón palidecía a cada latir
Las llamaradas de tus ojos se perdían en la negrura del firmamento
En tu piel se atisbaba la dolencia del olvido
Dijiste, que te daba miedo entregarte a la muerte
Acaricié tus suaves mejillas; No había nada que hacer por ti
Forcé tus brazos para ceñirlos con la muerte
Cerré tus párpados para que no brotasen nuevas lágrimas de tus bellos luceros
Y volaste como un turpial que ve la luz por primera vez.
De tu corazón brotaron raíces que se extendieron por todo tu cuerpo, como un río en tierra nueva
Perforaron tu piel
Y de ellas germinaron tulipanes del color de tu sangre.
Las bestias se acercaban desde el horizonte y supe que Dios ya no era mi amigo.