Todos queremos lo que no se puede, somos fanáticos de lo prohibido.
Mario Benedetti
Agosto del 2.017
Conozco a Clarissa desde hace muchísimos años; la conocí en el primer día de secundaria y al instante conectamos. En ese tiempo, las personas no solían caerme muy bien, siempre fui solitaria porque así estaba acostumbrada desde niña. No tenía amigos porque mi padre nunca me daba tiempo para tenerlos: por la mañana estudiaba en la escuela y por la tarde en casa. Las relaciones sociales estaban prácticamente prohibidas para mí.
Mi padre siempre me ha dicho que estudiar es lo único que me convertirá en la mejor y no en un ser mediocre y sin rumbo. Le he creído, porque hasta el momento siempre he tenido un camino brillante y nadie jamás me ha señalado como una perdedora.
Fue a través de Clarissa que conocí a mis otras amigas, y aunque soy bastante difícil de tratar, ellas me han aceptado. Nunca me han tratado de un modo diferente; al contrario, todas son buenas a su manera. Aun así, con quien mejor me he llevado siempre ha sido Clarissa. Ella me comprende, entiende la carga que he llevado todos estos años, la presión que ha ejercido mi padre sobre mí, siempre exigiendo que sea la mejor. Ella lo entiende porque también lo vive, sus padres no la dejan ni respirar.
Su familia ha sido inflexible; desean que destaque porque será la heredera de una famosa y prestigiosa marca. No puede permitirse cometer errores, simplemente debe ser perfecta. Sin embargo, en realidad lo que menos desea es dirigir el negocio familiar, por eso se marchó, escapando de una carga demasiado pesada para sus ambiciones; solo anhela ser libre.
Pensé que con la distancia nuestra relación no cambiaría, pero me equivoqué. Nunca se lo he dicho a nadie, pero ella y yo no hemos vuelto a hablar desde su intercambio. Desde el momento en que nos despedimos, no respondió mis mensajes ni contestó mis llamadas. Al principio me preocupé, pensando que le había sucedido algo, pero luego descubrí que hablaba con las demás chicas. Al parecer, el problema soy yo; ella es quien no quiere saber nada de mí. Me tomó meses entenderlo, me dolió, pero lo acepté. Si Clarissa no me necesita, entonces yo tampoco la necesito; por eso decidí apartarla de mi vida.
La aprecio mucho, pero su indiferencia me ha lastimado. Pasé meses escribiéndole, llamándola, hasta que por dos razones decidí dejarlo: primero, y más importante, por mi orgullo; no iba a seguir insistiendo por ella. Si no quiere hablarme más, es su problema. Lo segundo es que hace una semana me enteré de algo vergonzoso y por eso no me atrevería a escribirle ni una palabra. El punto es que lo intenté; pensaba que éramos buenas amigas, alguien con quien compartía afinidades; ahora simplemente ya no la entiendo.
A pesar de todo eso, no tengo derecho a sentir lo que ahora estoy sintiendo. Es tan absurdo, la Sussanah de hace un mes se abofetearía. Es que sigo sin creerlo, no ha pasado tanto tiempo y de la nada empecé a desarrollar sentimientos que jamás en la vida había pensado tener, y peor aún, por la persona menos indicada.
Un día desperté pensando en él, y luego al día siguiente, y los días después de esos. Entonces me hice consciente de lo que pasaba y no podía seguir negándolo. La realidad es que me había enamorado del exnovio de mi… digamos que amiga, y sigo sin averiguar cómo deshacerlo. Es cierto que Clarissa y yo no estamos en los mejores términos, pero no debería gustarme su ahora exnovio; es incorrecto. Aunque ella decidió alejarse, yo no puedo apartarme de mis principios.
No sé por qué me está pasando esto a mí. De todos los chicos en el mundo, justo me encapricho del que no debo. Levi me roba tiempo, no me deja concentrarme al cien por ciento en mis actividades y lo peor es que tengo que verlo todos los días. Porque sí, fue por esas estúpidas tutorías que todo empezó. No entiendo qué cambió; ellos fueron novios durante dos años y nunca, pero nunca me interesó ni me provocó sentimiento alguno. Ahora no puedo verlo sin que se me acelere el corazón, sin querer estar cerca de él y sin querer alejarme. Lo más complicado es fingir, porque he descubierto que es inútil ocultar el amor; es un caso perdido.
Justo hoy llevo un mes dando tutorías a Levi. Tengo que admitir que es bastante aplicado y no me ha llevado la contraría ni una sola vez. Miro el reloj en la pared: seis y cuarenta y cinco; nos restan quince minutos de clase. Le puse una serie de ejercicios que yo resolvería en menos de diez minutos; él se ha tomado media hora y ni siquiera los ha terminado.
No ha dicho ni una sola palabra en todo este tiempo, luce realmente concentrado. Me aprovecho de eso y lo observo con atención. Lo juro, no tiene nada de especial, al menos en su aspecto físico. Es de lo más común: ojos cafés, cabello negro y lacio, un rostro medio aniñado (casi atractivo) y una estatura normal. Puede medir alrededor de un metro setenta y ocho, pero para mí no es nada extraordinario, yo casi llego a eso, solo son diez centímetros de diferencia.
Mueve un poco la cabeza y aterrada de que pueda descubrirme, tomo uno de los libros y lo pongo frente a mis ojos. Nada ocurre. Lentamente hago a un lado el libro y con alivio noto que sigue concentrado en los ejercicios.
Aish, me intranquiliza esta situación. Ya ni siquiera puedo controlarme. Ahora cada vez que me mira, mi mente se vuelve un desastre. Sus malos chistes, que antes aborrecía, ahora los tolero. Me fascina esa manía que tiene de revolverse el cabello con desgana. Y mi parte favorita, su sonrisa, podría pasarme horas mirándolo sonreír. Soy un caso perdido.